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EL OBSERVADOR GLOBAL
Columna
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La Cumbre de las Américas y Michelle Bachelet en China

La forma en que las democracias se relacionan con regímenes que violan los derechos humanos influye cada vez en las relaciones internacionales

Michelle Bachelet
Michelle Bachelet y el ministro chino de Relaciones Exteriores, Wang Yi, se saludaban el 23 de mayo en Guangzhou.Deng Hua (AP)
Moisés Naím

Sobre el fracaso de la Cumbre de las Américas ya se ha dicho todo. Ha sido la reunión de presidentes peor organizada desde que en 1994 Bill Clinton convocó a sus pares del hemisferio para acordar iniciativas sobre integración económica y fortalecimiento de la democracia. Era difícil imaginar una Cumbre de las Américas más anodina en su concepción o más mediocre en su ejecución de las que ya habíamos visto durante estos 28 años. Pero Biden y su equipo lo lograron. Para este fracaso contaron, además, con la gran ayuda de los miopes líderes que hoy gobiernan a América Latina. Esta edición de la Cumbre de las Américas ha sido un vergonzoso torneo de mendacidad, hipocresía, necrofilia política y desbordada mediocridad burocrática. La oportunidad de proteger las agrietadas democracias de la región o lanzar ambiciosas iniciativas comunes que pongan a crecer sus anémicas economías se perdió. La Cumbre se consumió en las negociaciones acerca de la lista de invitados. La Casa Blanca había decidido correctamente no invitar a Ejecutivos que abiertamente encarcelan y torturan a quienes se atreven a disentir del Gobierno y sus líderes políticos. Esa decisión no fue bien vista, entre otros, por el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien dijo que no iría si se excluía a Cuba, Nicaragua y Venezuela. El hecho de que los actuales gobiernos de esos países excluyen salvajemente a quienes discrepan de ellos, imponiéndoles largas condenas de cárcel, y en ciertos casos los someten a torturas o hasta asesinan, es obviamente un detalle secundario para AMLO. Otros países se hicieron eco del mexicano.

Es una vergüenza que tantos países de América Latina sean incapaces de romper con las malas ideas que perpetúan la pobreza, la desigualdad y la corrupción. Peor aún es que en la América Latina de hoy los gobernantes que sistemáticamente atormentan a sus opositores no solo son tolerados, sino hasta celebrados.

Un ejemplo de esta propensión al apaciguamiento y la tolerancia con los violadores de derechos humanos fue la visita a China de Michelle Bachelet, quien fue dos veces presidenta de Chile y, desde 2018, es la alta comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas. La expresidenta dirige el organismo cuyo objetivo es promover y proteger los derechos humanos en el mundo.

El pasado mes de mayo, Bachelet visitó China y mantuvo reuniones con varios líderes del gigante asiático, incluida una teleconferencia con Xi Jinping, el jefe supremo. El Gobierno de Pekín ha mantenido un fuerte control y una severa represión de la minoría musulmana uigur. Imágenes satelitales, así como documentos oficiales y testimonios de víctimas han llevado a múltiples gobiernos, ONG y organismos internacionales a denunciar al régimen chino. Lo acusan de perpetrar contra los uigures encarcelamientos masivos, esterilizaciones obligadas, trabajo forzado, separación de familias y torturas, así como la implantación de campañas de adoctrinamiento político y la prohibición de sus prácticas religiosas y culturales.

Cuando se anunció el viaje de la alta comisionada Bachelet, activistas y gobiernos alertaron de que esa visita sería manipulada por el Ejecutivo chino para mostrar al mundo una versión falsa de la realidad de los uigures. El Departamento de Estado de EE UU calificó el viaje de Bachelet como “un error” que sería utilizado por Pekín con fines de propaganda.

Y así pasó. Los medios de comunicación chinos diseminaron ampliamente alegres fotos de la líder chilena chocando codos con Wang Yi, el ministro de Relaciones Exteriores. El ministerio alabó efusivamente la visita, calificándola como “una oportunidad para observar y experimentar de primera mano la verdadera Xinjiang”, la región donde habita la mayoría de los uigures. Ma Zhaoxu, el viceministro de Relaciones Exteriores, explicó que “algunos países occidentales con motivos ulteriores han ido muy lejos en su intento de trastocar y socavar la visita de la alta comisionada, pero su plan no tuvo éxito”.

El secretario de Estado de EE UU no lo ve así. Antony Blinken manifestó su preocupación acerca de los esfuerzos de China por restringir y manipular la visita de la alta comisionada. Según él, Bachelet no tuvo acceso a personas que fueron forzadas por el Gobierno a mudarse a lejanas regiones del país, separándolas así de sus familias. Además, dijo Blinken, las autoridades chinas alertaron a los habitantes de Xinjiang de que “no debían quejarse o criticar abiertamente las condiciones en las que viven”. También lamentó que la comisionada Bachelet no hubiese obtenido mayor información sobre los uigures que han desaparecido.

La Cumbre de las Américas y la visita de la alta comisionada para los Derechos Humanos a China son dos eventos muy diferentes. Pero ambos fueron definidos por uno de los dilemas internacionales más espinosos de estos tiempos: ¿cómo deben relacionarse las democracias con regímenes autocráticos que sistemáticamente violan los derechos humanos de sus ciudadanos?


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