Tres tristes tigres
Colombia no soporta ni uno solo más de estos gerentes desarrollistas con aires de ‘coach’ que ven el país como una artesanía muy bella
Sube el telón. Hay tres tristes precandidatos sentados en el enorme escenario –el escenario luminoso del primer debate presidencial de Caracol Radio, W Radio y EL PAÍS– dispuestos a demostrar desde las 7:00 de la mañana que los otros dos sí son políticos. Los tres son los primeros en las encuestas de sus coaliciones: de izquierda a derecha, como se dice en las fotos, Gustavo Petro, Sergio Fajardo y Federico Gutiérrez. El excongresista Petro, imbatible en esta clase de encuentros, ha conseguido representar esa enorme Colombia dentro de Colombia que no solo ha sido muy poco representada, sino muy poco vista, sí, negada a muerte. El exgobernador Sergio Fajardo, perseguido hasta la ruina por los organismos de control, busca encarnar el reformismo sin visos de revanchas que alguna vez quiso encarnar el Partido Liberal. El exalcalde Federico Gutiérrez, con fama de mano dura de las de antes, saca la cara por aquella derecha a la que le exaspera la política: aquí no vinimos a hablar, sino a hacer.
Colombia siempre se ve igual si uno la ve de cerca: según Indepaz, que sabe lo que ve, en lo que va de 2022 han sido asesinados 57 colombianos en 13 masacres en 10 departamentos del país. Pero el país se ha ido transformando como tantos experimentos humanos en la Tierra: el bipartidismo claro pero brutal que llegó a promover guerras civiles en los dos siglos pasados, y que en las últimas tres décadas fue reemplazado por un reguero de movimientos con fecha de vencimiento más parecidos a clubes de fútbol que a organizaciones políticas, es hoy una batalla entre tres bregadas coaliciones. Petro encabeza los sondeos del Pacto Histórico. Fajardo aún es, a pesar de todo, el más fuerte de los aspirantes de la Coalición de la Esperanza. Gutiérrez, del llamado Equipo por Colombia, parece ser el favorito de los electores que temen a los progresismos como antes se les temía a las conspiraciones judeomasónicas: “¡Castrochavismo!”.
Algo tiene que haber cambiado en el país en los años violentos y banales del presidente Duque –quizás la imperdonable reedición de la guerra, una vez más delegada por completo a las Fuerzas Militares, haya removido los estómagos nacionales uno por uno– para que los tres principales precandidatos de estas tres fuerzas políticas de manual tengan en común el hecho de haber votado sí a los acuerdos de paz con las FARC, y la convicción de defender su implementación. Es seguro que los tres, de izquierda a derecha, además consideran que la pobreza, la explotación, la segregación, el clasismo y el machismo son contrarios a la democracia. Y, sin embargo, el primer debate presidencial de Prisa Media, conducido sagazmente por el periodista Roberto Pombo, muy pronto responde la pregunta de qué significa votar por cada cual.
El articulado Petro, más cerca de Fajardo de lo que suena, habla de defender el desarrollo que trae la paz, de no depender de los mismos productos fósiles de siempre, de dejar atrás la Colombia rentista, de desmontar las muchas causas del delito empezando por el hambre, de recuperar el empleo, tan golpeado, elevando aranceles en las industrias devastadas por el capitalismo salvaje. El redimido Fajardo, más cerca de Petro de lo que parece, habla de un cambio inaplazable del modelo económico, de crear entornos cuidadores para que los jóvenes no terminen en la delincuencia, de una educación redoblada y gratuita que libre de la tragedia de las desigualdades, de una formación para el trabajo que saque adelante el país rezagado en las regiones. El gerencial Gutiérrez habla de mirar hacia delante, de sumarle a la seguridad las oportunidades, de cambiar la retórica por la administración, de reemplazar la ideología por el sentido común, de derrotar el populismo por medio de la libre empresa, de la competitividad 4G, 5G.
Es claro, hacia las 8:00 a.m., que esta campaña tan larga está hasta ahora comenzando: vaya usted a saber en qué va a terminar nuestra trama llena de tramas. Pero desde ya puede decirse que no le conviene a este país en vilo otro presidente que cuente cuerpos de enemigos internos pero no atienda a las cifras de civiles caídos en los cuatro puntos cardinales: Colombia no soporta ni uno solo más de estos gerentes desarrollistas con aires de coach que ven el país como una artesanía muy bella, insisten en el prohibicionismo como secuaces de senadores republicanos, celebran un Estado austero dedicado a tramitar negocios, confunden el espíritu crítico con la traición a la patria, conectan con la ciudadanía santiguándose, sobreviven a las protestas diciéndose que son conspiraciones de la oposición y están francamente convencidos de que la democracia vendrá por añadidura si se sacan adelante un puñado de obras públicas.
Baja el telón. Baja, claro, pues algo de teatro ha tenido este debate: no solo porque los tres candidatos han interpretado sus personajes según sus talentos desde sus sillas con ruedas, sino porque, mientras hacían lo posible e imposible para probarnos que elegirlos es cuestión de vida o muerte como todo aquí en Colombia, en la tras escena en la que tantos deciden vengarse de los políticos con su voto no dejaba de ser un error despreciar al uribista Zuluaga, el aspirante de ese movimiento caudillista, el uribismo, que ha definido al país del siglo XXI, y parecía lo sabio no dar por sentado a los demás precandidatos de las tres coaliciones en pugna, y seguía subiendo y subiendo en las encuestas como un fenómeno populista al pie de la letra -y seguía siendo el favorito de las redes y de los electores que ya no creen en nada- aquel ruidoso exalcalde de Bucaramanga de 76 años: el ingeniero santandereano Rodolfo Hernández.
Baja el telón. No hay tiempo que perder: el sainete del ingeniero, que solo se obedece a sí mismo, puede vencer como una tormenta tropical a esas tres coaliciones a regañadientes que tanto les han costado a tantos egos de izquierda a derecha.
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