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ofensiva de Rusia en Ucrania
Columna
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Dos genocidios

La operación de aniquilamiento de Ucrania constituyó el núcleo de la “operación militar especial”, incluidos crímenes en cadena contra la humanidad como el de Bucha

Restos quemados de civiles exhumados en Bucha, Kiev.
Forenses ucranios colocan en bolsas para cadáveres restos quemados de civiles exhumados en Bucha, en abril.VALENTYN OGIRENKO (REUTERS)
Antonio Elorza

Hace unos días, Joe Biden sacó la lógica consecuencia de su valoración del ataque de Putin a Ucrania como “criminal” y de su aversión a las grandes matanzas del siglo XX. Calificó cuanto sucede en Ucrania, como antaño en Armenia, de genocidio. Añadió una precisión: se intentaba borrar la idea de una identidad ucrania. El presidente americano seguía fiel al concepto de genocidio, creado por Raphael Lemkin. No se trata solo de una sucesión de “atrocidades” individuales, cometidas por responsables de “crímenes de guerra”, destinados al castigo —Estatuto de Roma de 1998—, sino ante un proceso colectivo, tanto desde el punto de vista del genocida como desde la víctima. Crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad pueden formar parte de la ejecución de un genocidio, pero en sí mismos carecen de su dimensión finalista. Bush Jr. cometió sin duda un crimen contra la humanidad al invadir Irak, pero no buscaba exterminar al pueblo invadido; fusilar como rebeldes a los oficiales republicanos era un crimen de guerra, que en este caso sí formaba parte del genocidio pensado y dirigido por Franco.

Atendiendo a los criterios de Lemkin, la guerra de España fue un genocidio: Franco y sus cómplices no pretendieron solo un cambio de régimen, sino una “operación quirúrgica” —Franco dixit, noviembre del 35— para extirpar física, política y culturalmente a la Antiespaña del cuerpo nacional. Bien que lo llevaron a cabo, desde el maniqueísmo y la deshumanización propios del miles gloriosus africanista. Todo genocidio requiere esa base ideológica de un “plan coordinado” para organizar una conspiración preparatoria del ataque. También aquí la conjura militar precedió al levantamiento de julio, orientado de inmediato al exterminio del otro; siendo esta su finalidad, subsistió mucho más allá del fin de la guerra.

Reencontramos en la agresión a Ucrania esas cuatro fases del proceso de exterminio, observables asimismo en los antecedentes armenio y judío. Putin y sus turiferarios forjaron previamente una mitología contra la traición de los europeístas ucranios, pues Rusia y Ucrania son un pueblo. Por eso, restaurar dicha unidad constituye “un objetivo sagrado”, que, como en la España del 36, convierte el amor a Ucrania en siembra de su destrucción y muerte. La conspiración tuvo lugar aquí por vía del cerco militar, mendazmente sin propósito de invadir. Y la operación de aniquilamiento de Ucrania constituyó el núcleo de la “operación militar especial”, incluidos crímenes en cadena contra la humanidad como el de Bucha. Para culminar con la inmediata “rusificación” de las zonas ocupadas. Genocidio de manual. Biden acertó de pleno. Lemkin sentenció a Hitler, “jefe de Estado y criminal común”. Lavrov une los hilos al acusar a Zelenski de tener como Hitler orígenes judíos.

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