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Columna
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El mayor divorcio de la historia

Casi nada de lo que ha sucedido en el mundo en los últimos 40 años admite explicación sin las estrechas relaciones económicas, empresariales e incluso políticas entre Estados Unidos y China

Lluís Bassets
El presidente chino, Xi Jinping, junto al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Pekín, China, en noviembre de 2017.
El presidente chino, Xi Jinping, junto al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en Pekín, China, en noviembre de 2017.Thomas Peter (Reuters)

Por analogía, es una guerra fría. Pero poco tiene que ver con la que protagonizaron la Unión Soviética y Estados Unidos. Hay escalada entre Washington y Pekín, como entonces la hubo entre Washington y Moscú, naturalmente, y no solo verbal: sanciones, maniobras militares, incidentes diplomáticos... Pero lo que mejor define el momento es el divorcio.

Esta pareja de superpotencias no estaba liada por una alianza circunstancial, como la que firmaron Roosevelt y Stalin para vencer a Hitler, de hecho, solo para vencer a Hitler. Era una alianza matrimonial, con escaso amor pero muchos intereses. Casi nada de lo que ha sucedido en el mundo en los últimos 40 años admite explicación sin las estrechas relaciones económicas, empresariales e incluso políticas entre Estados Unidos y China.

La escalada es para deshacer la comunidad de bienes construida durante estos años y forzar con amenazas a los parientes, vecinos y amigos para que tomen partido en el divorcio. Son muy vistosas las sanciones comerciales, las denegaciones de visados y las palabras de más propias de toda separación, auténticas prendas de irreversibilidad de la pelea. Pero lo que importa y a la vez dificulta la separación son las inversiones cruzadas, los fondos de pensiones invertidos en uno y otro país, las cadenas de producción y de valor añadido, los intercambios y suministros tecnológicos…

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La globalización construida entre Washington y Pekín era un arma de doble filo. Las ganancias de ayer son pérdidas mañana. Las antiguas sinergias, futuros juegos de suma cero. E incluso de sustracción mutua: hay gananciales que generarán plusvalías negativas al separarlos. Trump y Xi Jinping lo saben, pero no les importa. Prefieren dedicar sus esfuerzos a dividir la economía y la tecnología del planeta en dos bloques como hicieron Truman y Stalin con la soberanía y la seguridad.

Trump ha repudiado el actual orden global. Xi Jinping quiere aprovechar el vacío y acomodarse así al espantajo del mundo sinocéntrico esgrimido por Trump. Hay escalada porque tienen prisa. Trump por convertir su campaña electoral en una guerra abierta contra China, a la que hace responsable de todos los males, el virus y la recesión ahora, como antes del déficit comercial y del robo tecnológico. Xi Jinping, por aprovechar el desgobierno mundial, el pánico ante el virus y el caos trumpista para avanzar sus fichas hasta consolidar la nueva hegemonía, gane quien gane en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre.

Quedan dos incógnitas sobre esta pelea sin remedio. La más inmediata, saber si la derrota de Trump puede arreglar o al menos atenuar la virulencia de la disputa. Y la segunda, si alguien intentará evitar este nuevo reparto del mundo entre dos liderazgos tan polarizados y excluyentes. La primera respuesta depende de los votantes estadounidenses, la segunda de los Gobiernos de la Unión Europea.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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