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Del botellón al botellazo

La pequeña delincuencia y la violencia contra la policía emergen en los encuentros masivos al aire libre para beber

Noche de botellón en la playa durante las fiestas de la Mercè.
Noche de botellón en la playa durante las fiestas de la Mercè.CRISTÓBAL CASTRO
Jesús García Bueno

El botellón (en el sur, botellona) está tan consolidado que desde hace ocho años tiene entrada en el diccionario. Las reuniones multitudinarias de jóvenes en la calle para beber y pasarlo bien se han asociado, a menudo, a problemas de incivismo. Pero desde que se retomó esta práctica con el fin de las restricciones más severas de la pandemia, el botellón se ha transformado en ocasiones en el botellazo: una minoría de los chavales lanza objetos a la policía y se enfrenta a los agentes, objetivo principal de una violencia para la que sociólogos, antropólogos y expertos en seguridad ofrecen distintas claves.

Lo ocurrido en la fiesta mayor de Barcelona, la Mercè, el pasado fin de semana es el epítome de un cambio de tendencia en los botellones que preocupa a los dirigentes públicos. La noche del viernes 40.000 personas se reunieron para beber en la plaza de España. Cuando la Guardia Urbana se presentó para atender a la víctima de una agresión, algo se torció: hubo lanzamiento de objetos contundentes y dos coches policiales fueron quemados. La llegada de las unidades de orden público de los Mossos solo “comportó una mayor violencia”, reconoció el cuerpo policial en un comunicado.

Tanto esa noche como la siguiente, en otro encuentro en la playa del Bogatell que congregó a 30.000 personas, grupos de jóvenes aprovecharon para robar móviles y objetos de valor a los asistentes. Además de desatar la violencia antipolicial, el botellón se ha convertido en una oportunidad de negocio para la pequeña delincuencia. Los enfrentamientos no son exclusivos de Barcelona: se han dado en otras ciudades de España —en especial del País Vasco y la Comunidad Valenciana— y de Europa.

El profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y experto en movimientos sociales Jordi Mir opina que, con las restricciones sobre el ocio nocturno, el botellón “se ha convertido en la principal vía de socialización, el espacio en el que los jóvenes se encuentran y sienten que su vida vuelve a cierta normalidad”. Los incidentes que antes podían darse, por ejemplo, en el entorno de grandes discotecas, ahora tienen un nuevo escenario en el que germinar. Mir recuerda que la naturaleza de estos encuentros —miles de personas en un mismo lugar, cierta desinhibición por el alcohol, sensación de impunidad y anonimato en la masa— puede propiciar que se produzcan altercados.

El profesor y el resto de expertos consultados coinciden en que un factor novedoso en el desarrollo de los botellones es que la policía es el objetivo prioritario de la violencia. “Si no se gestiona bien, la aparición de los agentes puede derivar en momentos de tensión. Los jóvenes perciben ciertas actitudes racistas en la policía, a la que considera más un elemento de inseguridad que de seguridad”, opina. El acrónimo ACAB —All cops are bastards, que traducido del inglés significa “Todos los policías son unos bastardos”—, antes usado por una minoría activista, se ha popularizado.

“Las identidades se crean por oposición. Cuando asoma la policía en un botellón, para los jóvenes es un espejo invertido. Y una minoría, porque siempre es una minoría y no hay que estigmatizar a los jóvenes, vuelca su rabia hacia ellos como responsables de la ley y el orden. El Estado les ha encargado aplicar las restricciones ante el coronavirus, pero también, por ejemplo, practicar desahucios”, agrega José Mansilla, del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano de la Universitat de Barcelona (UB). Mansilla dice que en las fiestas de la Mercè se dio la “tormenta perfecta” —”un puente, una fiesta mayor, el inicio del curso y el final del verano”— y coincide en que ha “aumentado el sentimiento antipolicial”. Pero lo inscribe en una corriente más general en la que “todo está cuestionado: partidos, sindicatos...”.

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Para el psicólogo y educador Jaume Funes, “liarse contra la policía a veces es parte de la diversión”. Aunque no lo parezca a primera vista, el botellón “es también una forma de contestación”. Los jóvenes, argumenta Funes, se resisten a volver al ocio nocturno regulado, se agrupan “en lugares donde no hay adultos” y perciben que la única solución cuando lo hacen es “enviar a la policía”. “Debido a la pandemia, no han podido satisfacer una necesidad estructural de esa etapa de la vida que es socializar, relacionarse”, opina Funes, que pese a todo y como la mayoría de los consultados no cree que los estallidos de violencia sean la manifestación de un malestar general entre jóvenes sin futuro o sin oportunidades de prosperar. Es cierto que el botellón puede ser un “escaparate para canalizar cierta frustración”, pero es un acto social más de ocio que reivindicativo.

El caso de Cataluña tiene una particularidad: expertos como Funes creen que el discurso de algunos líderes independentistas que han alentado movilizaciones en la calle y han cuestionado la labor policial sin condenar con claridad los incidentes acaba calando en la percepción de los jóvenes. “La banalización de ciertas violencias es un discurso político peligroso, es echar gasolina al fuego. Si diferencias entre violencias buenas y malas, los jóvenes perciben esa hipocresía”. Ese ruido de fondo, que ha tensionado las relaciones entre el Govern y los Mossos, se escucha especialmente desde las manifestaciones contra la sentencia del procés. Tras los incidentes de la semana pasada, lo expresó con rotundidad el concejal de Seguridad del Ayuntamiento de Barcelona, Albert Batlle: “El señor presidente de la Generalitat [Quim Torra] deja su despacho, se pone unas zapatillas y se va a cortar la principal arteria del país... Pues tenemos un problema”, dijo en alusión a la participación del expresidente catalán en unas marchas de ANC y Òmnium en octubre de 2019.

Aglomeraciones

El análisis que han hecho los Mossos d’Esquadra sobre los 70 detenidos en los botellones de la Mercè arroja otras claves. Una parte de ellos fueron arrestados por desórdenes, atentado a la autoridad y lesiones. Pero otra parte lo fueron por robos violentos, robos con fuerza y hurtos. La mitad de los detenidos acumulan más de un centenar de antecedentes por esos delitos. La policía cree que “aprovechan las grandes aglomeraciones” para delinquir. “El botellón es una oportunidad indiscutible. No hay policía y sí mucha gente, relajada o que ha bebido alcohol”, explica Josep Cid, profesor de criminología de la Autònoma. “La distracción está asegurada y es fácil fundirse en el ambiente”, agrega Mir.

No es la primera vez que la pequeña delincuencia aprovecha un acto masivo. Coincidiendo con las protestas para exigir la libertad del rapero Pablo Hasél, un grupo de jóvenes asaltó tiendas del paseo de Gràcia. Ambos recuerdan que, con la ausencia de turistas en el centro de Barcelona por la pandemia, algunos carteristas se desplazaron a las zonas altas para robar móviles caros a estudiantes. Sobre los enfrentamientos con la policía, Cid subraya que “hay cosas que individualmente no se hacen, pero en grupo sí” y cree que, desde el punto de vista policial, la única opción viable es la prevención.

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.

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