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Columna
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Ver para creer

Nos movíamos entre la alucinación y la obscenidad, en ese territorio quebradizo donde dejamos de representar la realidad para, directamente, suplantarla

Máriam Martínez-Bascuñán
Ilustración Col Máriam 25-04-21
DEL HAMBRE

“Hubo un tiempo en el que la fe consistió en creer lo que no podíamos ver; pero nuevas derivas en las mentiras políticas nos inclinan a pensar que, hoy día, la fe consiste en ver algo e igualmente no creerlo”. La reflexión la hacía Rafael del Águila tras los episodios del 11-M y la conexión con ETA que algunos sectores de la derecha insistieron en mantener contra toda evidencia. Luego vendrían las realidades alternativas, como cuando los votantes de Trump, con las fotografías delante, negaban que la investidura de Obama hubiese sido más concurrida que la de su presidente. Nos movíamos entre la alucinación y la obscenidad, en ese territorio quebradizo donde dejamos de representar la realidad para, directamente, suplantarla.

Ese “ver, pero no creer” chocó frontalmente con las palabras del ayudante del fiscal de Minnesota en el juicio por el asesinato de George Floyd: “Usen el sentido común, crean lo que vieron sus ojos, ustedes han visto lo que han visto”. No es casual que insistiera en algo tan obvio (simplemente creer lo que vemos) ahora que las mentiras se fabrican a plena luz del día. Fue un móvil el que registró la asfixia y asesinato de Floyd por la presión de la rodilla de su asesino. Se abría así la puerta a ese sentido común del que hablaba el ayudante del fiscal bajo la forma en la que se dirigió al jurado: poniendo la realidad factual en el centro de sus deliberaciones. El caso Floyd no solo habla del racismo como una manera de atribuir un valor diferente a las vidas por el color de la piel. También dice mucho de un momento en el que parece que se empiezan a trazar otros caminos: las corrientes de fondo.

De eso hablaba Biden al afirmar que “EE UU vive un momento de cambio significativo”, uno en el que se apela a una imagen para juzgar lo real; en el que la sociedad se responsabiliza y afronta una injusticia histórica mirando hacia el futuro; en el que se critica a un Gobierno por el riesgo de sobrecalentamiento de sus políticas ultraexpansivas y no por los zafios tuits de un presidente; un momento, en fin, en el que la lucha contra el cambio climático es el principal objetivo. El momento es ese: reparación frente a odio, hechos frente a realidades alternativas, proyectos políticos frente a eslóganes vacíos, democracia frente a trumpismo. Sobre los peligros de este nos advirtió Timothy Snyder en estas páginas: despreciar la verdad y las instituciones que gestionan la realidad que nos concierne, es ceder poder a quien tiene riqueza y carisma para producir en su lugar espectáculo. La antipolítica favorece al poderoso. Y hay una diferencia significativa entre captar un momento emocional de hartazgo pandémico o colgarse medallas por tener las terrazas abiertas, y saber leer la coyuntura política identificando las corrientes de fondo. Lo primero se llama cortoplacismo, y es tan viejo como la mentira en política.

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