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Columna
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Botellones

La juventud siempre ha sido un escándalo, la madurez un aburrimiento y la vejez una humillación

Fernando Savater
La policía despeja zonas de acumulación de personas sin mascarillas ni distancia de seguridad en El Barrio de Ruzafa, Valencia.
La policía despeja zonas de acumulación de personas sin mascarillas ni distancia de seguridad en El Barrio de Ruzafa, Valencia.Mònica Torres

La juventud siempre ha sido un escándalo, la madurez un aburrimiento y la vejez una humillación. Los que esperaban que de la pandemia saliésemos ―si es que salimos...― transformados en otra cosa, van listos. Por lo visto este verano, los jóvenes han decidido arrasar el prudente confinamiento rompiendo puertas y ventanas: con el lema feminista sólo coinciden en lo de borrachos (sin duda su parte más interesante), pero ni quieren estar solos sino acompañados por muchos ni desde luego les apetece volver a casa. Un periodista me llamó para preguntarme si los botellones juveniles me parecían un escándalo antisocial. Traté de recordar: a los 20 años no fui ni casto, ni abstemio, ni obediente. Y si ahora recuperase de milagro aquella subversiva edad, seguro que no estaría lejos de los escandalosos y sobre todo y ante todo, de las escandalosas. De modo que contesté que no, que el diablo me lleve si aún me busca. Me niego a asumir el destino de los viejos: dar buenos consejos a falta de poder dar malos ejemplos. En las plagas de las que se guarda memoria, y ya van siendo muchas, los jóvenes se han dedicado antes o después a la orgía y los viejos a la oración. Bajas abundaron en todas las franjas de edad, hasta el punto de que nadie sabe qué es mejor, si ser joven desenfrenado o viejo implorante...

Al severo Otegi no le gustan los botellones vascos donde se rompe mobiliario urbano y se agrede a los ertzainas. Le parecen formas de diversión neoliberales (los neoliberales son los que confunden libertad y libertinaje, como Díaz Ayuso). Él prefiere los homenajes a los viejos etarras, los que asesinaron policías y volaron Hipercores. Aquellos muchachos eran más responsables. Lo cantó Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver. Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer...”. Pues será eso.

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