Ocasión perdida en América
Los acuerdos alcanzados sobre inmigración en la cumbre de Los Ángeles dejan intactas múltiples necesidades pendientes
La novena Cumbre de las Américas, celebrada esta semana en Los Ángeles, ha ratificado la distancia que separa a Estados Unidos del resto del continente. Las señales de alerta ya ensombrecían la celebración del cónclave con la discusión sobre los países excluidos, pero el encuentro ha confirmado la falta de entusiasmo y, en el mejor de los casos, la frialdad o incluso el malestar que presiden las relaciones multilaterales. Un puñado de declaraciones institucionales genéricas y un acuerdo para regular la migración legal y frenar la ilegal, suscrito solo por 20 de los 35 países de la región, es un resultado demasiado pobre aunque vaya en la buena dirección. El presidente estadounidense, Joe Biden, trató de salvar la cita asegurando que existe un entendimiento de fondo en los asuntos esenciales. Sin embargo, lo que evidenció la cumbre es una radiografía de las muchas cosas que no funcionan en la política exterior interamericana.
Los tropiezos del foro empezaron por las torpezas diplomáticas. Primero, el modo en que se gestionó la exclusión de los representantes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, países a los que Washington acusa de forma sistemática de violar los derechos humanos. Y en segundo lugar, la protesta de otros mandatarios, como el mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien prefirió no acudir generando un pequeño efecto dominó. Así se multiplicaron las ausencias y se alentaron las críticas de algunos de los presentes. En cualquier caso, ese pulso no solo enrareció el ambiente sino que desvió el foco de lo realmente importante. Esto es, los debates sobre la recuperación económica, la sanidad, la seguridad, las medidas contra la desigualdad, las políticas ambientales o migratorias. Esos son los asuntos que interpelan a todos los países del continente y que no se abordaron con un clima de serenidad que pudiera propiciar las bases para algún pacto con recorrido.
Varias voces de signo político opuesto se han referido a esta cumbre, la primera que se celebraba en Estados Unidos después de casi tres décadas, en los mismos términos: ha sido una oportunidad perdida. Biden ha predicado un nuevo acercamiento a América Latina, pero no ha logrado articular una ruptura más tajante con las averías que dejó Donald Trump y crear la nueva sintonía necesaria para abrir una etapa más firme de diálogo y distensión. Por su parte, algunos gobiernos latinoamericanos siguen instalados en una lógica muy recelosa hacia la Casa Blanca que tampoco facilita los lugares de encuentro y negociación. La primera víctima de estas posiciones es la cohesión interna del continente, donde la brecha entre Norte y Sur sigue siendo abismal. Lo que se ha visto esta semana en Los Ángeles encierra el enésimo e implícito llamamiento a que Estados Unidos y el resto de la región adapten su agenda diplomática a las perentorias necesidades que afectan a los países americanos.
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