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Columna
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¿Es internet de derechas?

La militancia digital es un elemento esencial en la ultraderechización del debate público

Columna Mariam 20/06/22
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

La brecha y el activismo digital juegan a favor de la ultraderecha. Esta es la hipótesis que plantea la socióloga estadounidense Jen Schradie. Algunos acontecimientos recientes, de apariencia dispar, se conectan por esa línea de puntos digitales marcada por una ideología ultra cada vez más virulenta y que utiliza internet para propagarse y consolidarse. Hablamos, por ejemplo, del asalto al Capitolio, del ataque de Búfalo contra afroamericanos, de la posible abolición del derecho al aborto por la Corte Suprema estadounidense, e incluso de la furibunda reacción contra Amber Heard —en realidad, contra el movimiento #Metoo— tras la sentencia favorable a su exmarido, Johnny Depp. Son la expresión radical de un activismo feroz, compuesto por memes, vídeos y plataformas propagandísticas diseñadas para provocar y saltar de la esfera digital al mundo real.

La militancia digital es un elemento esencial en la ultraderechización de un debate público donde circulan con creciente normalidad ideas negacionistas sobre el cambio climático o la violencia de género, o incluso el supremacismo blanco que habla de ese “gran reemplazo” que convertiría a la población blanca de occidente en minoría étnica. “Las nuevas extremas derechas han venido para quedarse”, dice el historiador italiano Steven Forti, y lo hacen porque sus tesis ganan centralidad en las democracias occidentales, tanto en las instituciones como en el ágora pública, y sobre todo en esa cultura que aterriza cotidianamente en nuestras pantallas a través de la impenitente movilización de sus activistas. “Sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a las fronteras seguras, no a la inmigración masiva; sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas, y sí a nuestra civilización”, clamaba sin pudor la neofascista Meloni en ese vídeo del mitin de Vox que se viralizó por su simplismo y retórica pegadiza. Así es como fondo y forma convergen, a través de argumentarios e imágenes que encuentran en el mundo digital el espacio propicio para hacer circular su odio.

Pero lo preocupante es ver cómo todo esto infecta la sangre de los partidos conservadores. De nuevo es paradigmático el caso de EE UU y un partido republicano rehén del trumpismo. La reciente investigación sobre el asalto al Capitolio muestra la cara más vergonzosa de un partido que mira hacia otro lado ante la corrupción o la evidente incapacidad de Trump para la presidencia. El vínculo entre derechas y sus nuevos extremismos es ya un problema existencial para las democracias, pero no nos equivoquemos: es un asunto estructural que deben resolver los partidos conservadores tradicionales, antes de hacer llamamientos a cordones sanitarios a conveniencia (aquí sí, allá no), en función del tema y el momento. Son los deberes a los que debe aplicarse Feijóo y, después, el resto de actores políticos. La respuesta ante la ultraderecha es defender la democracia, no utilizarla por tocar poder. En EE UU y en Andalucía.

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