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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Puigdemont siempre estuvo ahí

La mejor arma del ‘expresident’ era la inmolación como último recurso para restituir en el independentismo el recuerdo de su huida como encarnación del legitimismo

Carles Puigdemont, en el Parlamento Europeo en febrero.
Carles Puigdemont, en el Parlamento Europeo en febrero.Delmi Álvarez
Jordi Gracia

En la huida de Puigdemont hace cuatro años había implícita la certeza de un regreso: nadie huye tras declarar una independencia para no volver al país por cuyo amor acaba de salir. Pero probablemente ni el propio Puigdemont podía saber las condiciones de su huida ni de su regreso. La especulación ha sido inevitable y ha durado cuatro años. La detención y la posterior libertad (para comparecer ante el juez el día 4 y resolver su situación) termina con ese runrún, pero no aclara nada todavía sobre su futuro judicial. Sus compañeros de aventura política se sometieron a juicio, pagaron con años de cárcel la insumisión a las reglas democráticas y a las mayorías sociales, pero él no lo hizo. En el aeropuerto de Cerdeña se ha ejecutado la euroorden todavía vigente de detención. Estaba en la isla Laura Borràs, la actual presidenta del Parlamento catalán, y ambos iban a participar en un acto cultural en el Alguer. ¿Se sintió seguro ahí Puigdemont? ¿Creyó que estaba garantizada una relativa libertad de movimientos, cuando la euroorden seguía activada?

La maquinaria de la justicia, en España y en Europa, no mide las consecuencias políticas de las decisiones tomadas por los tribunales o los jueces. Las últimas semanas han sido catastróficas para el redentorismo de Puigdemont porque la política le ha achicado el terreno de forma rotunda, apartándolo del centro del mapa y abriendo el terreno a la negociación política. La mejor arma que tenía Puigdemont era la inmolación como último recurso para restituir en el clima social del independentismo el recuerdo, ya borroso, de su huida como encarnación del legitimismo. Para unos, cobardía política; para otros, heroico resistencialismo. Pero, mientras tanto, seguía la vida su curso y Aragonès y ERC lograban imponer la cordura de la política tras la concesión de los indultos, a la vez que negociaban con el Gobierno de Sánchez un programa de futuro frágil pero creíble. La situación de Puigdemont, y casi de forma independiente a la resolución del juez en Italia, interfiere en los planes de Sánchez y de Aragonès porque cualquier forma de normalización institucional perjudica la causa política de Puigdemont. Y eso es lo que había empezado en Barcelona hace una semana y media. Quizá la respuesta de Junts y Puigdemont a la firmeza democrática de Aragonès ante la mesa de diálogo ha sido viajar a Cerdeña sin todas las precauciones activadas.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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