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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ocio y violencia

Son subgrupos de vándalos los que parasitan las concentraciones de jóvenes y contribuyen a una equívoca estigmatización de ese colectivo

El País
Un joven con una señal de tráfico arrancada durante el segundo macrobotellón en Barcelona coincidiendo con La Mercè.
Un joven con una señal de tráfico arrancada durante el segundo macrobotellón en Barcelona coincidiendo con La Mercè.CRISTÓBAL CASTRO

Las imágenes de la violencia callejera durante las fiestas de la Mercè en Barcelona han sido turbadoras. Algunos datos invitan a una inquietud real: en torno a 20 detenciones en la noche del sábado pasado y más de una decena de heridos por arma blanca, además de numerosos destrozos y robos en locales próximos al lugar de la concentración de jóvenes, desde restaurantes a tiendas. Sin embargo, el diagnóstico de las fuerzas policiales y los responsables municipales indica que esos actos de vandalismo están protagonizados por minorías exiguas que aprovechan esas reuniones masivas para practicar el deporte de la violencia urbana como exhibición de incivismo, rebeldía o insumisión sin reivindicación alguna detrás.

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Lo preocupante del caso es no solo la existencia misma de este vandalismo hiperminoritario, sino la difusión de la sospecha culpable hacia miles de jóvenes que están desarrollando nuevos modos de ocio que la ciudad no sabe o no está preparada para absorber. Criminalizar esos encuentros en la calle como sinónimo de violencia o establecer una mecánica causal entre el vandalismo y las reuniones de jóvenes incentiva el alarmismo y, sobre todo, los estigmatiza de forma genérica. Pero no hay noticias fiables de que en su inmensa mayoría participen de la violencia que una y otra vez reflejan imágenes de locales destrozados y coches, motos y bicicletas calcinados en la vía pública.

La tolerancia de la ciudadanía hacia esas prácticas suele ser muy limitada y las protestas se multiplican para exigir el respeto al descanso de los vecinos en las zonas afectadas. Las restricciones en el ocio nocturno en Barcelona pueden haber propiciado esta suerte de ocio autogestionario que en sí mismo desborda las previsiones de la policía y genera imágenes de aglomeraciones en apariencia ingobernables e incontroladas. Pero las causas de este nuevo fenómeno son múltiples y es posible que en alguna medida nazcan de las ansias de socialización tras la larga etapa de restricciones causadas por la pandemia. En todo caso, sigue siendo imprudente (y contraproducente) identificar detrás de los jóvenes la auténtica delincuencia en que incurren exiguos subgrupos casi profesionalizados. Es verdad que resulta preocupante el número de ingresos hospitalarios de jóvenes por comas etílicos y que no hay razón para resignarse ante ese crecimiento. Pero lo ocurrido en Barcelona, Madrid y otros lugares supone una novedad difícil de abordar: los lugares públicos no están diseñados para acogerlos en esas cantidades y ese mismo hecho puede estar en la raíz de la presencia de grupos que parasitan esas concentraciones y las usan como escudo y excusa para su propia violencia.

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