La guerra de los espías
Los sistemas de escucha y sus antídotos entablan una carrera de armamentos que no ganará nadie
Hecha la ley, hecha la trampa, dice la cultura recibida, y con gran acierto. Pero el aforismo también funciona en sentido contrario: hecha la trampa, hecha la ley. Hecho el veneno, hecho el antídoto. Hecho el software espía, hecho el sistema que lo inutiliza. Son carreras de armamentos, como en la lógica militar, la economía financiera y la evolución biológica. En estas carreras gana el más listo, sí, pero solo hasta que se encuentra enfrente a otro más listo todavía. La carrera de armamentos es una pésima estrategia, porque dedica un montón de recursos para que al final no cambie nada, como en el mundo de la Reina Roja de Alicia a través del espejo, un mundo en el que había que moverse sin cesar para permanecer en el mismo sitio.
El ordenador del trabajo no es el equipo más discreto del mundo. Muchos jefes usan bossware (software para jefes) para espiar las conversaciones de cualquier empleado que ande cerca de su computador. La información es poder, ¿no es cierto? La fama de Pegasus está justificada por su sofisticación, pero hay muchas otras aplicaciones de spyware (software para espías) que también colonizan tu teléfono y graban tus conversaciones sin cortarse un pelo. Y hay sistemas como Echo, de Amazon, que escuchan todo lo que diga la gente que esté a su alcance ondulatorio.
Pero hecha la trampa, hecha la ley. Como informa Science, ya está disponible una innovadora tecnología de inteligencia artificial (IA) que va a complicar gravemente la vida a los espías. Se llama Neural Voice Camouflage (camuflaje de voz neural) y genera un ruido espantoso mientras hablas, un jaleo adaptado exquisitamente para confundir a los sistemas de inteligencia artificial que transcriben tus frases. Tú y tus interlocutores humanos no os veis afectados, y podéis hablar sin problemas. Es el robot que escucha al otro lado de la línea, el lado oscuro, el que no es capaz de entender una palabra. Neural Voice Camouflage está entrenado para inutilizarle a él, no a nosotros. Es la muy venerable carrera de armamentos, solo que esta vez entre dos robots. La tecnología puede ser exportable a otros sectores como la lectura de mensajes, y quién sabe si a la geolocalización. Si uno aprende a confundir a un robot, aprende a confundir a todos.
Donald Trump entabló una guerra comercial con China cuyo principal vector era el espionaje científico y tecnológico. Tras décadas de colaboración, Trump montó una escandalera contra los científicos chinos que trabajaban en Estados Unidos, forzó a los NIH (institutos nacionales de la salud, la mayor institución biomédica del mundo) a investigar los lazos de sus científicos con el gigante asiático y hasta mandó al FBI a detener al jefe de Química de Harvard y sacarlo esposado del campus. Joe Biden no ha revertido esa situación, puesto que el número de investigadores con una afiliación doble (Estados Unidos-China) sigue reduciéndose. Un principio clave de la práctica científica, la colaboración internacional, pende de un hilo en este tiempo en que el 5G, el espacio, la comunicación cuántica, la edición genómica y el desarrollo de fármacos innovadores se consideran objeto de espionaje industrial. Entretanto, sigamos mirando dónde caen las bombas y comprando gas al que las tira.
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