Una discoteca al aire libre: rebelión contra el macrobotellón diario junto al Palacio Real
Vecinos de La Latina se organizan ante las concentraciones multitudinarias de jóvenes que generan ruido, peleas y suciedad desde que decayó el estado de alarma
Es la madrugada de este domingo y los vecinos de la plaza de Gabriel Miró, en el barrio de La Latina (distrito Centro) de Madrid, a escasos metros del Palacio Real, toman la fresca, mientras ven pasar un goteo de jóvenes con bolsas que tintinean. Todos van en una misma dirección: los jardines en distintas alturas del parque de Las Vistillas, situado sobre una ladera. “El otro día la música retumbaba”, se escucha a uno de los chicos contarle a su amigo camino de la diversión nocturna. Los residentes en los bloques cercanos dan fe. “Esto se ha convertido en una discoteca al aire libre desde el fin de estado de alarma”, cuenta Jesús, que vive aquí desde hace 13 años. “Yo nunca había visto este nivel de juerga en este parque”, recalca. Cansados de vivir frente a un botellón diario, alrededor de medio centenar de vecinos se han organizado para poner fin a su pesadilla.
La llegada del buen tiempo, el fin de las clases y las restricciones que continúan en el ocio nocturno por la pandemia han propiciado una efervescencia del botellón. Las fiestas ilegales en las casas han dado paso a las copas en los parques. La Policía Municipal de Madrid interpuso en mayo 4.790 denuncias por ingerir alcohol en la vía pública, según el último recuento mensual disponible, un 73% más que en abril. Es previsible que estas cifras se incrementen en el de junio. Los agentes interpusieron 1.020 multas el último fin de semana de junio y desalojaron a 400 personas de un solo macrobotellón celebrado el sábado 26 de junio en el templo de Debod, en el parque del Oeste.
A las once de la noche del pasado sábado ya hay más de un centenar de jóvenes bebiendo, charlando y escuchando música con altavoces en Las Vistillas. Algunos de ellos llevan mascarilla, pero la tónica general es la cara descubierta. Corre una ligera brisa, la catedral de la Almudena destaca en el paisaje nocturno y un perro negro chapotea en la fuente. A esta hora aún se juntan los jóvenes que vienen a pasar la noche, con los vecinos que dan su último paseo. Los gritos de una niña de unos tres años jugando con la pelota en la pista de fútbol se mezclan con los ritmos de reguetón que empiezan a emerger de los altavoces portátiles que llevan los jóvenes.
Los vecinos de los bloques más cercanos al parque de las Vistillas se han organizado para hacer frente a esta situación. Los afectados centralizan sus acciones a través de un grupo de WhatsApp, que se creó el pasado jueves y que suma medio centenar de integrantes. “Tuvimos una cita con agentes de la policía municipal, en la que nos informaron de que teníamos que enviar notificaciones a través de un formulario en su web y que esa era la forma de que este asunto se convirtiera en una prioridad, porque ahora no lo era”, relata José, uno de los asistentes a ese encuentro en la comisaría de la plaza de la Luna.
Sergio, Lucas y Miguel son tres de los veinteañeros que han acudido al parque este fin de semana. Viven en Usera, Carabanchel y Villaverde y aseguran que este es su lugar de reunión desde hace tiempo. “De hecho, solemos venir más entre semana que los sábados”, asegura Sergio. Unos metros más allá, otro grupo de cuatro chicos, que ocupa su “sitio habitual” y que prefieren no decir su nombre, apuntan que “desde que acabó lo de las mascarillas” sí que se ve más gente. “Necesitamos un poco de diversión”, asegura uno de ellos, mientras manipula un altavoz rojo para poner música. Muchos de ellos sostienen que hace tiempo que quedan aquí —“desde siempre”, insisten—, algo que contradicen los vecinos que nunca habían protestado de este modo por los ruidos y la suciedad. “Se ha puesto de moda”, defiende Irene, otra residente en estos bloques desde hace dos décadas.
Grabaciones con el móvil
Además de las quejas por escrito, los vecinos registran todo lo que sucede frente a sus balcones con sus móviles. Y lo que se ve en esas imágenes es a centenares de jóvenes que bailan arremolinados en torno a la música, sin ningún tipo de distancia física. También hacen fotos a las cantidades ingentes de basura que dejan tras de sí estas concentraciones y graban a los que ellos llaman los “irreductibles”, aquellos para los que la luz del sol no es sinónimo del fin de fiesta.
Las llamadas a la policía han conseguido algunos resultados. En la madrugada del pasado viernes al menos seis vehículos de la policía municipal se plantaron frente al parque para disuadir a los jóvenes de montar la fiesta esa noche. Pero fue un espejismo. Al día siguiente, los agentes solo aparecieron a las ocho de la mañana para controlar que se retiraban los últimos jóvenes. Casi todo el cuerpo policial había estado concentrado en el barrio de Chueca, donde se celebraban las fiestas del Orgullo.
El miércoles algunos residentes se despertaron a las seis de la mañana con una pelea a botellazos frente a uno de los portales. Y en la madrugada del jueves, algunos observaron las cargas de los antidisturbios para despejar el parque. “Pero esa no es la solución, porque si les desalojan de aquí, se van al parque de la Cornisa o a la Cuesta de los Ciegos”, apunta José. Sol, de 22 años, que bebe con sus amigos en el segundo balcón del parque, lo corrobora: “Si vemos que viene la policía, nos vamos cerca y, en cuanto se han ido, nos vamos avisando y volvemos”, explica.
La apertura parcial del ocio nocturno hasta las tres de la mañana no alivia el problema. “No hay dinero para ir a los bares, esto es mejor”, afirma la chica.
En el debate sobre el estado de la ciudad, el alcalde, José Luis Martínez-Almeida, aseguró que se estaban tomando medidas especiales para “acabar con los comportamientos incívicos”. Los vecinos esperan que esas palabras se hagan realidad. “Llegamos a este Ayuntamiento diciendo que tolerancia cero con los comportamientos incívicos y antisociales. Que los problemas de convivencia se acaban transformando en problemas de seguridad”, añadió el regidor.
Lo que despierta la alarma entre los vecinos es que este parque se perpetúe como zona de botellón, cuando nunca habían vivido algo así. “No somos unos quejicas, en esta misma calle hay dos bares y nunca hemos tenido problemas, pero esta es una situación diaria que se alarga hasta las ocho de la mañana”, resume uno de los residentes, que prefiere no dar su nombre. José, insiste: “No es que no nos gusten las fiestas. Nosotros mismos bajamos a veces con mesas y sillas y montamos una cena de vez en cuando. Pero nos retiramos a una hora lógica, recogemos todo y no molestamos”, explica.
Llega un nuevo día y el ruido de la música y las conversaciones da paso al del rastrillo de los servicios de limpieza y el motor de las máquinas que llenan de agua las calles para eliminar los olores. Los vecinos pueden por fin abrir un poco las ventanas para ventilar las casas hasta que llegue el azote del sol. Dos de ellos descubren con desagrado que las lunas de su coche están reventadas. La fiesta no ha acabado en la discoteca al aire libre de Las Vistillas.
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