El porno hecho novela
Si este libro lo hubiera escrito un hombre no podríamos librarnos de la mirada sospechosa hacia su autor. Pero es de Fernanda Melchor y nos sacude
Lea esto atentamente antes de seguir: si este libro lo hubiera escrito un hombre no podríamos zafarnos de la mirada sospechosa hacia su autor, su machismo, la lubricidad ante el porno cuando la imaginación coloca a una persona real –a una mujer real- en el centro de la fantasía, especialmente si ese papel no es buscado sino solo perseguido por una mente calenturienta que se cree con derecho de pernada sobre su objetivo. Y la sensación iría dirigida al autor porque, si es capaz de recrear ese procaz embeleso, es que algo le funciona mal en la cabeza.
Pero (¡lo siento, prejuicios!) no es así. Al frente del aparato pilota la mexicana Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) que ya nos sacudió con Temporada de huracanes, novela traducida a quince idiomas y finalista del Premio Booker Internacional, y ahora lo hace con Páradais, ambas en Literatura Random House. Las dos son grandes, probablemente lo mejor que está llegando de los nuevos narradores latinoamericanos. Bienvenido.
Si en aquella nos soltaba en el ambiente claustrofóbico de un pueblo y atrapaba la violencia, la diferencia sexual, la miseria y las leyendas nocivas como una bayeta a la que no se le escapa una mota, en esta nos suelta en la nadería irritante de un par de adolescentes tan subidos de hormonas como carentes de herramientas para domesticarlas, para centrarse, para buscar una meta y huir de las maldiciones que ya han truncado a sus antecesores.
Polo trabaja a disgusto en Páradais, residencial de lujo donde habita el Gordo, Franco Andrade. Si el primero está obsesionado con huir de su madre y un entorno que le anula, y para eso necesita dinero, el segundo lo está con volcar literalmente su repulsiva personalidad en una señora rica de la urbanización, por llamar de forma elegante al babeo, al acoso y su particular “mi sí es que sí”. Eso y mucha “peda”, mucho alcohol tonto al caer la tarde para fantasear juntos en torno al trajín pornográfico que el Gordo quiere llevar a la práctica. Asqueante, como se ha dicho. Pero real.
Melchor desciende a las fantasías más embarradas ligadas a la violencia en una intrusión en la mente de estos dos chavales que nos habla del ninguneo, la frustración, el maltrato psicológico como rutina y la diferencia de clases como frontera infranqueable. Y entonces no solo asquea la realidad contada, sino que sacude la maestría al contarlo.
Hay una explosión de lenguaje tan subyugante para trazar estas miserias como una cantidad que nadie habría imaginado de sinónimos para el acto de ensartar y etcétera. Todo feo como el alma negra de los que han nacido en tal violencia e incapacidad de respetar, para quienes el acceso al porno es puerta de llegada sí o sí, sin preguntar.
“Todo fue culpa del gordo”, arranca la novela. Porque todo siempre fue culpa de otro en ese mundo. Y culpa de Fernanda Melchor bordar un Páradais sin entrada al paraíso, sino al infierno.
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