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La globalización también era esto

Los damnificados por la invasión de Ucrania van mucho más allá de las partes implicadas, y en la medida que el conflicto se prolongue cabe esperar agravamiento de las consecuencias

Zelenski congreso
El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, se dirige por videoconferencia al Consejo de Seguridad de la ONU en Nueva York, el pasado 5 de abril.TIMOTHY A. CLARY (AFP)
Eva Borreguero

Existen razones de interés y razones del corazón en las posiciones de neutralidad frente a la invasión de Ucrania. Entre las primeras, esgrimidas por los países que se abstuvieron en la Asamblea General de la ONU, la mayoría africanos y asiáticos, destacan las prioridades geopolíticas y los vínculos de dependencia militar con Rusia. Las segundas, comúnmente aceptadas por la opinión pública del sur global, expresan la indolencia del “esta no es nuestra guerra” y un reproche hacia Occidente en el que se entremezclan agravios históricos e inculpaciones raciales (a los ucranios se les acoge por ser blancos, no recibieron el mismo trato los sirios). Apriorismo que pone de manifiesto la dificultad de vislumbrar las conexiones globales del conflicto y, que de paso, permite encubrir la falta de respuesta a la crisis humanitaria: más allá de la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá, únicamente Turquía ha ofrecido una ayuda significativa a los refugiados ucranios.

Error de cálculo. Guste o no, la guerra de Vladímir Putin es una guerra de todos que, al igual que la pandemia, nos enfrenta al lado oscuro de la globalización. Donde la sacudida inicial de Europa ha generado una reacción en cadena que reverbera sobre otros continentes: subida del coste de la energía y los alimentos, consecuente inflación, reducción del poder adquisitivo de las familias, interrupción de las cadenas de suministro... Imaginemos, asimismo, la repercusión en escenarios que carecen del entramado institucional europeo, en territorios mucho más pobres, políticamente inestables o sencillamente con tensiones transfronterizas de mayor calado. El Banco Mundial, en el informe Reshaping norms: a new way forward, avisa que las economías de Asia Meridional comienzan a padecer los primeros efectos del enfrentamiento: la expectativa de crecimiento ha bajado un punto y se prevé el recrudecimiento de otros males en una región que todavía no se ha recuperado de la pandemia de la covid-19, y que en estos momentos atraviesa una abrasadora ola de calor, con las temperaturas más altas desde que existen registros.

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En otro orden de cosas, el regreso al hard power tendrá de igual modo repercusiones inesperadas para la arquitectura de seguridad de China y Corea del Norte. Sus rivales, Japón y Corea del Sur, se plantean nuevas políticas de defensa que incluirían el abandono de las tesis pacifistas de Tokio, como ha hecho Alemania, y la posibilidad de un rearme nuclear de Seúl. A la vista del elevado precio que ha pagado Ucrania por abandonar las armas nucleares en 1994, la disuasión nuclear pasa a un primer plano y adquiere la dimensión de necesidad vital.

Los damnificados por la invasión de Ucrania van mucho más allá de las partes implicadas, y en la medida que el conflicto se prolongue cabe esperar agravamiento de las consecuencias. Para todos: críticos, afines y neutrales con Putin.

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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