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Columna
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La Europa que saldrá de la guerra

Berlín quiere poner en marcha otra vez la ‘fábrica de democracia’ que fue la ampliación de la UE, que había dejado de funcionar

El canciller alemán, Olaf Scholz, en Praga el 29 de agosto.
El canciller alemán, Olaf Scholz, en Praga el 29 de agosto.MARTIN DIVISEK (EFE)
Lluís Bassets

De nuevo, la guerra esculpe las formas del continente europeo, tras un largo y bendito paréntesis que pudo parecer definitivo. Como todos los países de Europa, “Francia se hizo a golpes de espada”, según empezaba Charles de Gaulle su famoso libro de historia militar.

Sucede a ojos vista en sus fronteras, donde Rusia pretende hacerse con retazos del imperio perdido, mientras Finlandia y Suecia se refugian escarmentadas bajo el paraguas atlántico. También en el espacio interior, donde la guerra en Ucrania impulsa nuevas alianzas y equilibrios. Se ha roto el frente de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia), por los excesos prorrusos de Viktor Orbán, y toma forma un nuevo polo, intensamente proamericano, alrededor de Varsovia, con las repúblicas bálticas y los nórdicos, alertados por la proximidad del peligro putinista. Es la desconfianza ante los dos más grandes, Francia y Alemania, y la reacción a la prudencia y al pragmatismo desplegados ante el déspota al que no había que humillar.

La Europa polaca se aferra al voto por unanimidad de los 27, que es lo mismo que el derecho de veto. Es una táctica para combatir las sanciones de Bruselas contra sus vulneraciones iliberales del Estado de derecho, pero también una estrategia de la Europa de las naciones que retienen el máximo de su soberanía, con el esfuerzo de defensa mayormente en manos de los socios y de la OTAN. En Varsovia ya van en tal dirección los fabulosos incrementos del gasto militar, acompañados por la inamistosa reclamación a Alemania de una indemnización fuera de toda lógica por la destrucción de la Segunda Guerra Mundial.

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Cuando llegue la paz, fecha imposible de atisbar ahora, la nueva Ucrania se inclinará hacia quienes más la habrán ayudado en su combate. Probablemente será más polaca que franco-alemana. Hace bien poco, antes de la guerra, la ampliación europea ya no estaba en el orden del día. La fábrica de la democracia había cesado de funcionar. Ahora hay que ponerla en marcha de nuevo, según acaba de anunciar el canciller de Alemania, Olaf Scholz, en un discurso de gran enjundia pronunciado en la Universidad Carolina de Praga con la mirada dirigida hacia el Este.

Con Ucrania en puertas de la UE, Scholz quiere alcanzar hasta 36 socios, sumando los balcánicos, Moldavia y Georgia, y eliminar a cambio el paralizante voto por unanimidad. Ni una palabra de Turquía, el eterno candidato y socio atlántico que hace más méritos como negociador de la paz entre Kiev y Moscú. La Europa estratégica que querían Macron y la comisión de Bruselas ha recibido en Praga el pleno espaldarazo alemán.

Otra vez bajo el estruendo del cañón se agitan las ideas sobre Europa y toman forma sus futuras estructuras. Ojalá la diplomacia y la política de nuestro añorado paréntesis de paz europea ocupen pronto y en exclusiva el lugar de la guerra como herramientas de construcción del futuro.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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