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Columna
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Periodista en Cuba

Los veteranos se habituaron a las prohibiciones y a la simulación de convicción ideológica si la perdieron, pero los reporteros jóvenes sufren el secretismo miliciano de 1960

Manifestantes gritan consignas contra el Gobierno cubano en la protesta del 11 de julio en La Habana.
Manifestantes gritan consignas contra el Gobierno cubano en la protesta del 11 de julio en La Habana.Alexandre Meneghini (Reuters)
Juan Jesús Aznárez

Los periodistas extranjeros acreditados en Cuba practican frecuentemente el funambulismo de La Codorniz (1941-1978), que se definía como la revista más audaz para el lector más inteligente y satirizaba con dibujos y literatura burlesca para eludir las leyes de prensa del franquismo. Mutatis mutandis, el sentido del humor no es seña de identidad de las autoridades cubanas cuando se abordan asuntos contrarrevolucionarios, así que la omisión, la autocensura o la pérdida de acreditación son las alternativas. Si no hay vocación de héroe, puede optarse también por el estilo gallináceo: a veces gallo, a veces gallina, siguiendo las indicaciones de la aguja de marear.

La cuerda floja es el hábitat de la prensa extranjera crítica, pero el dilema de la nacional en nómina es más peliagudo porque arriesga el pellejo si publica realidades subversivas sin el plácet del comisariado encargado de los contenidos, atento, a su vez, a las órdenes del departamento de orientación revolucionaria del Comité Central. Cristina Escobar, emergente periodista revolucionaria del Instituto Cubano de Radio y Televisión, lamentó, en una reunión de comunicadores con el jefe de Gobierno, que las cámaras no hubieran salido a cubrir las protestas del 11 de julio, que solo hicieran autopsia.

“La narrativa la ponen ellos. El cuento tiene que ser nuestro, sin tener que estar reaccionando o defendiéndonos”, dijo Escobar. Pide peras al olmo porque informar verazmente sobre aquella pueblada y el despliegue policial del día 15 hubiera sido hacerle el juego a Estados Unidos, contrarrevolucionario, y a la contrarrevolución se la combate con el Código Penal.

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Los veteranos se habituaron a las prohibiciones y a la simulación de convicción ideológica si la perdieron, pero los reporteros jóvenes, entre los que se encuentra Escobar, sufren el secretismo miliciano de 1960, que parte de la antigualla conceptual de no dar armas al enemigo puesto que el país vive en estado de sitio; por eso, Cuba no informó sobre la llegada del hombre a la Luna; mejor, temas agropecuarios.

Encadenada a la complacencia y los dogmas irrevocables, la prensa oficialista perdió audiencia a raudales, sumergida por la censura, la autocensura, la propaganda y el aburrimiento, sobrepasada por las estructuras de internet opositoras y el cubano digital. Las plantillas de los medios públicos, no hay otros, trabajan agobiadas por la imprecisión de sus límites, las arbitrariedades de los centinelas del partido y el miedo a meter la pata.

A la espera de democracia, este siglo o el que viene, la profesión agradecería la emancipación de los artículos constitucionales y decretos que reconocen la libertad de expresión solo si se ejercen de conformidad con el socialismo cubano. Tampoco molestaría, como afanosamente sugirió Escobar, sacar de la oreja a la calle a los dirigentes políticos para que debatan con la gente. Muchos preferirían perder la oreja al careo con la realidad.

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