Godoy pervive en el paseo del Prado
EL PAÍS accede al despacho del valido real en el Cuartel General de la Armada
Madrid conserva intacto el legado íntimo de uno de los personajes más poderosos de toda la historia de España: Manuel Godoy. Quien fuera valido del rey Carlos IV, alteza serenísima, duque de Sueca y almirante del Reino, confeso amante de su esposa la reina María Luisa de Nápoles, atesoró a lo largo de su fructífera vida política un patrimonio artístico tan copioso que apenas unos años atrás viajaba todavía por notarías de media Europa. Pero el despacho desde donde el apuesto antiguo guardia de Corps devenido por su ambición en Príncipe de la Paz impartiera sus omnímodos dictados, los muebles y pinturas que le acompañaron a lo largo de su mandato, tal como él los dejara cuando cayó en desgracia en 1807, permanecen en la sede del Cuartel General de la Armada, en pleno paseo del Prado.
El mobiliario del favorito de Carlos IV fue trasladado desde la plaza de Oriente
Amante de la reina María Luisa, Godoy casó con la condesa de Chinchón
La escalera del Cuartel General es una de las más bellas de España
Las autoridades navales estudian la apertura de la estancia al público
Junto al palacio de Correos, sede municipal madrileña, y frente al Banco de España, el milagro de conservar aquí su legado se debe a la "singular concepción del espacio que se vive en los buques", explica Emilio Alemán de la Escosura, alférez de fragata en la reserva y director de la Fundación del Museo Naval. Fundamenta su aserto en que el antiguo Ministerio de Marina, de espléndida fachada a la calle de Montalbán y al paseo del Prado, se asemeja mucho a la eslora de un poderoso navío, con su torre pareja a un erguido puente de mando. "En alta mar, el marino cuenta con espacios exiguos dentro de sus buques, por ello acostumbra organizar los ámbitos interiores con un alto grado de exquisitez", apunta. Tal es la magnificencia con la que Godoy impregnó su despacho, uno de los gabinetes más lujosos de todo el país, equiparable solo a los gabinetes regios. Godoy casó con Teresa de Borbón, prima de Carlos IV y condesa de Chinchón, dama de acrisolado buen gusto y retratada, como él mismo lo fuera, por Francisco de Goya.
La herencia ornamental del palacio del valido extremeño muerto en 1851 en el exilio, en París, y enterrado en el cementerio del Père Lachaise, fue trasladada en 1929 pieza por pieza, paredes, techos y ornamentos, desde su antiguo emplazamiento en la plaza de la Marina Española, junto al Senado y la calle de Bailén, hoy sede del Centro de Estudios Constitucionales, hasta la planta noble del entonces Ministerio de Marina y hoy Cuartel General de la Armada, donde se integra dentro de las dependencias adscritas al almirante jefe del Estado Mayor. Solo se abre para recepciones del más alto rango estatal. El conjunto de estancias guarda las mismas proporciones que tuvieron las originales de los despachos de Godoy en el viejo palacio donde estableciera su sede administrativa el valido de Carlos IV en torno a 1792; fue ocupado por el duque de Berg, Joachim Murat, bajo la invasión napoleónica en 1808, transformado en sede del Almirantazgo hasta 1826 y en Ministerio de Marina, Guerra, Hacienda y Gracia y Justicia hasta mediado el siglo XIX. Las dimensiones de los nuevos despachos fueron pues reproducidas con exactitud por los arquitectos Francisco Javier Luque y José de Espeliú en el nuevo edificio ministerial del paseo del Prado, culminada su construcción en 1930.
Consta el despacho de Godoy de un plafón clasicista pintado a fines del siglo XVIII por José del Castillo, con un medallón central ilustrado con cinco amorcillos circundado por 12 hembras que representan otros tantos signos del Zodiaco. Cartelas con esfinges, donde algunos han querido ver, sin prueba documental, el pincel asombroso de Francisco de Goya, decoran las sobrepuertas de la sala y caprichosos grifos ornamentan el friso que corona los muros, ricamente enmaderados en caoba con aplicaciones de lustrosos bronces e incrustaciones de escayola dorada, como las de una cuadriga exenta que, junto a águilas, corceles y victorias aladas sobresalen de los relucientes paramentos forrados de maderas nobles y tachonados por brillantes metales. Una lámpara dieciochesca, esmaltada de caprichosa chinería, pende del techo, que proyecta su perfil sobre una mullida alfombra procedente de la desaparecida Real Fábrica de Santa Bárbara. Completa el decoro de la fastuosa sala un óleo sobre lienzo de autor anónimo que retrata al marqués de la Victoria, Juan José Navarro de Viana (1678-1722), quien fuera entonces capitán general de la Armada española.
Contiguo al despacho de Godoy se abre el salón denominado del Rapto de Ganímedes, por la aguileña escena mitológica representada en su techo; sirve de antedespacho al anterior y permanece reservada igualmente para los actos oficiales de rango estatal. También procede del antiguo palacio del valido de Carlos IV y -según recientes estudios- amante asimismo del monarca. La pieza presenta tonos celestes, con pinturas marineras de buques como el acorazado Pelayo y sofás de reposabrazos en maderas blancas, tapizados en terciopelo azul, de estilo imperio. Un retrato del rey Alfonso XII, obra del pintor Casals, más otros dos, uno del conde de Floridablanca y otro del teniente general Aristizábal, completan la decoración de la estancia, que parece conservar, encapsulado, el aroma de una época.
Unido a esta sala se encuentra el espacioso Salón de Actos del Cuartel General de la Armada presidido por un medallón circular, tondo, que representa a la diosa Clío mientras redacta la historia de la Marina de España, algunos de cuyos principales protagonistas, como los almirantes Álvaro de Bazán, Cosme Damián Churruca, Francisco Moreno y Domingo de Nava, aparecen efigiados en pinturas que ornamentan la estancia, donde un atril con micrófonos parece aguardar la llegada de invitados. Debajo de un panel que representa la batalla de Lepanto, librada en las costas griegas en 1571, una obra del pintor Manuel Benedito esmalta la figura del almirante Pascual Cervera, muerto en 1909.
Una atmósfera de confort envuelve las estancias del palacio madrileño y las impregna de un aura repleta de historicidad, como la que destila la cercana Sala de Apolo, donde sesiona el Consejo Superior de la Armada. Su techo en forma de artesa muestra en cada paramento una secuencia de musas embutidas en gasas y mantos de colores vivos, sobre fondos negros, que, a juicio del historiador de la Armada, coronel del Cuerpo de Intendencia, Rafael Estrada, parecen evocar a las bacantes de las Antigüedades de Herculano, en las que se inspiraría para su hechura su autor, José del Castillo, con obras en Madrid como las que pintó para la iglesia de San Francisco el Grande.
No lejos de estas salas que configuran la zona noble del enorme palacio de la calle de Montalbán, con dos garitas flanqueando su fachada y decoración de estilo neomanuelino, gótico portugués trufado de ornamentaciones marineras como cabos, estachas y nudos, se encuentra otro de los principales testimonios de la magnificencia artística que la Marina custodia: la escalera principal del Cuartel General de la Armada. Se trata de una de las mejores piezas de la arquitectura interior madrileña, a juicio de Emilio Alemán de la Escosura, director de la Fundación del Museo Naval. La esbelta silueta de la escala sobrecoge por su belleza, enmarcada por las elegantes vetas de un mármol de Carrara color crema intenso, que conduce la mirada peldaños arriba, donde un repecho vira su sentido y deja morir la mirada sobre un friso con guerreros, de sabor italiano y batallar alejandrino, bajo tres arcos separados por dos columnas a modo de parteluces.
"La piedra fue traída en barco de Italia a España en 1870 coincidiendo con la entronización parlamentaria de Amadeo de Saboya, con el propósito regio de emplearla en la construcción de un futuro palacio de la Ópera en Madrid", señala Alemán de la Escosura. "La brevedad del reinado de Amadeo I dejó varada la carga de mármol en un almacén oficial hasta que fue rescatada por los arquitectos del entonces Ministerio de Marina y hoy Cuartel General de la Armada, Luque y Espeliú; fue este alarife quien culminó propiamente la construcción de la escalera, muy desconocida por los madrileños", apunta Rafael Estrada. Las autoridades estudian la apertura al público de esta vía, una vez solventados los problemas que la decisión pueda arrostrar.
El relato que evoca tan excelsa escala, con aplicaciones metálicas brillantes en sus rellanos, da idea de su valor, conformando un elemento ornamental único en Madrid por la suntuosidad de su porte, flanqueado en el arranque por dos masas marmóreas que evocan los grandes fanales de popa de los buques. Por cierto, estas acristaladas farolas de sabor tan naval sirven de primordiales decoraciones de las fachadas manuelinas del edificio al paseo del Prado y a la calle de Montalbán, con brugnato o almohadillado en la base, ventanales de arcos abocinados y escudos en la zona intermedia, arcadas menguantes apuntadas arriba y arquillos de medio punto en el remate, en una secuencia ascendente de señera imagen, que le confiere la singularidad de uno de los edificios más potentes de Madrid. Toda la riqueza artística del palacio es Patrimonio del Estado.
La supervisión y mantenimiento de su ajuar artístico, como las espléndidas vidrieras emplomadas por Maumejean, recientemente restauradas, que tachonan el cielo de sendos patios, uno de ellos con los emblemas heráldicos de los principales linajes vinculados a la Marina, corresponde al Museo Naval. Su conservadora Ana Rosa Togores destaca que el museo, paredaño al gran edificio, compone otro enorme cofre de tesoros históricos que contiene sorprendentes fondos, como la cerámica, los utensilios o cañones rescatados del galeón español San Diego hundido en Filipinas en el siglo XVII, o el primer mapamundi original del cartógrafo español Juan de la Cosa. Todo ello da cuenta del relato de historia universal escrito por España en los océanos, así como de la honda articulación de la Armada con la estructura del Estado, desde que los primeros bajeles surcaran el Mediterráneo a la singladura americana y el despliegue científico del siglo XVIII, tan vinculados a la navegación y a su arte hasta nuestros días.
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