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COLUMNA
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¿Paz por presos?

Si los ‘indultofóbicos’ están errados y desbarran con aberrante desvarío, los ‘indultófilos’ pecan de buenismo e ingenuidad

Enrique Gil Calvo
Acto organizado por Omnium Cultural en el que participaron Oriol Junqueras, Jordi Cuixart, Jordi Sánchez, Quim Forn, Carme Forcadell, Dolors Bassa, Raul Romeva, Jordi Turull y Josep Rull.
Acto organizado por Omnium Cultural en el que participaron Oriol Junqueras, Jordi Cuixart, Jordi Sánchez, Quim Forn, Carme Forcadell, Dolors Bassa, Raul Romeva, Jordi Turull y Josep Rull.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)
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El PSOE y sus socios se refuerzan ante los indultos

La guerra de los indultos ha alcanzado tales extremos retóricos, con falsas acusaciones vertidas contra los felones vendidos al separatismo que apuñalan por la espalda al mancillado honor español, que parece necesario además de higiénico proceder a desdramatizar el conflicto, reduciéndolo a su mínima expresión: ni tanto ni tan calvo. Seamos escépticos, como aconseja el sentido común. Los indultos no van a suponer ninguna amenaza para la integridad constitucional española, como pretenden los intolerantes guardianes de la Ley que reclaman con punitiva intransigencia el cumplimiento íntegro de las penas. Pero tampoco cabe atribuir virtudes reparadoras a semejante poción milagrosa, que no parece que pueda servir de mucho a la hora de encauzar la improbable resolución del contencioso catalán. Como diría Hirschman, los indultos podrían resultar fútiles e inofensivos, pues si no ejercieran efectos prácticos, tampoco amenazarían con destruir nada.

Entonces, ¿por qué se rasga el españolismo patrio sus farisaicas vestiduras? Sin duda, estamos ante otra espuria aplicación de la tesis de los presuntos efectos perversos de la política del apaciguamiento, cuyo precedente histórico más ominoso es la Conferencia de Múnich que autorizó a Hitler su política de hechos consumados conducente a la II GM y al Holocausto. Pero tan delirante comparación es inaplicable al caso catalán. Y además, la expansiva agresión de Hitler se explica no tanto por el “apaciguamiento” de Múnich como por la previa “humillación” impuesta al pueblo alemán por el Tratado de Versalles. Es lo que muchos advertimos que pasaría entre nosotros si la sentencia del Supremo por los hechos de 2017 incluía unas penas desproporcionadas que provocarían como respuesta el resentimiento de los catalanes: véase mi columna premonitoria Humillación o apaciguamiento del 20 de noviembre de 2018.

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Pero si los indultofóbicos están errados y desbarran con aberrante desvarío, los indultófilos pecan de buenismo e ingenuidad, al creer que la indulgencia penitenciaria podrá abrir un sendero de desescalada en el atolladero catalán. Es verdad que el artículo de Junqueras en Ara resulta prometedor pues suena a rectificación y propósito de enmienda. Pero que de ahí se pueda iniciar un círculo virtuoso de cesiones mutuas no hay indicio alguno, pues para eso haría falta un pacto previo de compromiso recíproco, por el estilo del “Paz por Presos” del Acuerdo de Viernes Santo en el Ulster. Es verdad que el perdón a los presos ya lo va a poner Sánchez encima de la mesa (y quizá la reforma del delito de sedición como pista de aterrizaje a los prófugos de Bélgica). Pero ¿qué van a ofrecer a cambio Aragonès o Junqueras? Haría falta que se comprometieran por su parte a algo más, no digo ya a renunciar a la unilateralidad, lo que sería deseable, pero sí al menos a respetar el imperio de la ley, conditio sine qua non de toda democracia. Apaciguamiento a cambio de legalidad, es decir, indultos a cambio de rule of law. Sin ese minimalismo democrático nunca habrá paz.

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