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COLUMNA
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Asalto a la razón

Si hay una cápsula espacial para salvarse del meteorito, no duden quién acabará subido a ella

Col Máriam 2/1
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

Quien salta fuera del sentido común parece un loco. No es el caso de Don’t Look Up, de Adam McKay, donde el loco parece el que tiene el sentido común: el científico. Es el resumen de lo que es el trumpismo, un fenómeno nada local a juzgar por lo que vemos en Francia. Y es que hay algo profundamente estadounidense en la narrativa transfóbica dirigida a Brigitte Macron desde círculos conspirativos cercanos a QAnon, tal y como sucedió con Clinton y el Pizzagate. Es el mundo al revés: el rumor —que Brigitte Macron nació hombre— alcanza centralidad en el debate público, mientras hechos probados que alertan del cambio climático parecen cosas de activistas radicales. ¿La razón? Prueben con la polarización política: la forma en la que defendemos posturas en el espacio público acaba provocando su tribalización. Pero esa palabra, “polarización”, a veces denota una falsa equidistancia: mirar arriba o abajo tiene implicaciones muy distintas. Por eso es tan conmovedora la escena donde el científico exclama desesperado: “Sabemos que el cometa existe porque lo vimos. Por el amor de Dios, ¡si hasta le sacamos una puta foto!”. El lamento ante las cámaras es angustioso. “No tiene preparación mediática”, insisten, y es incapaz de contar lo que ocurre “sin un relato”. Curiosamente, eso le hace parecer un loco.

En realidad, la peli nos dice que una democracia solo se sostiene bajo una arquitectura que permita un rastro de objetividad, un espacio donde estemos seguros de que, a pesar de las diferencias, todos hablamos el mismo lenguaje. Aunque podamos discutir sobre cómo implementar políticas públicas, debe haber un sentido de lo común, de lo que nos une. Y quien decide salirse de ahí (afirmando, por ejemplo, que el virus no existe, como Bolsonaro) debería parecernos un loco; o quien afirma impertérrito, como Trump, que beber lejía puede ayudar contra el virus; o como nuestro Torra, cuando decía que Cataluña padecía una crisis humanitaria. Por supuesto, sabía que no era cierto, pero le daba igual. El objetivo es saltar conscientemente fuera de la zona compartida porque eso fractura el sentido común, divide y daña la convivencia, tribalizando a la sociedad. Esa es la cosecha.

Pero ver a Trump ahora reconociendo la eficacia de las vacunas y ser abucheado en sus propios mítines indica que solo le cabe doblegarse, esclavo de sus propias mentiras. El episodio muestra, sin embargo, que el populismo se ha endurecido. Si la tribu es capaz de abuchear al líder, es que ahora es mucho más que un culto a la personalidad, como alertaba Janan Ganesh en el Financial Times: “Es un credo con líneas rojas filosóficas y casi teológicas”. El trumpismo podrá, así, continuar sin Trump porque, al sobreexcitar las pasiones nacionales, estas cobran siempre vida propia, hasta perpetrar, por ejemplo, un asalto al Capitolio. Porque, si hay una cápsula espacial para salvarse del meteorito, no duden quién acabará subido a ella…

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