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TRIBUNA
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Fin de la abundancia, sí; justicia y ejemplaridad, también

La capacidad de Macron para llevar a cabo las reformas anunciadas corre el riesgo de toparse no solo con las divisiones en la Asamblea Nacional, sino con la oposición de la opinión pública

Macron manifestacion sindical Paris
Un cartel con la imagen de Macron y la leyenda "Requisas en tu cara" exhibido durante una manifestación sindical este martes en París.BERTRAND GUAY (AFP)

“El fin de la abundancia”, “el fin de la despreocupación”, “el fin de lo evidente”... Con un estilo intelectual al que es especialmente aficionado, el presidente Emmanuel Macron ofreció un panorama muy sombrío de la actualidad en su discurso de otoño. Según él, la sucesión de crisis que estamos viviendo —crisis climática, guerra en Ucrania, inflación récord, subida de los tipos de interés...— no es el resultado de una oscura coincidencia de desgracias que condenaría a los dirigentes políticos a comportarse como bomberos que corren de un incendio a otro. Es el signo de un “gran cambio” que debe ser entendido en su totalidad. Está claro que no solo persistirán las dificultades, sino que nuestro modelo de desarrollo, si no nuestra civilización, podría verse profundamente afectada.

¿El fin de la abundancia? Sabíamos que la lucha contra el cambio climático nos llevaría a un mundo en el que la energía sería más escasa y más cara. Pero la crisis ucrania y el chantaje ruso con el gas han acelerado repentinamente nuestra cita con la sobriedad. Del mismo modo, el agua y la tierra están saliendo poco a poco de la era de la abundancia. El estrés hídrico se está convirtiendo en la norma en muchos países europeos. En cuanto al suelo, será objeto de una competencia cada vez mayor entre la urbanización, la implantación de una agricultura menos intensiva, la protección de los terrenos naturales y la biodiversidad, y el desarrollo de las energías renovables.

El fin de la abundancia también significa el fin del dinero fácil. Ante el retorno de la inflación, la mayoría de los bancos centrales han decidido subir sus tipos de interés. Este endurecimiento de la política monetaria se traducirá en un aumento de los costes del crédito y de la deuda pública, lo que situará a los gobiernos europeos en una posición mucho menos cómoda para amortiguar futuras perturbaciones macroeconómicas. De hecho, el enfoque de “lo que sea necesario” se está agotando. Y con ello, la posibilidad de superar las dificultades repartiendo dinero público, como hicieron muchos gobiernos europeos (con razón) durante la pandemia.

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¿El fin de la despreocupación? La situación también se ve ensombrecida por el daño al comercio internacional. La pandemia ya había puesto de manifiesto la fragilidad de las cadenas de suministro globalizadas. La crisis ucrania lo confirma en clave ofensiva: mientras el choque de armas vuelve a resonar en Europa, el comercio de recursos esenciales (gas, cereales, metales, etcéteta) se ha sumado al arsenal de la guerra híbrida, junto a los ciberataques y la desinformación. La economía rusa no es ciertamente una potencia líder en términos de PIB, pero su centralidad en el comercio de materias primas le da a Vladímir Putin los medios para hacernos “bailar” todo el invierno. En resumen, es probable que el consumidor europeo experimente penurias de las que no suele acordarse: escasez, desabastecimiento, racionamiento energético, inflación de dos dígitos y... miedo.

El fin de lo evidente. La evidencia de la paz, por supuesto, pero también de la democracia. El desarrollo de los regímenes autoritarios puso a prueba la superioridad del modelo de democracia liberal, que había salido triunfante de la Guerra Fría. La globalización de los años noventa y 2000 no fue acompañada de una generalización de este ideal: el doux commerce, tan querido por los liberales, no se impuso ni a los tiranos ni a la voluntad de poder. Por el contrario, dos modelos alternativos florecieron gradualmente. En primer lugar, la China comunista ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza sin dejarles votar ni una sola vez, lo que desmiente la teoría de que el desarrollo económico y la democracia van necesariamente de la mano. En segundo lugar, los regímenes antiliberales han reducido el ejercicio de la democracia a la elección del líder y, a veces, como en Rusia, simplemente han abandonado sus fundamentos: pluralismo, libertad de expresión, controles y equilibrios...

El diagnóstico del presidente francés parece lúcido: estamos cambiando de época. La economía globalizada se fragmenta, la crisis climática se impone, los bienes de primera necesidad amenazan con agotarse y las lógicas imperiales regresan. En estas circunstancias, es importante que los líderes se esfuercen por abarcar la complejidad del mundo en un discurso de verdad. Pero su función también es elaborar objetivos y un método. El discurso presidencial fue menos claro en este punto. Es cierto que preparó a sus conciudadanos para “pagar el precio de la libertad” y aceptar sacrificios. Pero ¿cómo nos defenderemos? ¿Y cómo se distribuirán estos esfuerzos?

El alegato constantemente renovado de Macron a favor de una Europa soberana e independiente parece más justificado que nunca. Lo mismo ocurre con su compromiso de acelerar la transición ecológica (y, por tanto, la salida de los combustibles fósiles). Su ambición de gobernar “con los franceses”, implicándolos más en las decisiones públicas, ofrece una respuesta al malestar democrático, aunque todavía está buscando un método. Pero su capacidad para llevar a cabo las reformas anunciadas (pensiones, seguro de desempleo, etcétera) corre el riesgo de toparse no solo con las divisiones en la Asamblea Nacional, sino también con la oposición de la opinión pública. Sobre todo, parece dudosa su capacidad de crear las condiciones para una distribución justa de los esfuerzos. Probablemente, no sea el momento de recortar impuestos y mantener mecanismos de protección arancelaria que benefician tanto a quienes no los necesitan como a quienes sí y que se traducirán en un rápido aumento del déficit. Tampoco se trata de eximir de sus responsabilidades a los ricos y a las compañías petroleras que obtienen beneficios excesivos. Ante los juicios que se avecinan, los ciudadanos franceses, como los demás europeos, exigirán justicia y ejemplaridad.

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