Un nuevo presidente para una nueva Constitución
Boric tiene una misión de largo plazo, que debiera marcar al Chile de las próximas décadas: lograr que se apruebe una nueva constitución
No es fácil leer el nuevo Chile, ese que estalló en las calles en octubre de 2019 y que este domingo eligió a Gabriel Boric Font como el presidente más votado en su historia. Los analistas ensayan interpretaciones contradictorias y las sucesivas votaciones de estos dos años arrojan resultados zigzagueantes: mientras casi el 80% del país aprobó la redacción de una nueva Constitución y luego eligió a los integrantes de la nueva Convención Constitucional que la redactará con un sello marcadamente izquierdista, pocos meses después escogió un Congreso en que la derecha tiene prácticamente la mitad de los escaños y permitió el avance de un candidato presidencial ultraderechista que por momentos pareció tener la posibilidad real de llegar a La Moneda. No lo logró, pero el Chile en el que le tocará navegar a Boric es particularmente complejo.
Como es natural, las preguntas postelectorales se enfocan en los desafíos inmediatos: qué fuerzas integrarán su Gabinete, cómo lidiará con una economía sobrecalentada, acaso será posible implementar un programa que requiere de una importante reforma tributaria y si tendrá los votos en el Congreso para cumplir sus promesas electorales. Todas esas son dudas legítimas que comenzarán a responderse en las próximas semanas y meses, marcando el éxito o fracaso del nuevo Gobierno. Pero Boric tiene una misión de más largo plazo, que debiera marcar al Chile de las próximas décadas: lograr que se apruebe una nueva Constitución.
El liderazgo de Boric está íntimamente ligado al proceso constituyente. Cuando en medio del estallido social el temor de una crisis institucional empujó a las fuerzas políticas a firmar un acuerdo que comprometía un plebiscito para cambiar la Constitución de 1980, Boric fue uno de los protagonistas de las negociaciones. Sin embargo, al llegar el momento de firmar el acuerdo, su partido, Convergencia Social, lo desautorizó y decidió no suscribir el documento. Entonces Boric hizo algo inesperado: firmó igual, dejando en claro que lo hacía a título personal.
La decisión tuvo un costo político inmediato. Un grupo de correligionarios lo denunció al Tribunal Supremo, que congeló temporalmente su militancia y finalmente lo castigó con una amonestación privada. El partido se quebró con la renuncia de un grupo importante de militantes, entre lo que se contaban dirigentes históricamente cercanos a Boric.
A la larga, Boric terminó convirtiendo el episodio en parte de su capital político. La salida institucional a la crisis logró un amplio apoyo entre la ciudadanía y Boric siempre recuerda lo que pasó para mostrarse como un político que privilegia el diálogo y la búsqueda de acuerdos.
Pero la instalación de una Convención Constitucional en julio pasado fue solo el inicio del proceso constituyente. El organismo, que partió con un alto respaldo ciudadano, ha ido perdiendo apoyo a medida que avanza su trabajo. El dato es relevante, porque su propuesta debe someterse a un plebiscito de salida, con voto obligatorio, que ratificará o rechazará la nueva Constitución.
Los resultados de la primera vuelta presidencial y el éxito de la derecha en el Congreso fueron una primera señal de alerta de que una victoria en el plebiscito no está asegurada. En la Convención Constitucional los datos fueron leídos como un mensaje hacia ellos también. Hubo autocríticas respecto a un debut marcado por la catarsis, las luchas identitarias y ciertos excesos que despertaron cuestionamientos. Se habló de moderar discursos y contenidos.
Un Congreso cargado a la derecha podría dificultar la aprobación de leyes necesarias para implementar una nueva constitución, pero el principal temor era un triunfo de José Antonio Kast, quien fue un abierto opositor al cambio constitucional. La victoria de Boric despeja ese obstáculo, aunque no garantiza la aprobación en el plebiscito de salida.
Boric deberá dar el apoyo institucional a la Convención y terminar los roces con La Moneda que han caracterizado la relación con el Gobierno de Piñera. Ese es el piso. En lo político, tendrá que equilibrar el respeto a la independencia del organismo y su rol de líder de la coalición Apruebo Dignidad. Dentro de la Convención este grupo actúa a dos bandas, con el Frente Amplio haciendo de bisagra entre los extremos e impulsando reformas de izquierda más moderadas, y con el Partido Comunista, que empuja cambios más radicales.
En su primer discurso, Boric envió una señal hacia la búsqueda de acuerdos: “Por primera vez en nuestra historia estamos escribiendo una Constitución de forma democrática, paritaria, con participación de los pueblos originarios. Cuidemos entre todos este proceso para tener una Carta Magna que sea de encuentro y no de división”.
Está todo por escribirse aún. Una Constitución de “encuentro”, como la que plantea Boric, seguramente implicará concesiones a algunos de los impulsos transformadores de sus adherentes. Y, aún así, la resistencia al cambio es tan fuerte en un sector de la derecha que probablemente Boric se encontrará nuevamente frente a Kast y los suyos en la campaña por el plebiscito de salida. De cuán reflejados se vean todos los chilenos en la nueva Constitución dependerá quién gane entonces. Esto recién comienza.
Francisca Skoknic es periodista chilena, cofundadora y editora de LaBot, donde escribe un newsletter semanal sobre la Convención Constitucional
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