Eméritos
La figura de Puigdemont evoca a la de aquellos viejos monarcas eslavos, destronados por la guerra mundial, que paseaban su triste exilio por la Europa del Este después de 1945
Y de repente, Juan Carlos de Borbón no está solo. Eso fue lo primero que me vino a la cabeza cuando la detención de Puigdemont en Italia desató una oleada de confusión, desinformación, nostalgia y adhesiones inquebrantables, que parecía extenderse como un eco desde el lejano Abu Dhabi. La justicia española no se cansa de hacer el ridículo, declaró el expresident, pero yo me pregunto cuánta gente más ha hecho el ridículo últimamente. Entre la cursilería y el oportunismo mediático ha retornado el eslogan de Puigdemont, el nostre president, precisamente en la legislatura en la que Junts ha perdido en las urnas el poder que acaparaba desde hace décadas. Me pregunto cómo se sentirán los votantes de ERC, autores de la gran proeza de llevar, al fin, al poder a su partido. Lo cierto es que en la Generalitat sólo existe un president, que se llama Pere Aragonès y en las últimas semanas ha ejercido su cargo con autoridad, con criterio e, incluso, con valentía. También él sabrá cómo se siente, pero a mí me parece injusto, y absurdo, que un error de cálculo, o la suma de varios errores fortuitos, pretendan ahora pasarle por encima. Por lo demás, todo el mundo vende la piel de un oso que está malherido pero no muerto del todo, y sólo la derecha clama venganza a cualquier precio, con demandas, como exigir a estas alturas que no haya indulto nunca jamás, que son ridículas en sí mismas. Aunque quizás nada resulte tan significativo como la coyuntura de la detención de Puigdemont, cuando acompañaba a un grupo de folklore catalán a un festival en Cerdeña. Su figura evoca a la de aquellos viejos monarcas eslavos, destronados por la guerra mundial, que paseaban su triste exilio por la Europa del Este después de 1945. Es lo que tienen los emeritajes.
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