Discriminadas también en las redes
El arraigo de la desigualdad entre sexos es tal que ha traspasado las fronteras del mundo físico. Pero la esfera digital supone una oportunidad para que las mujeres creemos espacios en los que fortalecer nuestra posición
Agosto: los medios de comunicación aumentan las noticias relacionadas con distintos tipos de agresiones contra las mujeres. Este verano con una novedad: la práctica seguida por algunos hombres de pinchar a mujeres en zonas o locales de ocio nocturno. Estamos ante un acto violento contra la libertad de las mujeres, contra su derecho fundamental a la integridad física y moral. Se afecta su derecho a ejercer una vida libre de ataques, por pequeños que sean, por hombres que no las respetan como iguales. La cuestión es que estas mujeres tienen un nuevo motivo para sentirse asustadas o inseguras. La desigualdad entre hombres y mujeres ha encontrado una nueva forma de expresarse.
Las redes han sido la vía principal a través de la que las mujeres se han enterado de “los pinchazos” porque otras mujeres difundían en ellas los ataques sufridos. Esta realidad está en línea con los datos del Reuters Institute Digital News Report 2022, que señalan que son las redes el medio a través del que el 39% de los jóvenes de entre 18 y 24 años consumen noticias. Esta cifra es enorme si partimos de que, como también señala el mismo informe, la gran mayoría de jóvenes pasan de las noticias, porque no confían en su certeza o, directamente, les muestra un mundo triste, excesivamente problemático, del que prefieren no saber.
Pero esas redes, al mismo tiempo, son agentes de discriminación entre hombres y mujeres. De hecho, un creciente número de mujeres las perciben como un instrumento de control del que los poderes públicos pueden hacer uso. Hace unos días, la periodista Lauren Jackson, publicaba un artículo en The Interpreter, de The New York Times, titulado “Lo que la economía de la vigilancia supone para las mujeres”, en el que explicaba cómo, tras la sentencia Roe vs Wade del Tribunal Supremo estadounidense, en que se anulaba el derecho al aborto, se había generado una corriente de prevención en las redes contra las aplicaciones de seguimiento del ciclo menstrual que se utilizan en muchos dispositivos. Se alertaba de que estos datos privados pudieran ser utilizados para ofrecer a las autoridades competentes indicios de posibles abortos.
Es cierto que internet y los medios tecnológicos han permitido que la voz de las mujeres tenga un recorrido mucho mayor, un impacto sin precedentes, y que algunos de los movimientos en defensa de la igualdad entre hombres y mujeres sean escuchados prácticamente en todo el mundo. Un ejemplo paradigmático fue el movimiento Me Too, que se extendió como la pólvora por las redes de todo el planeta. Piensen ahora en la ventana, pequeña pero irrenunciable, que suponen las redes para las mujeres afganas que resisten y levantan su voz contra la ignominia que significa el restablecimiento del régimen talibán.
No obstante, todo ello no puede esconder la desigualdad que ya campa a sus anchas en la esfera digital. Aunque hay otras, por su impacto resulta relevante destacar tres manifestaciones de la desigualdad entre hombres y mujeres en el plano digital: la brecha digital en el acceso y en el uso de los instrumentos digitales y tecnológicos, especialmente internet; la visibilidad e impacto de la voz de las mujeres en las redes; y, por último, la utilización de los instrumentos digitales como herramientas para ejercer violencia sobre las mujeres.
Según los Indicadores de género de la sociedad digital, publicados por el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) en 2021, la frecuencia de uso de internet entre hombres y mujeres es similar; en algunos aspectos, se observa un mayor acceso de las mujeres. No obstante, existe un mayor porcentaje de mujeres con habilidades tecnológicas bajas y básicas, aunque son mujeres de 19 a 24 años las que poseen mejores habilidades en términos absolutos. Los mismos datos muestran un sesgo en las temáticas o tipos de actividades a los que hombres y mujeres dedicamos nuestro tiempo en internet: el uso para cuidados del hogar, de personas dependientes, salud y educación es mayor en mujeres que en hombres. Se produce una perpetuación de los roles de género en el uso de internet y las redes.
Enorme es la brecha de visibilidad y reputación en el debate público online. En la vida política formal y/o institucional existe una tendencia a la paridad debido al compromiso de algunos partidos políticos o a la obligación normativa. Sin embargo, en los medios de comunicación las expertas y las creadoras de opinión siguen siendo muchas menos que los hombres. Hay datos oficiales, pero solo hace falta abrir un diario y comparar el número de analistas hombres y mujeres, o escuchar tertulias radiofónicas y hacer lo propio: las cifras gritan que la proporción de expertos es mucho mayor que la de expertas.
Esta quiebra de visibilidad se ha trasladado a las redes sociales y plataformas, donde las mujeres participan menos, sobre todo cuando se trata de temas de interés público; además, su voz es percibida como menos relevante. Para datos y estudios, lean Digital Suffragists, de Marie Tessier: verán que estamos ante una realidad y no ante la mera percepción de algunas mujeres. Las causas son diversas, pero, más allá de la personalidad de cada cual, estar en redes y participar activamente en ellas tiene unos costes en la vida de las mujeres mayor que los que tiene para los hombres en términos de sacrificio de tiempo y esfuerzo. Por lo general, se achaca a las mujeres una mayor inseguridad, desconfianza y baja autoestima. Esto puede ser cierto respecto de una parte de mujeres que no cuentan con referentes y que, por tanto, se sienten diferentes y especialmente escrutadas. Sin embargo, uno de los principales motivos sigue siendo la cooptación masculina: son autorreferenciales, también en las redes. Una vez que están, adquieren experiencia y seguridad e imponen sus usos y formas, que no siempre incluyen o son favorables para la inclusión de las mujeres.
Por si no fuera suficiente, las redes, además, se han convertido en un medio propicio para ejercer violencia contra mujeres, se tenga o no relación con ellas y, destacadamente, contra mujeres que participan en el debate público activamente, como políticas y periodistas. El acoso recibido por la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, es un buen ejemplo. Estos ataques, como en el mundo analógico, pretenden expulsar, dominar y/o controlar a las mujeres, provocar, en lo posible, su muerte digital, cuando no expulsarlas de la vida pública también offline.
La violencia machista en la esfera digital es más sofisticada, puede ser más intrusiva por su mayor impacto/amplificación y, por lo general, es de más difícil seguimiento. La violencia puede producirse en las redes o a través de dispositivos tecnológicos (localización, utilización de mensajería, pirateo del correo electrónico…). Estas situaciones han llevado, por ejemplo, al Grupo de Expertos en la Lucha contra la Violencia contra la Mujer y la Violencia Doméstica del Consejo de Europa (GREVIO) a incorporar en su agenda la violencia digital como una manifestación específica de la violencia por razón de sexo.
El arraigo de la desigualdad entre hombre y mujeres es tal que era esperable, desafortunadamente, que traspasase las fronteras del mundo físico. Ahora bien, gracias a su accesibilidad, su naturaleza transfronteriza, su rapidez de llegada e impacto, la esfera digital es una oportunidad para que las mujeres creemos espacios en los que fortalecer nuestra posición, hacernos visibles, generando referentes para otras mujeres. Solo así podremos hacer de las redes un espacio seguro, libre e igual también para nosotras.
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