Quien con fuego juega..
A partir de lo ocurrido en la SER es de esperar una mayor movilización de la izquierda y, de quedar todavía sensatez en el campo de la derecha, resucitar a Ciudadanos
El incidente de la Cadena SER es muy posible que haya cambiado el ritmo y contenido de esta ya larga y opresiva campaña electoral madrileña. Estas elecciones fueron convocadas en el peor momento posible y por pura instrumentalidad para potenciar el liderazgo de Ayuso y ajustar cuentas en el sector de la derecha. En el trasfondo estaba esa obsesión que desde siempre ha sacudido a los partidos, la búsqueda de la hegemonía. El objetivo era que el PP fagocitara a Ciudadanos y, de paso, mostrar al Gobierno central que puede ser desafiado desde los territorios. No, como en Cataluña, porque se predique tener una identidad nacional diferente, sino por oponerle una barrera ideológica. O sea, abundar en la polarización. Y como hay partidos que hacen de ella su único sentido, el campo ha quedado expedito para que así sea, para que estos acaben siendo los protagonistas.
A la vista de las encuestas, Madrid iba a convertirse en la tumba de la nueva política. A Ciudadanos le esperaba la muerte, la absorción de sus votos por el PP. Y Unidas Podemos, a pesar del aterrizaje de Iglesias en la arena de la Comunidad, quedaría en un discreto 8% o 9%, poco resultado después de tanto ruido, y bastante por detrás de Más Madrid. El experimento de la nueva política llegaba a su fin. La derecha se recomponía bajo una clara hegemonía del PP, y la izquierda del PSOE volvería a una especie de IU reconvertida y reforzada, con el horizonte de Yolanda Díaz como líder decisivo para rehacer todo ese espacio. Tanto cambio para volver casi al mismo sitio.
Pero quedaba Vox, ese partido que desde un principio ha gozado del beneplácito condescendiente de su casa madre por tratarse de peperos descarriados, un poco lo que le pasa al independentismo catalán con la CUP. Por lo pronto ha logrado aquello que tanto ansiaba, arrastrar al PP más a su derecha y, en el caso de ganar las elecciones, atarlo firmemente para que así sea. De nuevo el efecto CUP. El resultado puede ser, sin embargo, el inverso al deseado. A partir de lo ocurrido en la SER es de esperar una mayor movilización de la izquierda y, de quedar todavía sensatez en el campo de la derecha, resucitar a Ciudadanos; otros, los más radicales, se verán tentados de volver a votar a Vox. El efecto Ayuso se diluye. Quien con fuego juega acaba quemándose.
Lo que sale a la luz después de tantas idas y venidas es cómo no puede subvertirse el sentido de cada elección. Las de Madrid van de gestión de la Comunidad, no de política nacional. Es casi imposible que no se vean influidas por esta, pero no pueden reducirse a aquello en lo que de hecho se han convertido: batallas en las que poder renovar una y otra vez el enfrentamiento, la ocasión para mantener bien lubricada la agónica lucha de unos contra otros. Puede que en esto consista la esencia de la política, como afirmaba Carl Schmitt, pero también es mucho más. Al menos en una democracia bien entendida. En estas se debate y se acepta al otro como digno y legítimo interlocutor. Sin exclusiones. No es la guerra por otros medios; es la ocasión para intercambiar con civilidad las muchas discrepancias y, eventualmente, llegar al entendimiento. Si está de acuerdo en esto ya sabe a quién votar. Si no, aténgase a las consecuencias.
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