Frenar el odio
Los demócratas deben aislar el veneno que propagan discursos como el de Vox
La campaña para las elecciones de la Comunidad de Madrid que se celebran el próximo 4 de mayo dio este viernes un inquietante giro que obliga a activar todas las alarmas, ante el riesgo de una grave degradación del marco democrático: la amenaza de la propagación del discurso del odio y de la hostilidad sin razón en el seno de la sociedad española. Las cartas con balas que han recibido el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska; la directora general de la Guardia Civil, María Gámez; y el exvicepresidente del Gobierno y candidato en Madrid por Unidas Podemos, Pablo Iglesias, con su inaceptable amenaza de muerte en la más deleznable tradición terrorista, merecen una condena firme, contundente y urgente de todas las fuerzas políticas del espectro parlamentario. Ni medias tintas ni vaguedades: ante estos gestos no cabe sino el rechazo unánime y explícito. No hay lugar en una democracia para tolerar estas amenazas. A las fuerzas policiales les toca localizar cuanto antes a los responsables de una iniciativa que despierta las peores resonancias de la historia reciente de este país.
Estas cartas sirvieron de prólogo al debate convocado por la Cadena SER, al que asistieron todos los candidatos salvo Isabel Díaz Ayuso, del Partido Popular; y lo que no tenía mayor recorrido que el de un rotundo rechazo por parte de todos los participantes convirtió la cita en una penosa barahúnda cuando la cabeza de cartel de Vox, Rocío Monasterio, banalizó las amenazas llegando incluso a cuestionar su veracidad. Estas contienen términos tan precisos como “tu mujer tus padres y tu estais sentenciados a la pena capital tu tiempo se agota [sic]”, en la de Iglesias, que obligan a un posicionamiento concreto y no a esa genérica condena a la violencia en la que pretendió refugiarse Monasterio al tiempo que invitaba al candidato, con una chulería fuera de lugar, a largarse de allí.
Estas posiciones son directamente inaceptables en cualquier marco democrático. El líder de Podemos optó por abandonar el debate, pese a los intentos por evitarlo de Àngels Barceló, la moderadora, quien hizo un loable esfuerzo por defender hasta el final el rasgo que mejor define a una democracia sólida: abordar los problemas desde la altura de las palabras firmes, claras y sosegadas.
Provocaciones como la bochornosa actuación de Monasterio apelan a una sociedad democrática a buscar el punto exacto de una respuesta que rechace con firmeza y unidad las insidias mientras, a la vez, encapsule el odio y evite darle protagonismo y capacidad de propagación. En este punto, Iglesias optó por levantarse de la mesa. Posteriormente siguieron sus pasos los candidatos del PSOE y de Más Madrid. Todo el episodio, propiciado por Vox, produce un deterioro de un clima ya envenenado, en el que un tuit de la cuenta del PP en Madrid cerró el episodio con un “Iglesias, cierra al salir”. Afortunadamente fue retirado, y los líderes del partido pronunciaron palabras de condena. Ojalá asumieran también que Vox es una formación indigna de tener funciones de gobierno.
Las palabras y los gestos no son gratuitos y los discursos del odio van calando de manera sutil: hasta que un día estallan —el asalto al Parlamento en Washington es un ejemplo reciente— y sus consecuencias son demoledoras. En España el clima político es irrespirable. Nadie tiene más responsabilidad que Vox en este envenenamiento, pero con distintas gradaciones otros han contribuido también a exacerbar las tensiones.
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