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Columna
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He firmado por el indulto a Griñán

Deploro y condeno las faltas del político socialista, en parte castigadas por su zarandeo procesal y su deshonor político. Pero no soy juez, ni verdugo

Jose Antonio Griñan
El expresidente andaluz, José Antonio Griñán, durante el juicio del caso de los ERE en 2018.Raúl Caro (EFE)
Fernando Savater

Últimamente hay partidarios de “cancelar” a grandes pintores, cineastas, cantantes y otros artistas hasta ahora admirados por los pecados de sus vidas privadas: abusos sexuales, homofobia, racismo y demás comportamientos indebidos. Otros piensan —¡pensamos!— que los seres humanos somos demasiado complejos para resumirnos en un todo homogéneo bueno o malo, que hay que saber disfrutar de lo mejor de nuestros semejantes sin dejar de rechazar lo peor, que nuestra relación con los demás no es solo moral o política, a Dios gracias, sino también íntimamente afectiva, indescifrable por humana. Si es así, o sea, si no condicionamos nuestros juicios estéticos por la ética de los artistas ni amamos a alguien sólo por sus virtudes, sino a pesar de sus defectos (lo contrario sería amar la virtud, no la persona)... ¿no tendremos en nuestro espíritu justiciero un santuario para el alma tierna que no bendice pero comprende?

No quisiera ser ciudadano de un país donde la complicidad o la secta cuentan más que la ley; tampoco vivir entre rectilíneos para los que no hay amistad si no concuerda con el código establecido. Por eso he firmado por el indulto a Pepe Griñán. Le conocí hace décadas en el hipódromo madrileño, donde dirigía la revista Corta Cabeza y escribía excelentes crónicas hípicas que firmaba Riu Kiu. Fue una época dorada (por la afición compartida, por la juventud) y vimos grandes carreras juntos. No discuto la sentencia de los ERE, al contrario: me alegro de que finalmente se haya desmantelado el indecente y longevo tinglado clientelar de los socialistas andaluces. Ojalá pronto otros acaben igual. Deploro y condeno las faltas de Griñán, en parte castigadas por su zarandeo procesal y su deshonor político. Pero no soy juez, ni verdugo: prefiero no ver en la cárcel a Riu Kiu.

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