Alguer, el ‘finis terrae’ de los ‘països catalans’, escenario de la detención de Puigdemont
La ciudad representa la quintaesencia de la resiliencia de la lengua, la cultura y la identidad catalanas
“Només / tinc / la paraula / per posseir / ma terra…”: “Sólo tengo la palabra para poseer mi tierra”, versó el activista y escritor alguerés en lengua catalana Rafael Caria. Y quizá no se pueda licuar en menos vocablos la alta carga simbólica de Alguer, escenario de la detención del presidente huido Carles Puigdemont, en el imaginario del independentismo catalán, apenas 225 kilómetros cuadrados de la isla de Cerdeña y 44.000 habitantes, un 0,03% de la población de los defensores de los llamados països catalans, de los que sería su particular finis terrae, su frontera más lejana.
La que representa la quintaesencia de la resiliencia de la lengua, la cultura y la identidad catalanas, pero idioma que apenas habla sólo un 15% de la población de forma habitual, se forjó entre 1353 y 1354, cuando las huestes de la corona de Aragón tomaron la ciudad fortificada expulsando a los genoveses, en guerra con los venecianos. Asentada en una repoblación hecha prácticamente solo con catalanes, empezaría una relación de casi cuatro siglos que se rompió con la guerra de Sucesión española, la que conllevó la caída de Barcelona a manos de Felipe V el 11 de septiembre de 1714. Otra hermandad emotiva.
Amén de un episodio en el que llegó la peste en 1652 a través de un barco, los catalanes dejaron una notable huella en la onomástica, el nomenclátor, la topografía y la administración, herencia cultural cuyo interés no se retomaría hasta el siglo XIX, con la Renaixença, cuando Cataluña reconstruía su renqueante identidad cultural y política. Y así surgiría la participación de alguereses en los poéticos juegos florales de 1864, las relaciones con intelectuales como Manuel Milà i Fontanals, el trabajo de Eduard Toda de recuperación de la documentación de la huella de la corona de Aragón (1887) y su situación lingüística en el Primer Congreso Internacional de la Lengua Catalana (1906). La culminación: la primera misión cultural a la isla, en 1922, del Institut d’Estudis Catalans creado por la Mancomunitat.
Buena parte de esa labor rebosaría de aromas románticos, reforzando un imaginario colectivo anclado en el poderío medieval, cuando los catalanes reinaban más allá del principado, vitaminas para resaltar el catalanismo político en reconstrucción: Alguer como una demostración física, real, palpable, de la resistencia de la nación catalana. Y así, un historiador como Ferran Soldevila no dudó en fijarla como el límite geográfico de los països catalans.
Turismo político
El segundo simbolismo tácito de Alguer es que si la lengua resiste, la nación también. Un oasis donde expresar libremente la lengua y la cultura catalanas. Y esa asociación se reforzó a principios de los años sesenta, cuando se vinculó mentalmente la localidad a un territorio libre de la represión franquista para con la lengua y la cultura catalanas. Lo reforzó una expedición que llevó en barco a 141 intelectuales y activistas el mismo 1960, que estrechó lazos también con el nacionalismo radical sardo que representaban personajes como Antoni Simon Mossa, una rama que, con los años, fue de los escasos apoyos internacionales que recibió el procés en 2017. En cualquier caso, significó el inicio de una especie de turismo fruto de la mezcolanza entre lo cultural, lo antropológico y lo político que se ha reforzado en los últimos 15 años (hay vuelos directos Barcelona-Alguer desde 26 euros), a rebufo del auge del independentismo.
A sostener la imagen de modelo de aislamiento y resistencia del catalán en la zona han contribuido en los últimos tiempos entidades como Òmnium Cultural, que en 1993 abrió una sección local, o Plataforma per la Llengua. La misma Generalitat mantiene desde 2009 una delegación, del mismo modo que algunas consejerías, mayormente Vicepresidencia y Educación, nutren presupuestariamente iniciativas de enseñanza del catalán y actividades culturales en la zona.
Aun así, como en toda leyenda, hay hipérbole tanto en la catalanidad de Alguer como en la puridad de lo que se habla en ella: el alguerés, variante dialectal del catalán, está cada vez más salpimentado de sardo e italiano, es la primera lengua solo para un 22% de la población y apenas un 15% admite que la utiliza habitualmente. Y ello a pesar de los esfuerzos de una decena de escritores alguereses en catalán (Guido Sari, Antoni Canu…) o de una cantautora como Franca Masu, que lidera el resurgimiento de la cançó… Pero la misma naturaleza de minoría, de bastión de lo que se fue, es, precisamente, su mayor fuerza simbólica.
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