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tribuna
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¿Son comparables ‘El manifiesto comunista’ y ‘Mi lucha’?

Me deja perplejo que se pueda comparar la obra de Marx y la de Hitler: uno denuncia la injusticia años antes de los crímenes cometidos en su nombre, el otro defiende un supremacismo racial feroz

Son comparables Manifiesto comunista y Mein kampf? / José Ovejero
Quintatinta (con fotos de Getty Images)
José Ovejero

“Ahora a ver si traduces Mi lucha”, me espetaban hace poco tras publicar una edición de El manifiesto comunista, además de echarme en cara que difundiese una obra causante de millones de muertos.

Confieso que me dejó perplejo esa equiparación entre ambos libros, que también he encontrado en columnas de opinión. ¿Son comparables, aparte de por su enorme influencia histórica? ¿Son igualmente condenables? ¿Es inmoral traducir y difundir el Manifiesto?

Por distintos que sean, es innegable que tienen aspectos comunes: son antiburgueses, defienden la revolución y el uso de la violencia, desconfían de la democracia parlamentaria, y expresan el deseo de mejorar la situación de la clase obrera. Pero lo que más escandaliza a los críticos del Manifiesto es que también esta obra fue utilizada por regímenes totalitarios culpables de torturas y millones de muertos.

Una defensa bienintencionada de la obra de Marx consiste en decir que es tan poco responsable de los desmanes de las dictaduras comunistas como Adam Smith de los muertos provocados por los regímenes liberales en sus colonias. Hitler no sólo escribió un texto que influyó en sistemas políticos posteriores; fue sobre todo instigador de una guerra que causó decenas de millones de muertos y del intento de exterminar a los judíos. Aunque la acusación a Hitler es obvia, la defensa de Marx no es del todo suficiente. No estamos hablando de sus trabajos más teóricos, como El capital; aunque el Manifiesto incluya un esbozo del materialismo histórico y un breve análisis de la sociedad burguesa y del capitalismo, su objetivo principal es orientar la acción de los movimientos proletarios, y así es en parte responsable de los actos que pueda haber inspirado. Pero ¿se le puede culpar de lo que hayan hecho décadas después los revolucionarios que enarbolan el libro rojo de Marx?

Pongamos las cosas en su contexto: cuando la Liga de los Comunistas encarga a Marx la redacción de su manifiesto, las asociaciones obreras son ilegales en numerosos países y los trabajadores no pueden votar; es decir, no existe una forma de representación pacífica de sus intereses; dicha representación solo se logró mediante enfrentamientos con las fuerzas represivas y con revoluciones como la de 1848. Además, nos encontramos en una época en la que la situación de la clase trabajadora es de miseria, malnutrición, viviendas insalubres... La lucha obrera persigue la supervivencia misma de los obreros y sus familias. Aunque la evolución ulterior dejase obsoletas partes del Manifiesto, es innegable su contribución a reducir la explotación y mejorar la justicia social.

Pero no solo son diferentes las condiciones en las que se escriben ambos libros —en cuanto a libertad de prensa o de asociación y participación política—, también lo es su contenido. Mi lucha defiende la guerra de la raza aria contra todas las demás —en especial, la judía—, la represión de todo disidente, también una política internacional basada en la fuerza. Su nacionalismo feroz sólo conoce un fin: imponer la cultura y la hegemonía alemanas. Nada bueno ha salido de aquel libro, ninguna conquista social, ninguna forma de convivencia ni de progreso pacífico. Por el contrario, gracias al movimiento obrero impulsado por el Manifiesto disfrutamos de buena parte de los derechos sociales que hoy nos parecen evidentes.

No se trata de justificar los crímenes del estalinismo poniéndolos en la balanza con avances sociales. Es que resulta absurdo culpar al Manifiesto de dichos crímenes. Muchas interpretaciones partidistas e interesadas de los textos marxistas poco tienen que ver con las teorías de su autor.

Tomemos como ejemplo —hay muchos más— la manoseada dictadura del proletariado. Marx no la menciona en el Manifiesto, pero sí la necesidad de que los obreros se hagan con todo el poder para transformar el Estado. A pesar del uso que han dado a ese concepto quienes recurren a Marx para justificar sus políticas revolucionarias y/o dictatoriales, él no se refiere a una dictadura tal como la entendemos hoy, que tenemos la experiencia de las terribles dictaduras del siglo XX. Él está pensando en una forma de república democrática tal como la describirá en La guerra civil en Francia. Para Marx, a mediados del siglo XIX se da una dictadura de la burguesía, pues es la única que puede imponer sus intereses en los parlamentos. La clase obrera, más numerosa, tras acceder al gobierno mediante elecciones —que le parecía preferible— o mediante acciones revolucionarias, impondrá una democracia obrera, transformará las relaciones económicas hasta eliminar las diferencias de clase y alcanzar la sociedad comunista; entonces el Estado ya no será necesario. La dictadura del proletariado sería una fase transitoria en la que nuevos servidores públicos plenamente responsables, y remunerados como obreros, sustituirían a los funcionarios impuestos por la burguesía. Marx nunca deseó la dictadura de un partido y menos la de una persona.

Por estas razones, y muchas más, equiparar la obra del dictador nazi a El manifiesto comunista requiere muy mala intención o no haber leído ninguna de las dos, como probablemente es el caso.

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