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Columna
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Marx, Lenin, Mao.... y ahora Xi Jinping

El presidente chino entra en el panteón patriótico con la promesa de convertir a su país en una superpotencia que va a superar a cualquier otra a mitad de siglo

Dos personas siguen un discurso de Xi Jinping en una feria de importación en Shanghái, el día 4.
Dos personas siguen un discurso de Xi Jinping en una feria de importación en Shanghái, el día 4.STR (AFP)
Lluís Bassets

Con Xi Jinping regresa el culto a la personalidad. Este jueves quedará consagrado en el sexto pleno del Comité Central del Partido Comunista por una resolución histórica en sus dos acepciones: porque hace historia y porque versa sobre la historia. Hace historia porque solo ha habido anteriormente dos documentos de este calibre, el primero de 1945 a iniciativa de Mao Zedong, y el segundo de 1981 a iniciativa de Deng Xiaoping. Xi Jinping entra ahora, también por su propio pie, en el panteón patriótico, junto al fundador de la república y al patriarca de la prosperidad, con la promesa de convertir a su país en una superpotencia que va a superar a cualquier otra a mitad de siglo.

Cada documento tiene su significado en el lenguaje del poder. Dice quién manda y cuánto manda. Mao lo concentró todo en sus manos siguiendo el modelo de Stalin: convirtió la dictadura del partido en dictadura personal y vitalicia al estilo de la autocracia zarista o imperial. Deng regresó a la dirección colectiva, al límite de mandatos y a los relevos generacionales; y criticó los excesos de Mao con su Revolución Cultural, incluido el culto a la personalidad, hasta cuantificar la denuncia de los errores maoístas, el 30%, frente al 70% de aciertos. Los comunistas chinos imitaron a los soviéticos desde un principio, fascinados por la utilidad de la concentración de poder, de la dictadura. Y aprendieron de sus errores. Mao jamás perdonó a Nikita Jruschov el reconocimiento de los crímenes de Stalin en su informe secreto ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956. Lo tachó de traición revisionista y así empezó el divorcio entre los dos grandes países comunistas. Deng tampoco perdonó a Gorbachov por la perestroika, y en 1989 demostró con los hechos, con la matanza perpetrada por el ejército en la plaza de Tiananmen, cuáles eran sus ideas sobre el pluralismo y la democracia. La numerología de los aniversarios importa, especialmente en China. Este año el Partido Comunista ha cumplido 100 años. Es el mayor partido del mundo, 95 millones de afiliados, y el que lleva más años en el poder, 72. Su reto es alcanzar el pódium del poder mundial en 2049, con el centenario de la República Popular. El mensaje celebratorio es bien claro: el monopolio comunista del poder es constitucional y existencial. Si acaso, requiere todavía una mayor concentración de poder en unas solas manos. Negarlo es antipatriótico y vulnera los intereses de China. Lo que menos interesa de la resolución doblemente histórica es la historia de China. George Orwell lo dijo muy bien, en boca del Gran Hermano, en su novela distópica 1984: “Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado”. En 2022, cuando Xi entrará en su tercer mandato, se celebrará también el décimo aniversario de su advenimiento presidencial como el momento en que empieza la era actual, su era.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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