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Columna
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Un siglo de Berlanga

Fue el cineasta que mejor retrató este país en la última mitad del siglo XX y el que mejor entendió que no se le puede tomar en serio porque te deprimes. Mucho mejor reírse de él

Julio Llamazares
Una estatuilla de Goya en la exposición 'Berlanguiano, Luis García Berlanga (1921-2021)', durante el día de su inauguración en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 9 de junio.
Una estatuilla de Goya en la exposición 'Berlanguiano, Luis García Berlanga (1921-2021)', durante el día de su inauguración en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando el 9 de junio.Alberto Ortega - Europa Press (Europa Press)
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El legado de Berlanga abandona hoy su misterio: “Un guion, unas memorias o un mensaje demoledor a la humanidad”

Cada día paso dos o tres veces delante de la placa que recuerda en la fachada del número 29 de la calle Alonso Cano de Madrid que allí vivió entre los años 1947 y 1962 el cineasta Luis García Berlanga, gestando en ese lugar tres de sus principales películas: Bienvenido Mister Marshall, Plácido y El verdugo. Berlanga habría cumplido hoy, de vivir, 100 años, por lo que es lógico que lo recuerde.

En las páginas de cine de los periódicos supongo que saldrán hoy numerosos artículos ponderando su obra y su trayectoria y analizándola con mucha más autoridad que yo, pero quiero resaltar aquí la importancia que para mí Luis García Berlanga tiene como intérprete de un país que parece que él inventó pero que en realidad se limitó a retratar como hacen todos los grandes autores. La mirada berlanguiana, de la que hablan muchos seguidores suyos y que es heredera de la mejor tradición española y barroca, esa que va de Quevedo a Valle Inclán pasando por Solana y tantos otros, pero también del neorrealismo italiano, se ha incorporado ya a nuestra esencia hasta el punto de que parece que es la realidad la que imita a su cine y no al revés. Pasa sólo con algunos elegidos y Berlanga lo fue sin duda ninguna, por lo que permanecerá en el tiempo incluso cuando sus películas ya apenas se entiendan porque las circunstancias en las que se rodaron han cambiado de modo sustancial o lo que cuentan ya es un anacronismo. Como Cervantes, Goya o Buñuel, Berlanga creó un imaginario nuestro en el que más o menos todos los españoles nos reconocemos.

Este año se han publicado numerosos libros analizando la obra de Luis García Berlanga para celebrar su siglo de vida (aunque el director murió en el 2011, su cine sigue vivo en sus películas) y hasta ha regresado a la actualidad a raíz de que sus herederos abrieran la caja fuerte del Instituto Cervantes en la que depositó tres objetos con la encomienda de ser abierta en el centenario de su nacimiento. Uno de ellos, el guion de ¡Viva Rusia!, que habría sido la cuarta parte de su saga Nacional, me hizo recordar la presencia de Berlanga en el documental de José Luis López Linares y Javier Rioyo Extranjeros de sí mismos, en el que evocaba su alistamiento en la División Azul franquista y su campaña en Rusia junto con los alemanes y en la que conoció a Luis Ciges, el imperturbable actor de reparto que le acompañaría luego en todas sus películas y al que escuché la mejor definición del hambre que he escuchado jamás: recordando la dureza de los años de la División Azul, Ciges decía sin mover un músculo después de que Berlanga intentara describir aquélla a base de verborrea sin conseguirlo: “¡Fíjate si pasamos hambre que pasaba una rusa con un pan y mirábamos al pan!...”

Berlanga. Vida y cine de un creador irreverente, de Miguel Ángel Villena, El último austrohúngaro. Conversaciones con Berlanga, de Manuel Hidalgo y Juan Hernández Les, o ¡Hasta siempre Mister Berlanga!, de su amigo y mi amigo Luis Alegre (éste ilustrado por El Marqués), son algunos de los títulos que recomiendo hoy a quien lea esto para celebrar el centenario del cineasta que mejor retrató este país en el último medio siglo XX y el que mejor entendió que no se le puede tomar en serio porque te deprimes. Mucho mejor reírse de él.

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