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COLUMNA
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Biden impacienta a Cuba

El presidente se lo piensa sin prisas para que la Isla, que sí las tiene, se retrate. Podrá hacerlo en el próximo Congreso del partido

Juan Jesús Aznárez
Una persona camina por una calle de La Habana (Cuba).
Una persona camina por una calle de La Habana (Cuba).Ernesto Mastrascusa (EFE)

Durante su viaje a Cuba, Barack Obama no concedió entrevistas a la prensa oficial y prefirió acudir al programa humorístico Vivir del cuento, el más popular de la televisión, para humanizar el imperialismo yanqui y cortejar a los espectadores con una partida de dominó. Su abarcador discurso en el Teatro de la Habana fue aplaudido por unos, cuando rechazó el embargo, y por otros, cuando reclamó derechos humanos. Corrió el guiño de que hubiera ganado un escaño en la Asamblea Nacional por una circunscripción de barrio. Resulta difícil imaginarse a Joe Biden cachondeándose en mangas de camisa, y tan convencido como Obama de que la zanahoria sea mejor que el palo para conseguir el cambio con mayúsculas en la isla. Se lo piensa sin prisas para que Cuba, que sí las tiene, se retrate. Podrá hacerlo en el próximo congreso del partido.

La prensa del régimen tampoco parece convencida de su rumbo e influencia; la burocracia, sabedora de que la comunicación es una herramienta estratégica, practica el ocultismo y la abstención con más miedo que alma. Desarbolada por la globalización, y sin la portentosa oratoria de Fidel Castro, la comunicación de la revolución cubana naufraga. La defensa de los principios fundacionales constituye el principal desafío de su prensa e instituciones, asediados por internet, los cambios generacionales, el desgaste de las consignas, los digitales antigubernamentales y las campañas de EE UU dirigidas a los jóvenes. Pero el cerco más acuciante no procede del exterior ni de las invisibles movilizaciones por la democracia, sino de una economía inoperante, generadora de emigración, desabastecimiento y colas. Apenas triunfos que publicar, apenas resultados para esperanzar.

La notificación de que la actividad privada autorizada alcanzará las 2.000 ocupaciones no ha sido tan poderosa mediáticamente como se pretendía ni ha impresionado al nuevo Ejecutivo estadounidense, más interesado en la respuesta del régimen a la subversión ideológica del Movimiento de San Isidro y la canción Patria y vida; también, a la rentabilidad electoral en Florida del activismo disidente. Antes de la distensión, la Casa Blanca ponderará el alcance de la tolerancia, la represión y los negocios: quiere señales de que la eventual atenuación de las leyes Torricelli y el Título III de la Helms Burton será correspondida con medidas ambiciosas.

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Sería alentador que el conclave partidista de abril acompañara la designación del nuevo secretario, en sustitución de Raúl Castro, con una nomenclatura comprometida con reformas liberalizadoras, sin aplazamientos ad calendas graecas. El régimen demostró que puede resistir el embargo sobre las espaldas de una población acreedora de libertades y bienestar, igual que los periodistas revolucionarios, de verdad o fingiendo serlo, aherrojados por la propaganda cuando les desafían realidades más perentorias que la anacrónica Radio Martí.

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