Simulacro en Chile
Resulta dudosa la idea de un repliegue y una arremetida neofascista en un país que hace dos años movilizó a un millón y medio de personas en una marcha masiva
Algo no calza, no cuadra, no encaja. Algo parece, acá, un simulacro.
Simulacro es “ficción, imitación, falsificación. Simulacro de reconciliación. Simulacro de vida doméstica. Simulacro de juicio”.
Simulacro de retroceso podríamos decir en el caso del Chile previo a la elección presidencial del próximo domingo, post revuelta social, en medio de un proceso constituyente paritario, descentralizado y con representación de pueblos originarios. La falsificación acá apunta a la adhesión que tendría una doctrina autoritaria y ultraconservadora, expresada en la posibilidad que dan algunas encuestas a un candidato que defiende la dictadura de Pinochet.
Algo no calza, no cuadra, no encaja cuando la sociedad experimenta una transformación cultural acumulada en capas sobre capas de activismos que han intensificado la presión por habitar un país más justo y diverso. Basta un rastreo breve por los años de postdictadura para encontrar expresiones como la de 2006, cuando los estudiantes secundarios salieron a la calle para reclamar contra el lucro en la educación. Luego vinieron otras manifestaciones, con demandas medioambientales, salariales, de salud, de pensiones o de género. Vino la masividad del descontento, con el movimiento estudiantil universitario de 2011, que instaló la palabra “gratuidad” en la sintaxis de la protesta. Y vino, en 2018, la insurgencia feminista con una agenda de cambios estructurales orientados a una educación y una sociedad no sexistas. Acaso la antesala de lo que estallaría el 18 de octubre de 2019, cuando confluyeron los tantísimos malestares y fue desatado el nudo entre democracia y neoliberalismo, urdido desde el primer día de la transición a la democracia y sostenido por la Constitución Política de 1980, aún vigente.
Transición es “acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto”.
La revuelta de 2019 dejó al descubierto un país con una desigualdad social abismante, con los derechos sociales mercantilizados y un sinfín de prácticas de abuso normalizadas. Un país en el que la elite política y empresarial evade impuestos, evade sanciones por colusión, evade responsabilidades por fraude al fisco, evade multas e intereses millonarios, mientras el resto de la población vive rasguñando para llegar a fin de mes, endeudado hasta sus últimos días, esquilmado por un sistema inmoral de pensiones, con una salud y una educación cada vez más inaccesibles. El presidente Piñera, además de pasar a la historia por haber reprimido la protesta con brutalidad y ser responsable de las vulneraciones a los derechos humanos más graves desde la dictadura, lo hará por negociación incompatible y tráfico de influencias en proyectos como Minera Dominga, que destruiría un ecosistema único en el mundo.
Despertar es “dejar de dormir”. Pero también “hacer que nazca o se manifieste un deseo o un sentimiento”. Y también “traer a la memoria algo ya olvidado”.
Olvido es la “cesación de la memoria que se tenía”.
Algo enciende las alarmas cuando el candidato pinochetista dice, a una semana de las elecciones presidenciales, que en Chile “no se encerró a los opositores políticos” durante la dictadura. Cuando propone en su programa de gobierno que el presidente de la República podría “interceptar, abrir o registrar documentos y toda clase de comunicaciones y arrestar a las personas en sus propias moradas o en lugares que no sean cárceles ni estén destinadas a la detención”. O cuando promete militarizar la Araucanía, anular la Ley de Exonerados Políticos, salirse del Consejo de Derechos Humanos de la ONU o cavar una zanja en la frontera del norte de Chile para evitar la migración. O cuando dice que cerrará el Ministerio de la Mujer, derogará la ley de aborto en tres causales, ofrecerá incentivos estatales solo a las parejas casadas y promoverá “cursos de preparación al matrimonio”. O cuando advierte que la flora y la fauna “deben buscar un camino para pagar su derecho a existir”. Algo se vuelve vertiginoso cuando el candidato pinochetista es levantado por encuestas de imparcialidad dudosa, acapara páginas y pantallas y es pasteurizado por los medios de comunicación asociados al poder.
Vértigo es un “trastorno del sentido del equilibrio caracterizado por una sensación de movimiento rotatorio del cuerpo o de los objetos que lo rodean”. Pero también “turbación del juicio, repentina y pasajera”.
Un juicio turbado, un simulacro de razón es lo que experimentamos estos días. Porque resulta a lo menos dudosa la idea de un repliegue y una arremetida neofascista en un país que hace dos años movilizó a un millón y medio de personas en la marcha más masiva de su historia. Y que durante la pandemia, a pesar de las restricciones sanitarias, confirmó esa voluntad en las urnas para votar por una Convención Constitucional que tuvo casi un 80% de apoyo. Y por unos constituyentes que desde hace cuatro meses y medio están convirtiendo la revuelta en palabras para dejar atrás el lastre de aquel texto impuesto por la dictadura, en perfecta sintonía con el modelo que instaló de golpe.
Golpe es “acción de dar con violencia un cuerpo contra otro”. Pero hay acepciones esperanzadoras, como “irrupción de algo en gran cantidad”. O bien: “hoyo en el que se pone la semilla y la planta”. O mejor aún: “latido del corazón”.
Quienes creemos que algo no calza ni cuadra ni encaja, especialmente habiendo visto el paupérrimo manejo del pinochetista en el último debate presidencial, esperamos que el domingo 21 de noviembre acabe el simulacro y asistamos a la irrupción en gran cantidad de unas semillas convertidas en árbol. Que el latido de un corazón colectivo y diverso retumbe en la gramática de un nuevo Chile.
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