Psycho
La inflación obliga a todos a vivir en puro presente, pero especialmente a los más vulnerables
Hace poco, en Berna, me preguntaron en una entrevista pública cómo era vivir con inflación, el fantasma que recorre Europa. Para alguien que vive en Suiza, mi muy argentina experiencia de pagar por un kilo de carne el doble en junio que en abril puede resultar exótica, así que dije que en mi país hay un 38% de pobres y que la inflación —60% interanual— obliga a todos, pero de manera cruel a los más vulnerables, a vivir en puro presente: el futuro, que es incertidumbre, con la inflación no existe. Al terminar, un hombre se me acercó y me dijo: “¿Le puedo hacer una pregunta cándida? Con esas cifras, ¿cómo hacen?”. La respuesta honesta era “No sé”, pero intenté una explicación. Volví a mi país semanas después, el día en que renunció el ministro de economía. Entre titulares que pronosticaban la debacle, pensé en algo que hablamos con un amigo: los restaurantes de moda en Buenos Aires, que son también los más caros, tienen todas sus reservas tomadas hasta septiembre. Existe incluso, en Telegram, un canal para hacer trueques: se canjea una reserva en Equis por otra en Zeta. Es raro. Por los números antedichos pero, también, por el grado de snobismo autómata que evidencia. ¿Es necesario hacer en julio una reserva para cenar en septiembre; por qué los restaurantes de un país tan pobre (cuyos propietarios hablan con orgullo de sus productos respetuosos del ecosistema) se prestan a esa acumulación vulgar y ofensiva? Hay una novela ambientada en la Nueva York de los ochenta. Yuppies de superficies lisas, refractarias a toda humanidad, se desangran por obtener el último cuerito de Bottega Veneta y compiten como animales por conseguir reservas en restaurantes donde las reservas son imposibles. La escribió Bret Easton Ellis, habla de la ausencia de piedad que anida en la acumulación, del sistema de castas que se construye gracias a ella, y se llama, muy oportunamente, American Psycho.
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