_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Igualdad, diversidad e identidades

El feminismo y el ecologismo han demostrado ser dos movimientos globales, transversales y transformadores. El primero zozobra hoy en un debate virtual acerca de la identidad. Es el signo de los tiempos: la tensión entre igualdad y diversidad

María Antonia Sánchez-Vallejo
Una mujer, con su profesora de autoescuela, en Arabia Saudí.
Una mujer, con su profesora de autoescuela, en Arabia Saudí.AHMED JADALLAH (REUTERS)

Sudán acaba de prohibir la mutilación genital femenina, esa práctica de origen preislámico que cada año menoscaba la integridad física y la salud sexual de millones de mujeres en el mundo, mientras en Arabia Saudí un tribunal fallaba a favor de una joven que se marchó del domicilio familiar en abierto desafío a sus padres. La sentencia, en la que los cortesanos ven la bondad del príncipe heredero Mohamed bin Salmán y el resto un destello de su engañosa apertura social, permitirá a las saudíes viajar y vivir solas dentro del país, algo que también podrán hacer las sudanesas.

Son dos señales de progreso subsumidas en el marasmo informativo de la pandemia y de la cumbre existencial de Europa. Ambas demuestran cuán importantes son cada uno de los pasos que aún deben darse por la igualdad de las mujeres en el mundo. Y acontecen, precisamente, cuando la batalla retórica entre el feminismo clásico y el activismo queer sobre el sentimiento íntimo de ser mujer alcanza su cota más alta, casi un punto de ignición irrelevante para las mujeres comunes —como las sudanesas o las saudíes—, pero inquietante por su beligerancia.

El debate refleja esa tensión aparentemente irresoluble entre igualdad y diversidad, entre lo universal y lo particular, tan definitoria de las cuitas identitarias de nuestros días. Si hay un movimiento transversal, transformador y que arrastra globalmente voluntades y políticas, es, junto con el ecologista, el feminista: los únicos con altura de miras por encima de intereses de parte. Por eso esta vía de agua en forma de debate virtual entre feministas y activistas queer es el sueño húmedo de cualquier ultraconservador, además de una discusión imposible de seguir por lo impostado de los términos. Un intelectualismo que etiqueta y reduce a taxonomías las experiencias y sensibilidades humanas.

Mientras, como escribía el domingo Elvira Lindo en este periódico, las nadies siguen siendo legión. Millones de cuidadoras, trabajadoras domésticas, esclavas sexuales en manos del ISIS o en un burdel de carretera, niñas casadas a la fuerza, fetos de niñas abortados para evitar bocas hambrientas, gestantes cosificadas, refugiadas doble y triplemente marginadas; víctimas de la violencia machista… todas ausentes de un debate teórico constreñido por el corsé de la corrección política y los neologismos de una nueva epifanía, ¿o un nuevo mercado?

Es difícil imaginar la conclusión del debate: si acabará en tablas o se desinflará lastrado por su peso teórico. Entretanto, algunos países dan pequeños pasos hacia un mundo mejor y más justo. Sólo cabe esperar que al ecologismo no le suceda lo mismo, y se malogre —precisamente cuando más venturoso resulta a tenor de los resultados de las municipales francesas— en una batalla entre mandarines y francotiradores. Dice el refrán que no hay peor cuña que la de la propia madera, ojalá no la experimente también el movimiento ecologista.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_