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OBITUARIO
Columna
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José Mari Calleja, bravo y risueño

Con alevosía, como a tantas otras buenas personas, se lo ha llevado ahora una mierda de virus. Me pregunto para quién fue tu última sonrisa, hermano menor

Fernando Savater
El periodista José María Calleja en febrero de 2006.
El periodista José María Calleja en febrero de 2006. Fernando Alvarado (EFE)

Conocí a José Mari Calleja cuando era el estudiante más revoltoso de la Universidad de Valladolid. Organizaba muchas "actividades culturales", así se llamaba entonces a los mítines contra la dictadura moribunda. Invitaba a todos los intelectuales conocidos de la oposición al régimen, que casi siempre estaban ocupados con más altas tareas, y a mí, que apenas era conocido y bastante poco intelectual. Yo sí iba sin falta, por eso nos hicimos amigos. A los dos nos aburría la matraca política, pero nos gustaba la rebelión. Más que dar la teórica al estudiantado, queríamos sublevarlo: si había algo que aprender ya se iría viendo luego. Una "actividad cultural" era un éxito cuando la Facultad estaba rodeada por las lecheras de los grises y casi todo el tiempo lo pasábamos vigilando el pasillo por donde vendrían a desalojarnos. A pesar de lo divertido que era, por entonces no había tantos antifranquistas como ahora, no entiendo por qué.

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Seguimos luego juntos en el País Vasco. José Mari trabajaba en ETB y allí también fue revolucionario. Presentaba el Teleberri, con esa mezcla de información y sátira que ahora ya se ha hecho corriente pero que entonces era de lo más subversivo. Y peligroso, porque había espectadores con pasamontañas que apreciaban poco las bromas cuando eran a su costa. ¡Y luego dirán que la violencia fue "inútil"! Sirvió, entre otras cosas, para que ya no haya vuelto a verse un presentador como José Mari Calleja en ETB. Y eso que ya no matan, como nos recuerdan tanto algunos... Su labor como periodista fue imprescindible en los movimientos cívicos que plantaron cara al terrorismo y finalmente le ganaron el pulso. Los apaños vinieron luego... Amenazado por ETA durante años, él y su familia, con hijos pequeños, el asesinato de Gregorio Ordóñez le convenció de que había llegado la hora de salir de Euskadi: como dijo Valle Inclán, "es glorioso morir mártir devorado por leones pero no coceado por burros".

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Y siguió siendo él mismo, mundo adelante, en radios, televisiones y prensa, rebelando y revelando, la misión del buen periodista. Siempre nadando en humor, en un buen humor vitalista que a menudo le hacía reírse de sus propios chistes y entonces aparecía aquel chaval indómito que conocí hace tantos años. Con alevosía, como a tantas otras buenas personas, se lo ha llevado ahora una mierda de virus. Me pregunto para quién fue tu última sonrisa, hermano menor.

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