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El hombre que quiso reinar

¿Por qué negar el deslizamiento de la hegemonía catalanista hasta la autodeterminación y la independencia?

Pere Aragones
Pedro Sánchez y Pere Aragonès en el Palau de la Generalitat en septiembre de 2021.MASSIMILIANO MINOCRI
Antonio Elorza

La historia tiende a repetirse cuando existe una continuidad como la que apuntamos en fecha reciente sobre el distanciamiento radical de nuestros Borbones respecto de la sociedad española. Una Trinidad —ella, Godoy, Carlos— definida por la reina María Luisa, infinitamente superior a los vasallos, ajena a sus necesidades, cuyo ensimismamiento aún encontramos en el comunicado de la Casa del Rey por la visita de “Su Majestad”.

La agonía entonces evocada de nuestro Antiguo Régimen ofrece un episodio adicional, voluntariamente olvidado, cuya naturaleza supo percibir el ganador del juego, Napoleón: Godoy era el mayordomo de palacio, que, como en la historia medieval francesa, ejercía un poder ilimitado sobre unos “reyes holgazanes”, Carlos IV y María Luisa. Impresentables. Resultó lógico que quisiera reinar. Para ello montó en 1804 una imaginativa relación con el emperador, por encima de los respectivos gobiernos, poniendo los recursos de España al total servicio de Napoleón (primer pago: Trafalgar), en espera de un reino o una regencia en Portugal. El corso lo vio claro: “Godoy es un bribón que me abrirá las puertas de España”. El trampantojo —gracias, Pepa— del principado de los Algarbes, asignado al “infame” en Fontainebleau (1807) fue la llave para ocupar España so pretexto de invadir Portugal. Balance: iniciar el siglo desde la catástrofe de la guerra de Independencia.

Consecuencia: solo cabe esperar efectos negativos caso de imponerse la primacía de las aspiraciones personales de un gobernante sobre los intereses colectivos. Desde coordenadas bien diferentes, y con otros protagonistas, asistimos a un fenómeno similar en la España de hoy. No se trata de un hombre que pretende reinar, sino de quien está dispuesto a todo con tal de seguir gobernando. Hasta el enfeudamiento a los que tienen por objetivo la destrucción del reino. La historia de Godoy se repite.

El peligroso juego continúa hoy, aun cuando tenga una vertiente positiva desarmando la falacia de que todo Gobierno español oprime a Cataluña. Pedro Sánchez insiste razonablemente en el diálogo y las concesiones. ¿Hasta dónde estas?

Desde una visión abstracta de la democracia, ¿por qué negar el deslizamiento de la hegemonía catalanista hasta la autodeterminación y la independencia? Solo que ese dominio nada tiene de democrático, basándose en una presión homogeneizadora permanente, ante todo colectiva, que tantos hemos experimentado incluso a título personal. Un totalitarismo horizontal que se vuelve agresivo ante cada obstáculo constitucional. El mejor ejemplo es la reciente movida contra la sentencia del 25% de enseñanza en español. De ahí que el paso socialista del Rubicón, adhiriéndose al bloque independentista, no para impulsar el catalán, sino para relegar al castellano “curricular” como lengua de aprendizaje, conlleve una quiebra del constitucionalismo. Precio a pagar, dada la subordinación táctica al secesionismo impuesta por nuestro presidente.

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