_
_
_
_
Anatomía de Twitter
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Plantar un hijo, tener un árbol

Las expectativas de los jóvenes deberán transformarse: matar las ilusiones de un poeta del siglo XIX no es suficiente

Un grupo de jóvenes planta un árbol en la localidad cordobesa de Montilla.
Un grupo de jóvenes planta un árbol en la localidad cordobesa de Montilla.FUNDACIÓN SOCIAL UNIVERSAL (FUNDACIÓN SOCIAL UNIVERSAL)
Nuria Labari

“Cuidar un sobrino, leer un libro, regar una planta. Yo ya bajé mis expectativas”, escribe Iñaki Goldaracena (@igoldark) en Twitter. Y lo peta. Casi 10 mil retuits y 76 mil me gustas. Es soltar esta perla y la frase enciende el corazón de miles de personas que ya no empatizan con la vieja y célebre frase del poeta José Martí (1853-1895): “Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.

Por lo visto, las viejas expectativas están de capa caída y son muchos jóvenes los que se animan a alterar las viejas prioridades. “Llamar al sobrino, leer un paper, tener un cactus”, propone Tamara Aros B, como si quisiera aferrarse a la ley del mínimo esfuerzo. Manu Herrera sigue el hilo con una confesión: “Yo estoy en… Tener mascota, leer un libro, ver cómo la planta aprende a sobrevivir”. O mi favorita, la del usuario @jotaped, que tuitea: “Yo estaba en: pasar por la puerta de un jardín de infancia, hojear un folleto que me den a la salida del metro y ver cómo la lluvia moja las plantas que después crecerán”.

Hace no tanto, ser licenciado prometía un sueldo digno. Hoy, en cambio, el futuro profesional de los jóvenes empieza siempre por la palabra precariedad. Hubo un tiempo en que hasta casarse y formar una familia era percibido como un horizonte de estabilidad, mientras que hoy augura un precipicio económico y sentimental. Al mismo tiempo, la fama o la notoriedad social, parecieran garantizar antes el narcisismo del reconocido en cuestión que la excelencia de su trabajo. Porque hoy todo lo que viene es apocalipsis: en las pelis, en las series, en el clima, en el amor, en los periódicos, en el euríbor… Vivir se está convirtiendo en prepararse para lo peor.

Personalmente, lo de vivir sin esperanzas lo celebro y se lo agradezco a la juventud. Después de todo, las esperanzas son tan inconmensurables como lo es contratar un plan de pensiones a los 45. ¿Cómo sabes que llegarás a los 65? No tiene sentido que marque tu vida lo que no está en tus manos y por eso vivir sin esperanzas no puede ser más que un alivio. Así que, sea: adiós a las grandes obras, a los hijos perfectos, a la media naranja, al éxito profesional y a los planes de pensiones. Pero despedirse de las expectativas es dar un paso más. Porque una expectativa es aquello que guía un esfuerzo para conseguir un logro concreto, es precisamente eso que sí depende de nosotros, como plantar un árbol.

Reconozco que leo estos tuits después de haber tenido dos hijas, escrito algunos libros y plantado varios árboles. Así que si las expectativas fueran trampas (y en parte siempre lo son), yo he caído en todas. Aun así, me atrevo a defenderlas. Porque una vez muertas las esperanzas y aniquiladas las expectativas, lo siguiente en morir será el deseo. Y sin deseo no habrá acción que merezca un esfuerzo, lo cual podría estar bien, pero tampoco habrá manera de valorar la propia vida. Porque matar el deseo significa acabar viviendo del deseo de los demás, hasta que te lo acabas creyendo todo. O te lo acabas comprando todo: un perro, un cactus o un folleto gratuito. Los deseos merecen ser de cada uno y en este sentido las expectativas de los jóvenes deberán transformarse: matar las ilusiones de un poeta del siglo XIX no es suficiente. Claro que muerto el deseo, hasta la juventud se volverá vieja.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_