Presos pero irreductibles
Una veintena de revolucionarios se las apañó para excavar un túnel y escapar de la cárcel. Por un error de cálculo, la boca de salida del túnel se abrió en la sala de un amigo mío
Tal era la rúbrica en los comunicados de un grupo de guerrilleros venezolanos condenado a una larga prisión por los tribunales militares. Mi memoria no precisa la época en que esto ocurría pero sí que era un tiempo en que alzarse en armas había caído en desuso en mi país. Los setenta tardíos, tal vez; en cualquier caso mucho antes del sangriento fiasco que lanzó a Hugo Chávez a la vida pública.
Los presos de que hablo eran gente endurecida y muy tozuda, alzada desde la década anterior. Afirmaban que nada les haría cambiar de opinión en cuanto a las formas de lucha porque la violencia es partera de la historia y las elecciones son siempre una farsa burguesa. La suerte corrida por Salvador Allende lo demostraba. Ya habría ocasión de probar su punto. Mientras tanto, purgaban pena en una prisión militar, una edificación del siglo XVIII.
Una veintena de revolucionarios se las apañó para excavar un túnel y escapar. Por un error de cálculo, la boca de salida del túnel se abrió en la sala de un amigo mío, Víctor Cuica, saxofonista estrella de nuestra vida nocturna. Víctor fue fundador del “Juan Sebastián Bar”, afamada Meca del jazz del Caribe sur. Era lo que se dice un fixture de la escena musical local. No había en Caracas quien no lo conociera.
Víctor, que murió en 2020, contaba que los fugitivos lo reconocían al paso que salían a toda prisa del túnel. Todos ponían cara de “qué grata sorpresa, no sabía que éramos vecinos, primera vez que te veo a la luz del día, me gustaría quedarme a charlar un rato, Vic, pero ya ves…”.
Los fugitivos no tardaron en organizar un célula de guerrilla urbana que, en breve, llevó a cabo el secuestro de un alto ejecutivo gringo de una transnacional. Aquella fuga de presos fue muy comentada, entre otras cosas, porque el único detenido, y por largo tiempo, fue mi pana, el saxofonista. Lo que vino después del secuestro daría para una serie político-criminal que ríete de Borgen y la casa de papel.
La casa matriz de la transnacional se negó largo tiempo a pagar el rescate, creo que por no fiarse de la fe de vida que difundieron los secuestradores. La banda no perdió la cabeza, se armó de paciencia y lo que hicieron entonces brindaría el primer “giro de trama” de la serie: acudieron, por decirlo así, al mercado secundario. Buscaron socios para la costosa empresa de “mover” permanentemente al cautivo.
El endoso con descuento de rehenes de mucho cartel, solicitando anticipos contra un rescate aún por cobrar, es operación de cuenta corriente en la industria latinoamericana de la extorsión. Lo singular de este caso estuvo en que los socios que buscaron los del túnel fueron, no solo varias organizaciones de izquierda—pequeñas, legalizadas pero con brazo armado—, sino muy bien asentados cazadores de renta petrolera: banqueros de inversión. Medianos, si se quiere, pero suficientes.
Como cualquier banca, estos pioneros financiaron campañas electorales. Una de ellas sacó de la cárcel a un cabecilla del secuestro que resultó luego elegido diputado al parlamento en 1978, escribió un best seller nacional y murió el año pasado, octogenario, en su cama.
Pienso es casos como este y me digo que en la propuesta para la serie que haya que presentar, por ejemplo, a una productora turca, convendrá comenzar diciendo “la acción transcurre en época actual, en una democracia latinoamericana, disfuncional y muy corrupta. Un país de población alegre, con trepidante separación de poderes y donde—algo inexplicable pero central al guion—, se respetan escrupulosamente los derechos políticos”.
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