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Columna
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Reinas de la invisibilidad

No estaría de más que reparáramos en esas mujeres, muchas de ellas latinas, que limpian nuestras casas y cuidan de nuestros niños y nuestros mayores. Que las viéramos

Elvira Lindo
Empleadas del hogar, en una imagen de archivo, reclaman frente al Congreso de los Diputados por sus derechos laborales.
Empleadas del hogar, en una imagen de archivo, reclaman frente al Congreso de los Diputados por sus derechos laborales.EFE

Cuando algunas mujeres se quejan de que a partir de cierta edad nos volvemos invisibles siento un coraje hondo. Es como entrar en el viejo juego de que solo valemos en función de lo atractivas que resultamos a los ojos de los hombres. Será de ciertos hombres, será de cierta cultura que centra el valor de una mujer en la oferta y demanda sexual de un supuesto mercado. Yo no veo a las mujeres de mi entorno desgraciadas por ese tipo de no visibilidad. Por fortuna, el disfrute de la vida es algo más sofisticado como para medirlo por la cantidad de ojos que te miran el culo. La invisibilidad social responde a una realidad bastante más dramática. Son las mujeres que se dedican a los cuidados las que sufren los indeseados efectos de no ser vistas. Cuando hablamos de los que nos cuidan pensamos ahora, con justicia, en el personal sanitario. Cuidemos a los que nos cuidan es el eslogan más popular en estos días y responde a una necesidad urgente. Pero no solemos ver ni incluir a esas mujeres que acuden a las casas, a menudo, sin estar regulado su trabajo legalmente, y que asisten a los ancianos, cuidan a los niños, limpian o cocinan. ¿Qué ha sido de ellas durante el confinamiento? Muchas se quedaron en una especie de limbo laboral, sin cobrar las horas que habitualmente trabajan de tapadillo. Contaba Unai Sordo, secretario de CC OO, que los teléfonos del sindicato no han dejado de sonar en los días más oscuros del confinamiento. No solo llamaban los trabajadores sindicados pidiendo información sobre los ERTE, sino esos otros que nunca han disfrutado de derechos laborales. Pedían auxilio. Decía el sociólogo Mike Davis, a propósito de su nuevo libro, Llega el monstruo, que no puede dejarse sobre los hombros de los que nada tienen el peso de la elección entre salud o trabajo, porque cuando se está desesperado la balanza se inclina por el trabajo.

Pero es que al hecho de que se menosprecia la labor de esas mujeres que con su trabajo, siempre mal pagado, nos permiten tener carreras profesionales, cuidando a los niños y a los viejos, se suma que muchas de ellas en nuestro país son inmigrantes. Algunas con sus papeles en regla y otras no. Están expuestas al regateo por el precio que se le asigna a cada una de sus horas trabajadas y no es infrecuente que cuiden aquí de nuestras familias mientras dejan a las suyas en sus países de origen, mandándoles, en cuanto pueden, parte de sus ganancias. Esas mujeres, en su mayoría latinas, que han vuelto a salir a la calle a pasear a ancianas que no se valen por sí mismas; esas mujeres que ya están aliviando a los profesionales de la carga de los niños durante la jornada del teletrabajo, padecen ahora la angustia de recibir noticias desalentadoras de sus países de origen. Si nos detenemos por un momento a pensarlo podemos ser capaces de percibir la extrañeza de su situación: una mujer pasea a una anciana para que reciba su dosis de sol, la ayuda a lavarse, a vestirse, habla con ella y la mima con las palabras dulces del castellano respetuoso de América Latina; al mismo tiempo sabe que al otro lado del mundo su propia madre está enferma de coronavirus. Son resistentes porque han trabajado casi desde niñas, pero no estaría de más que reparáramos en ellas. Que las viéramos. O visibilizáramos, como ahora se dice. De la gente que cuida, ellas son las más ignoradas. Bien estaría que el feminismo, tan centrado ahora en una guerra que a punto está de agotar la paciencia de las mujeres que tenemos poca tolerancia para lo intrincado de la jerga académica, volviera su mirada a quienes llevan todas las de perder, porque por no poseer no poseen ni el reconocimiento social que merecerían. A fuerza de no ejercer su papel de víctimas se han vuelto invisibles a nuestros ojos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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