Menos meta y más con: cinco motivos para cuestionar el metaverso
La tecnología es una herramienta necesaria pero no suficiente para el progreso. Como sociedad, deberíamos apostar por un desarrollo tecnológico centrado en las personas, el resto de seres vivos y el planeta
Mark Zuckerberg anunció en julio de 2021 el comienzo de un nuevo capítulo no solo en su empresa, con el cambio de nombre a Meta, sino de internet con el desarrollo del llamado metaverso. Y aunque el concepto de metaverso no es nuevo, el cambio de rumbo de una de las empresas más poderosas del planeta, propietaria de las tres redes sociales más grandes del mundo occidental, con miles de millones de usuarios, marcó el inicio de lo que han sido 12 meses de sobreexcitación con respecto a este concepto, vagamente definido, del metaverso, entendido como una nueva manera, más inmersiva, de acceder a internet. Analistas como la firma SkyQuest estiman que el mercado global del metaverso superará los 700.000 millones dentro de cinco años, con un crecimiento de más de un 37% en el período 2020-2027.
El metaverso fue introducido en la novela Snow Crash de Neil Stephenson, en 1992. En sentido estricto, se define como un único mundo digital, disponible las 24 horas del día y de manera universal, en el que podemos interaccionar, tener relaciones y realizar todo tipo de transacciones como si fuese el mundo físico. La visión idealizada del metaverso nos abre la puerta a un mundo digital potencialmente perfecto, donde podemos adoptar distintas personalidades, realizar nuestros sueños, superar nuestras limitaciones, viajar sin restricciones, acceder a entretenimiento ilimitado, desarrollar nuestra creatividad y tener, finalmente, el ansiado éxito en la vida, o mejor dicho, la cibervida.
Tras la novela de Stephenson, numerosas obras de ciencia ficción han descrito conceptos similares. Desgraciadamente, la inmensa mayoría de las visiones del metaverso esbozadas en la literatura de ciencia ficción muestran un futuro distópico y poco deseable: los metaversos existen como elemento de escape de los humanos ante una vida miserable en un mundo físico deteriorado hasta el punto de ser inhabitable, controlado por regímenes dictatoriales y donde la única esperanza es encontrar refugio en el mundo digital, un mundo frecuentemente controlado por corporaciones omnipotentes, gobiernos fascistas o sistemas de inteligencia artificial.
Conociendo estas visiones, no deja de sorprendernos la excitación generalizada y las inversiones billonarias para construir el metaverso, fundamentalmente con el impulso de los gigantes tecnológicos. ¿Por qué querríamos, como sociedad, desarrollar un mundo virtual en el que pasar la mayoría de nuestra vida pegados a una pantalla? Existen al menos cinco grandes motivos por los que consideramos que deberíamos cuestionar el desarrollo del metaverso.
En primer lugar, por motivos económicos, ya que con alta probabilidad el crecimiento del metaverso y la riqueza que pueda generar no estarán distribuidos de manera homogénea ni geográfica ni socioeconómica y demográficamente en la sociedad, beneficiando a las empresas más ricas y poderosas, en detrimento del resto. En los últimos 15 años, hemos sido testigos del crecimiento sin precedentes, en riqueza y poder, de un oligopolio de empresas tecnológicas estadounidenses y chinas, de un aumento de la riqueza de los ultrarricos (1% de la población mundial) y del agrandamiento de la brecha entre los que más poseen y los que menos tienen. No tenemos ninguna garantía de que este patrón no se replique —o incluso magnifique— con el desarrollo del metaverso.
En segundo lugar, por motivos medioambientales. Gracias al metaverso ya no tendríamos que viajar ni ir al trabajo, reduciendo, por tanto, la huella de carbono. Sin embargo, su desarrollo conlleva un consumo inmenso de energía y, en consecuencia, una contribución posiblemente mayor a dicha huella. Por ejemplo, se estima que entrenar un único modelo actual de inteligencia artificial —omnipresente en el metaverso— emite más de cinco veces el CO₂ emitido por un coche en toda su vida útil. Más allá de la inteligencia artificial, el metaverso necesita almacenar y procesar cantidades ingentes de datos (nuestra vida entera estará digitalizada) y generar imágenes, gráficos y vídeos de alta resolución en tres dimensiones para que nuestra experiencia sea inmersiva. Además, el uso del hardware necesario para operar en el metaverso (gafas de realidad virtual o aumentada, ordenadores potentes, pantallas...) conlleva un impacto medioambiental considerable tanto en su producción y distribución como en su retirada, al no ser material biodegradable. Impacto del que, probablemente, no seríamos conscientes al estar distraídos disfrutando de unas vacaciones idílicas en la versión digital de Bora Bora, jugando la última versión de Second Life o asistiendo virtualmente a un megaconcierto de nuestro grupo favorito.
En tercer lugar, por motivos de salud pública. Los seres humanos no hemos evolucionado para estar mirando pantallas durante la mayor parte del día. El impacto físico del uso excesivo de las pantallas es múltiple, incluyendo problemas en la visión y la postura, alteración del sueño y aumento de la obesidad, al fomentar el sedentarismo. Más allá de las consecuencias físicas, no podemos obviar las consecuencias para nuestra salud mental (ansiedad, adicción, aislamiento, disonancia cognitiva...). Los Homo sapiens somos una especie social. Necesitamos interaccionar con el mundo físico: conversar, compartir, colaborar, coexistir... Necesitamos sentir la cercanía de otras personas y nutrirnos de su contacto, así como experimentar multisensorialmente el entorno físico en el que habitamos. Durante dos años de pandemia de la covid-19 hemos vivido en persona el devastador impacto del aislamiento social. Y, aunque las interacciones digitales pueden ser mejores que la falta de interacción, son muy limitadas frente a la riqueza, multisensorialidad y complejidad de las interacciones cara a cara.
En cuarto lugar, por motivos sociales. En el siglo XXI nos enfrentamos a inmensos retos que amenazan nuestra existencia, como son el cambio climático, la crisis energética, el envejecimiento de la población o las pandemias. Nos hemos propuesto ambiciosas metas para el planeta con los 17 objetivos de desarrollo sostenible. ¿En respuesta a qué reto social necesitamos construir el metaverso? ¿Cómo nos ayuda a combatir la pobreza, eliminar el hambre, garantizar el acceso de todas las personas a agua potable, aire limpio, energías renovables, salud y educación de calidad, fomentar la igualdad de género o regenerar y preservar nuestro tan preciado como denostado planeta? Además, las culturas se alimentan de la conexión entre los cuerpos, las mentes y el entorno. La experiencia humana es una experiencia encarnada. El foco en el metaverso nos distrae de la complejidad y diversidad de la vida biológica, nos distancia de la naturaleza e invisibiliza, aún más, a quienes hacen posible dicha vida a través del cuidado, con las implicaciones sociales y especialmente de género que ello conlleva.
En quinto lugar, por motivos éticos. Cada vez hay menos aspectos de nuestra existencia que escapan del control de empresas tecnológicas que tienen acceso a nuestros datos, fruto del uso de servicios y aplicaciones digitales. Con el metaverso, nuestra experiencia vital completa podría tener lugar en el mundo digital y, por tanto, ser susceptible de ser captada, modelada, influenciada y monetizada por los desarrolladores o explotadores del metaverso. Las implicaciones en la privacidad, transparencia, control, autonomía y bienestar de las personas son inmensas.
Hoy, más que nunca, deberíamos recordar que no todo desarrollo tecnológico conlleva un progreso. La tecnología es una herramienta necesaria pero no suficiente para el progreso. Si aspiramos a dejar un mundo mejor a las generaciones venideras; un mundo más justo, más sostenible, más habitable y próspero, deberíamos, como sociedad, decidir colectivamente en qué tipo de desarrollo tecnológico no solo queremos, sino debemos invertir. En nuestro caso, la respuesta es clara: un desarrollo tecnológico centrado en las personas, el resto de seres vivos y el planeta. Esta visión parece incompatible con la visión actual del metaverso. Por ello, proponemos que invirtamos en más “con” y menos “meta”: compartamos, convivamos, conversemos y coexistamos en un mundo físico mejor. Construyamos el mater-verso de nuestros sueños —con o sin el metaverso— y, ante todo, evitemos el metaverso de nuestras pesadillas. Estamos a tiempo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.