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Columna
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Si eres peor que el azar, usa el azar

Parece una buena idea impedir, con formas racionales e imaginativas, que los sesgos perpetúen las injusticias

Un estudiante completa un examen tipo test.
Un estudiante completa un examen tipo test.Tevarak Phanduang (Getty)
Javier Sampedro

Imagina un examen tipo test, digamos que tenga cuatro posibles respuestas por pregunta. Si aciertas la cuarta parte de las respuestas, te tendrán que poner un cero, porque eso es justo lo que acertaría una tribu de 12 monos tecleando al azar. Pero ¿qué nota merecerías si acertaras menos de la cuarta parte? ¿Un número negativo, irracional, imaginario, cuántico? Nada de eso. Así como no dar ni una de las 14 en una quiniela requiere cierto talento, responder un examen peor que el azar revela un sesgo. Si lanzas una moneda un millón de veces y salen 600.000 caras, el sesgo está en la moneda. Si tú respondes al examen peor que el azar, el sesgo está en tu mente, tal vez como un prejuicio inconsciente, un interés inconfesable o un modelo erróneo del mundo. No es nada raro. Es la especie humana, amigo.

Luchar contra los sesgos es una cuestión de educación, por supuesto, pero mientras arreglamos esas averías de fondo que nos pueden llevar siglos —o una eternidad, vista la rapidez a la que reaccionan nuestros sistemas educativos— parece una buena idea impedir, con formas racionales e imaginativas, que los sesgos perpetúen las injusticias que observamos ahora. Y una de esas estrategias es delegar en el azar cuando el azar lo hace mejor que nosotros. Es una tendencia en alza en el mundo intelectual, y quería informarles de ella antes de que perdamos el tren de nuevo.

La ciencia va por delante en esta iniciativa, como yo creo que debe ocurrir, puesto que se basa en datos fiables y teorías informadas. El Reserch on Research Institute (RoRI, Instituto de Investigación sobre la Investigación) es un consorcio coordinado por las universidades de Sheffield y Leiden y que se dedica abiertamente a someter a prueba, evaluar y experimentar con muchos ángulos del sistema de investigación internacional, su toma de decisiones y su eficiencia en el reparto de fondos. Sus investigaciones muestran que los humanos lo hacemos peor que el azar en esos aspectos, y sobre todo cuando dos proyectos que solicitan dinero exhiben una calidad muy similar, y superior al umbral de excelencia que requiere el financiador. En esos casos, los tribunales humanos patinan sobre el sucio hielo del prejuicio, lo que está muy feo en cualquiera, pero más aún en un científico.

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Los sesgos son siempre los mismos, y seguramente no son específicos de la ciencia, ni del mundo académico. Favorecen a los investigadores más establecidos, a los nombres más reconocibles y a los que pertenecen a las universidades o institutos más prestigiosos. Son prejuicios comprensibles, pero carecen de la menor justificación empírica y es preciso erradicarlos de los procesos de decisión. Puesto que funcionan peor que el azar, la solución más rápida, simple y justa es utilizar el azar. Eso aniquila el sesgo de manera instantánea, puesto que el azar es tan idiota que no tiene ni prejuicios. La Academia Británica, la Fundación Volkswagen en Alemania, la Fundación Austriaca para la Ciencia y el Consejo de Investigación Sanitaria de Nueva Zelanda están promoviendo el azar en detrimento del prejuicio, y la revista Nature les ha dado su respaldo editorial. La moraleja es simple: si eres peor que el azar, usa el azar.

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