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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vendaval inflacionista

El desgaste de la guerra tiende a deglutir las medidas de respuesta: hay que dotarlas de contundencia y visibilidad

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El País

La inflación se ha convertido en la primera inquietud de los españoles, por encima del paro, como subraya la encuesta para EL PAÍS del lunes. Es lógico, pues en junio el índice de precios superó por vez primera en cuatro décadas el umbral del 10%. El alza de precios se extiende por toda la eurozona y se ha disparado especialmente desde la invasión rusa de Ucrania. Eso no atenúa el problema, lo agrava desde la óptica de la percepción social. Los ciudadanos parecen detectar que la inflación ha llegado para quedarse, aunque no sea a estos niveles, sino más moderados a medio plazo, como pronostican los organismos internacionales.

Para los precios, las expectativas sociales son decisivas: tienden a enraizarlos, y los desconectan fácilmente de la senda oficial prevista, como coincidieron expertos y banqueros centrales en el foro anual del BCE en Sintra. Según los analistas, los hogares suelen sesgar sus expectativas atendiendo a sus propias experiencias, y con frecuencia suelen sobreactuar. Y esto influye en los mercados, a los que intoxica cualquier ruido. La percepción social de lo que ocurre, aun exagerada o distorsionada, constituye así un dato económico y político esencial.

Parece sorprendente que siendo tan rotunda esa percepción, y tan activo el Gobierno en intentar responder a ella —en línea y cuantía bastante similares a las de los vecinos europeos—, cunda, sin embargo, el pesimismo sobre la efectividad de las medidas adoptadas. Solo uno de cada cuatro españoles las bendice, más de un tercio las critica, y un tercio corto es indiferente, según la encuesta de 40dB. para este periódico. ¿Por qué resulta tan desesperanzado el estado de opinión?

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Por múltiples factores. En primer lugar, porque más del 94% de la población se siente agraviada en uno u otro grado por el alza de precios. Y, en cambio, no tiene en consideración los datos de empleo, que le parecen menos relevantes en la medida en que los directamente acuciados por el desempleo alcanzan el 13% de los activos y el 7% del conjunto de la población. La súbita inflación, en cambio, es un fenómeno universal y transversal, que afecta también a las clases medias.

Se trata, por otro lado, del tercer envite económico crítico en un solo trienio: la parálisis de la pandemia, el shock de suministros de la recuperación y, ahora, el disparo de la inflación. La guerra en un lugar cercano como Ucrania, y con la perspectiva de que puede durar todavía mucho, refuerza las impresiones de la gente de que se va a ir a peor: las incertidumbres son tantas que amenazan con deglutir cualquier paquete de respuesta pública. Junto a todo esto, algunos grupos de presión exigen aumentos de tipos de interés desmedidos en su favor, y ambientes conservadores propagan el catastrofismo, tan acariciado por los populismos extremistas. Llueve sobre mojado.

Por eso corresponde al Gobierno enfatizar sus respuestas a las incógnitas que va suscitando la guerra, agilizarlas y ampliar su cuantía cuanto sea necesario y, quizá también, recalibrarlas para ser más selectivo en las medidas, focalizándolas para ayudar a los más vulnerables. Con contundencia y visibilidad. No es solo por su propio interés, sino por el del país entero, que no debe, ni puede, ni merece vivir esta compleja situación —de avances formidables como en el paro y angustias graves en los precios— desde la pasividad o el escepticismo.

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