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Reportaje:MÚSICA

Mar y tierra de Franca Masu

En el corazón mismo del mar Mediterráneo, nada más doblar el cabo Caccia, la mirada descubre, fascinada, la esplendorosa villa de Alghero. En sus orillas arribó hace cuatro años un capitán de barco muy singular. Responde al nombre de Lluís Llach y acudía al encuentro de una voz que le había sobrecogido como ya casi no recordaba. El destino de aquella singladura era Franca Masu, la mujer que mejor ha sabido capturar el espíritu radiante, voluptuoso y singular de la isla de Cerdeña.

Aquella sobremesa, al calor del mejor vino tinto de Llach, Franca escuchó por vez primera la historia de Salvador Puig Antich. Lluís se la contó sin ahorrarle detalles, mientras los ojos se le empañaban con el amargo jugo del recuerdo. Aquella tarde sonó en la embarcación el que terminaría siendo el tema central de la película Salvador, con la promesa de que sólo cobraría vida en la garganta de Masu. Y aunque problemas contractuales impidieron que el plan se materializara, la cantante sarda reforzó su amistad con el pueblo catalán y el pundonor de esa voz firme y comprometida.

Lluís Llach es hoy el prologuista de Aquamare (Felmay/ Galileo MC), el tercer y más valiente disco de la Masu. Esta antigua profesora de literatura se desnuda con un álbum autobiográfico hasta el último verso, una obra escrita y cantada en la primera persona del amor hacia una tierra a menudo oprimida. "Hace cinco años, en un concierto en Madrid, aún tuve que explicar dónde se encuentra Cerdeña", admite sin acritud. "Cantar es mi forma de compromiso con esta cultura minoritaria, con una isla fuerte, salvaje y generosa que atesora la historia y la cultura más antiguas del Mediterráneo".

Un Mediterráneo, aclara Masu, que en su corazón trasciende el significado de una masa de agua salada. "El Mediterráneo es toda mi vida, todo lo que conozco. Lo siento como la única manera de pertenecer a la tierra y al mar al mismo tiempo. Ser mediterráneo es sentir curiosidad por la vida, apreciar todos sus sabores".

Masu nunca estudió música, pero canta desde donde le alcanza la memoria. Compaginaba los escenarios con las aulas hasta que el Gobierno de Berlusconi redujo, en 1995, el número de profesores de la enseñanza pública. Paradójicamente, aquella resolución despótica tuvo efectos benéficos y liberadores. "Me permitió abandonar las clases sin remordimientos, sentirme por primera vez dispuesta a cultivar mis inquietudes artísticas. La insistencia de mi marido hizo el resto. 'No cantes sólo para mí, cántale a la gente', me repetía. Desde entonces, cantar es como mi casa. Y si alguien quiere entrar, sabe que será siempre bienvenido".

Aquamare la retrata expresándose con idéntica naturalidad en sardo, italiano o catalán, una lengua que en Alghero se conserva mágicamente, como si el barrio gótico de Barcelona se hubiera puesto a dar brazadas por lo ancho del océano. En esos tres idiomas de su vida deshoja experiencias, dudas y temores: crónicas cotidianas esbozadas "con naturalidad, casi sin haberlas meditado". Ninguna tan personal, descarnada y traumática como Tria la vida, relato del día en que su primogénito, a los 19 años, decidió marcharse de casa. "Hoy lo recuerdo como algo muy positivo para él. En Italia también sufrimos ese problema terrible de que los hijos no encuentren una vivienda y convivan en el domicilio paterno hasta los cuarenta. Pero ¡piensa en la desesperación de una pobre mamma italiana cuando el niño abandona el nido

A veces se pregunta si su

nuevo repertorio no será demasiado íntimo y descarnado, pero la experiencia arroja un saldo positivo. "Me siento más cómoda interpretando estas canciones que explicándolas", admite. "Sucede como con la poesía: adquiere todo su significado en el silencio de tu cuarto, no en las declaraciones de su autor. Ahora me he acostumbrado a revivir mi verdad cada vez que me subo a un escenario. Y no, no me arrepiento".

Las suyas son composiciones luminosas, corajudas, reconfortantes. Ella misma ha escogido también la instrumentación, un trenzado de guitarras, mandolinas, acordeones, saxos, trompetas y darbukas que acentúan todo ese fulgor de lo acústico. Confiesa que le seducen algunos aspectos de los sonidos electrónicos, pero siempre dentro de un orden. "Con mi guitarrista me encanta improvisar a partir de ciertos ruiditos electrónicos. Es un juego muy edificante, pero por ahora lo mantenemos como un divertimento privado. Los sonidos cibernéticos entrañan el peligro de que siempre pueden quedarse viejos. Por eso tiendo cada vez más a una cierta introspección: pocos instrumentos y siempre orgánicos".

"Por favor, conste que procuro ser moderna", concluye entre risas con un destello en su mirada penetrante. "Quizás no lo sea mucho, pero lo intento". Y se pierde, del brazo de su marido, en el enjambre del centro de Madrid.

La cantante sarda Franca Masu.
La cantante sarda Franca Masu.

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