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Columna
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Demócratas intachables

Vladímir Putin y Xi Jinping no son tan solo dictadores filósofos. Son también grandes personalidades, artistas e incluso empresarios, aunque no muy dados a la competencia

Putin y Xi Jinping
El presidente ruso, Vladímir Putin, saluda a su homólogo chino, Xi Jinping, durante su visita a Moscú (Rusia) en 2019.Alexander Zemlianichenko, Pool
Lluís Bassets

Vladímir Putin y Xi Jinping se hacen los ofendidos. Joe Biden no les ha invitado a la cumbre. Es una jugada impropia. A Donald Trump no se le hubiera ocurrido, ni le importa el retroceso de la democracia en el mundo. Al contrario, es notable su aprecio hacia los autócratas y especialmente a estos dos que lideran la división de honor de las dictaduras.

No les faltan motivos al ruso y al chino. Quizás dentro de un tiempo, después de las elecciones de mitad de mandato de noviembre de 2022, Biden estará en disposición de dar lecciones al creciente número de autócratas que hay en el planeta, pero antes tiene que ganarlas y convencernos a todos de que la presidencia de Trump ha sido un fenómeno pasajero, un paréntesis que no perturba el prestigio ni el futuro de la gran democracia americana.

Por el momento no es así. El Partido Republicano está entero en manos de Trump. Se halla intacta su capacidad para bloquear nombramientos, legislación y reformas. En los Estados donde gobierna, está rediseñando los distritos electorales y restringiendo el derecho de voto para ganar elecciones aun sacando menos votos populares que sus adversarios. En el Tribunal Supremo, la institución que termina dirimiendo los litigios electorales, hay seis jueces republicanos, tres nombrados por Trump, frente a tres demócratas.

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Putin y Xi no tienen este tipo de problemas. El primero define su democracia como soberana y por la vertical del poder, algo que todos entienden y temen. El segundo acude al rancio vocabulario del marxismo-leninismo: también la suya es la mejor porque es una dictadura, literalmente. Ambos apelan al pueblo, como corresponde: nadie encarna mejor su voluntad que el hombre providencial. También al derecho de voto: bastan la urna y la papeleta, aunque sea un mero trámite burocrático. Apelan incluso al pluralismo, pero no entre opciones políticas, sino entre variados conceptos de democracia, todos respetables, frente al arrogante modelo único europeo y americano. El Estado de derecho y los derechos humanos son asuntos internos de cada país, en los que la democracia soberana prohíbe interferir. A menos de que se trate de Ucrania o Taiwán, democracias defectuosas para Putin y Xi, respectivamente, pero por defecto de soberanía.

Putin y Xi no son tan solo dictadores filósofos. Son también grandes personalidades, artistas e incluso empresarios, aunque no muy dados a la competencia, como demuestra el destino que espera a los multimillonarios, intelectuales y deportistas desobedientes: el veneno o la desaparición de la vida pública. Retienen, sin embargo, el amor por las obras, los resultados, un territorio en el que desafían y superan largamente a Biden. ¿Para qué sirve la democracia si no es para perpetuarse en el poder y eliminar a los adversarios? Por eso Trump les admira y quiere intentar ser como ellos en las elecciones presidenciales de 2024.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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