Rodolfo Hernández, el ‘millennial’ de 76 años que quiere gobernar Colombia
Desde que lanzó su candidatura en agosto de 2021 y hasta ahora no ha aparecido en un acto de campaña. Pero si yo fuera Gustavo Petro, miraría su ascenso con preocupación
Si yo fuera Gustavo Petro, el candidato que va punteando en las encuestas presidenciales en Colombia, miraría desde ya con cierta preocupación el ascenso en los sondeos de Rodolfo Hernández.
En Hernández todo es bizarro, por decir lo menos. No le gusta que lo presenten como político sino como “el ingeniero Hernández”, algo inusual en Colombia donde a todos los poderosos se les dice “doctor”, así no se lo merezcan. Hernández, a diferencia de los demás candidatos, es un ingeniero rico. Su fortuna la amasó hace mucho tiempo en el mundo de la construcción, condición que le permitió entrar en la política por un movimiento independiente sin el apoyo de los clanes políticos que todo lo cooptan y sin esperar a recibir la bendición de algún expresidente.
Su primer escalón en la política lo hizo como alcalde, al igual que el presidente salvadoreño Nayib Bukele, quien antes de llegar a la presidencia fue alcalde de San Salvador. En 2016, Hernández fue electo para la alcaldía de Bucaramanga, una ciudad que queda en el nororiente del país, en la frontera con Venezuela. Aunque de inmediato se convirtió en una figura nacional por sus escándalos mediáticos, Hernández logró sanear las arcas de esa ciudad.
Desde que lanzó su campaña presidencial ha sorprendido por el gran manejo en las redes y, al igual que Bukele, se ha afincado en ellas para remontar. Y lo está logrando.
Decir que Hernández es una copia de Bukele sería una exageración. Mas acertado sería decir que estamos ante un candidato sin molde, difícil de descifrar, que nos tiene a todos muy despistados.
Mientras Petro se sube a las tarimas, llena las plazas de las ciudades de Colombia y abre sedes de su campaña en todo lado, Hernández ha conseguido ser el segundo candidato con mayor presencia en los sondeos sin haber salido de su casa. Eso no lo hizo ni Bukele, a quien le tocó mezclar plaza pública con Twitter.
Desde que lanzó su candidatura en agosto del 2021, no ha hecho ni una manifestación pública; tampoco tiene sedes ni jefe de campaña. Su fortín electoral son sus seguidores en las redes. Su cuenta en TikTok con 258.000 seguidores y cerca de 1.800.000 likes, supera a la de Gustavo Petro, quien solo tiene 21.900 seguidores y 110.500 likes. Según las mediciones electorales, su campaña digital ha sido tan convincente que cerca de uno de cada tres colombianos que ven sus videos en TikTok quedan enganchados. A sus 76 años, es el candidato que más ha aumentado en intención de voto y el único que ha incrementado su imagen favorable mientras que las de los demás decrecen.
Al inicio de la campaña, sus críticos dijeron que Hernández era el gran aliado de Petro, pero tampoco atinaron. Las suspicacias comenzaron porque Hernández siempre ha esquivado cualquier confrontación pública con Petro y viceversa. El ingeniero sostiene que ha almorzado por lo menos cinco veces con Gustavo Petro, pero que nunca han sellado ningún acuerdo.
Su manera de hablar sobre la corrupción y su insistencia en mostrarse como un candidato de la gente pese a que es un millonario, sumado a la promesa de que si llega al poder va a fortalecer a la Jurisdicción Especial para la Paz, el tribunal de justicia transicional que se creó a partir de la firma de los acuerdos de paz, ha hecho que muchos intelectuales de izquierda como el escritor William Ospina lo consideren como el candidato que mejor interpreta los deseos de cambio de Colombia.
Sin embargo, hay otros que dicen todo lo contrario y aseguran que Hernández es nuestro nuevo Trump y el verdadero gallo tapao de Uribe. Para afianzar esta tesis sacan a colación no solo su temperamento autoritario y sus frases machistas y despectivas, sino una entrevista que el ingeniero dio hace unos años en la que sale diciendo que él siempre ha “admirado a un pensador alemán que se llama Hitler”. Hernández ha tratado de decir que fue un lapsus lingueae y que se confundió con Einstein. Sin embargo, eso de considerar a Hitler y Einstein como dos grandes filósofos sin decir lo que realmente fueron, lo que demuestra es que más que un candidato de la extrema derecha, Hernández es un millonario inculto y demagogo.
Hernández en realidad no es el gallo tapao de nadie sino de él mismo. Detrás del ingeniero solo está el candidato y su ambición de poder. Y no pierdan el tiempo buscándole la ideología porque tampoco la tiene. Para él la política es un negocio más que se mide por los costos y los beneficios.
Hernández ha hecho de la política un gran negocio. Sus videos en TikTok lo han convertido en un ídolo entre los taxistas, los empleados de banco y los que atienden en los supermercados. Con la manera directa y cáustica como asegura que si llega a ser elegido presidente le va a quitar a los corruptos el poder para devolverlo a la gente, se está apropiando de la bandera de la lucha contra la corrupción.
La gente se identifica tanto con lo que dice que hasta le perdona todas sus salidas de madre. Puede darse el lujo de hacer comentarios misóginos y machistas que acabarían con cualquier campaña, sin que le pasen factura. Hace un tiempo comparó a un candidato a la alcaldía de Bucaramanga que se había paseado por todos los partidos con las prostitutas de un puerto sobre el río Magdalena y dijo que “era un candidato más manoseado que las prostitutas de Puerto Wilches”.
Su receta es tan obvia que hasta resulta inane: dice a las cosas por su nombre. El ingeniero es un hombre arrecho como lo son los colombianos del departamento de Santander. Es decir, habla de frente, sin arandelas, de manera cruda y sin dorar la píldora. En un país donde el lenguaje del poder impuso el eufemismo para maquillar la realidad, –a los asesinatos de civiles a manos de militares durante el Gobierno de Uribe se les llamó “falsos positivos” y el propio presidente Duque decidió que a las masacres había que decirles “homicidios colectivos”–, un candidato como Rodolfo, que dice las cosas por su nombre, ha resultado ser toda una novedad. Así de mal estamos en Macondo.
Sin embargo, una cosa es ser un santandereano arrecho y otra es legitimar la violencia cuando se le salta el bloque y las cosas se le salen de madre. Eso le pasó a Rodolfo Hernández cuando era alcalde de Bucaramanga y apareció en un video insultando a un concejal al que le terminó pegando un coscorrón. Cuando le preguntaron si no había ido demasiado lejos en su furia, él respondió diciendo que la razón de su ira se debía a que el concejal le había ido a pedir una coima. “La gente no me echó en cara que yo me hubiera excedido al golpear al concejal porque entendió que le estaba pegando un coscorrón a un corrupto”, fue la respuesta que me dio hace poco en una entrevista.
Hernández no solo tiene licencia para dar coscorrones. También la tiene para hacer el ridículo. Ha salido en CNN en piyama de seda a lo Hugh Hefner y en un video de TikTok como Papa Noel. Con cada payasada, sus seguidores lo aman aún más.
Hernández es el Hugh Hefner de la política digital, es el papá Noel que nos protege y también el justiciero que dice quiénes son los corruptos que hay que sacar del edén. Así lo ve la gente.
Pilas con este candidato. Él sabe que la política dejó de hacerse hace rato en las plazas y en las tarimas y que gran parte de esas emociones se han trasladado al mundo de las redes. El ingeniero es hoy no solo el rey del TikTok sino el dueño de la emoción.
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