Convencido
De crear polarización acusan a Ayuso los mismos que apoyan como “progresista” un Gobierno sostenido por separatistas y bolivarianos de guardarropía


Hablando de Tom Paine, dijo Bertrand Russell que sus enemigos le odiaron por sus virtudes, no por sus defectos. Creo que lo mismo ocurre con Isabel Díaz Ayuso. Recordemos el escándalo causado por los tanteos con la vacuna rusa hasta que por fin nos enteramos de que no era mala idea. Le reprochan con retorcida indignación lo que ha hecho ―traer aviones con material sanitario, el hospital del Ifema y el Zendal― porque no es fácil acusarla de cruzarse de brazos, como tantos otros. ¡Y ese lema, “comunismo o libertad”, vaya osadía! Unos proclaman que los comunistas apoyaron la implantación de la democracia. Es cierto, igual que muchos fascistas. ¿Cómo? Dejando de serlo, convirtiéndose en socialdemócratas o conservadores radicales pero democráticos. No es el caso de los que hoy reclaman el título. Sin suponer que vayan a traer gulags ni Paracuellos, reviven los peores remedios para los males del presente. No olvidemos que esa ideología ha causado crímenes, pero sobre todo es una mala idea. Si lo contrario a ese comunismo intervencionista, que enfrenta lo público con lo privado y manipula identidades no es la libertad, se le parece mucho.
De crear polarización acusan a Ayuso los mismos que apoyan como “progresista” un Gobierno sostenido por separatistas y bolivarianos de guardarropía cuya cima ideológica consiste en proclamar que la derecha nunca pasará. Aunque a los comicios madrileños se presenta gente estimable como Edmundo Bal y Ángel Gabilondo, qué buen vasallo si tuviese mejor señor, no despiertan la animadversión de gente tan significativa como ella, cuyos enemigos la honran. Sólo faltaban los del manifiesto de los “26 años infernales”, cráneos privilegiados. Con ellos, ni a cobrar una herencia. Nunca he votado al PP y me cuesta, pero esta vez será Díaz Ayuso.
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