El asalto
Ahora la revolución está en manos de una creciente multitud de jóvenes que tratan de asaltar el poder, no mediante la cólera social. sino sirviéndose del placer de beber, de gozar y no cesar hasta derribar la muralla
A veces una revolución parte de una idea muy sencilla. En este caso se trata de la idea que tuvo un chaval desconocido, a quien por su edad o por no tener pasta suficiente le fue negada la entrada en una discoteca. Para hacer frente a su impotencia se le ocurrió comprar alcohol a granel en un bazar chino y convocar una noche de sábado a su pandilla, chicos y chicas, en un oscuro callejón. Allí colocó el radiocasete sobre el capó de un coche, puso música a toda mecha, abrió el botellón y comenzaron todos a beber, a bailar, a reír y a todo lo demás hasta la madrugada. Aquel chaval sin pretenderlo había descubierto una nueva forma de estar en este jodido mundo: cabalgar sin parar hacia ninguna parte. La discoteca era la propia calle donde nadie tenía reservado el derecho de admisión. Otros jóvenes se sumaron a esta fórmula barata y feliz de solucionar sus problemas y a medida en que se multiplicaban exponencialmente llenaron primero una plazoleta, luego un jardín, después un parque y así sucesivamente hasta convertir toda la oscuridad del fin semana de cualquier ciudad en una fiesta callejera multitudinaria. En ese tiempo había otros jóvenes airados que querían derribar el sistema y un día ocuparon la Puerta del Sol con una sentada de protesta llena de pancartas. Ahora la revolución está en manos de una creciente multitud de jóvenes bacantes que tratan de asaltar el poder, no mediante la cólera social, sino sirviéndose, como única arma, del placer de beber, de bailar, de gozar y no cesar hasta derribar la muralla. La carga de la policía se considera parte del espectáculo; las navajas que algunos exhiben son el riesgo excitante que toda aventura merece. El coro de este asalto masivo lo forman los vecinos que claman desde los balcones que estos dioses ebrios no les dejan dormir. Pero, ¿quién trata de dormir mientras el viejo mundo se cae a pedazos?
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.