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Andrés Manuel López Obrador
Columna
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López Obrador, el empresario

Dos de las tres apuestas empresariales del presidente están en números rojos. Su esperanza yace en una empresa de servicios financieros que gobiernos pasados buscaban disminuir

Viri Ríos
AMLO durante una visita a una refinería de Pemex
López Obrador, durante una visita a una refinería de Pemex en 2020.

Si Andrés Manuel López Obrador fuera un empresario, estaría al frente de empresas con ventas totales por la exorbitante cantidad de 83.000 millones de dólares y sería responsable de la generación de cinco de cada 100 empleos de México. Como empresario público, sus decisiones afectarían de manera directa el 10% del valor total de la economía mexicana y de manera indirecta al resto.

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Por medio de las actividades de Petróleos Mexicanos (Pemex), la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), el Gobierno de López Obrador concentraría mayor poder de ventas que cualquier empresario de México. Su más fuerte rival sería Carlos Slim, poseedor de América Móvil, Grupo Carso, Condumex, Inmuebles Carso y Sanborns. Con dichas empresas, Slim sería responsable de 60.000 millones de dólares en ventas al año. Es decir, el 72% de la totalidad de las ventas de las empresas públicas lideradas indirectamente por Andrés Manuel.

En este ensayo hablo de López Obrador, no como presidente de México, sino como responsable de tres de las más grandes empresas de México y del 15% de la producción bruta total de la economía de ese país. Describo sus apuestas de negocio y cómo les ha ido en los últimos años, así como sus próximas aventuras empresariales. Me adentro en su carácter y en la forma en la que parece tomar decisiones, a veces anteponiendo la tripa a los pobres. Y hablo del futuro del Estado mexicano.

Los temas más críticos que López Obrador estará enfrentando en los próximos años están relacionados con el hecho de que el presidente no solo es responsable de tres de las más grandes empresas de México, sino de redistribuir recursos en un país donde el 48% de la población es pobre.

Las malas apuestas

Como CEO de empresas públicas, López Obrador tendría, en muchos aspectos, malas cuentas que entregar. En 2018 habría recibido tres empresas con ventas totales por 2,6 billones de pesos. Para 2020 las ventas ya serían en conjunto 36% menores. No solo es eso. En términos de utilidad neta, la situación precaria de 2018 (con pérdidas por 127.000 millones de pesos) lo sería aún más 2020 con pérdidas de 538.000 millones de pesos entre las tres empresas.

Y esto no se debería exclusivamente a los efectos de la pandemia. De hecho, desde 2019 la utilidad neta total de las tres empresas era negativa, con pérdidas reportadas de 283.000 millones de pesos. Es decir, las empresas ya venían mal y están aún peor, pero no todas de igual manera.

La principal empresa de López Obrador, Pemex, es por mucho el peor emprendimiento del Estado mexicano. Va peor que ninguna otra. Desde que López Obrador tomó el poder la empresa ha acumulado pérdidas de al menos 856.000 millones de pesos, lo que ha hecho que para 2021, Pemex haya perdido su preeminencia como la empresa más grande de México por primera vez en 45 años. Ha cedido su lugar a América Móvil quien, por primera vez desde 1976, se ha posicionado como la empresa con mayores ventas de México, con un billón de pesos anuales.

La segunda supuesta joya de la economía pública mexicana, la CFE, tampoco va bien. Aunque en 2019 logró aumentar sus utilidades netas hasta alcanzar los 52.000 millones de pesos, para 2020 la situación fue muy distinta. En 2020, la CFE tuvo pérdidas por 79.000 millones de pesos llegando a números rojos en términos netos durante todo el Gobierno de López Obrador.

En dos años de CEO, López Obrador podría reportar que Pemex y CFE acumulan pérdidas en utilidad neta por 883.000 millones de pesos, equivalente a 1,3 veces el presupuesto total en salud del Gobierno mexicano.

Las buenas apuestas

En la economía estatal mexicana no todo va mal. De manera silenciosa, pero constante, el Infonavit se ha ido consolidando como una de las verdaderas joyas de la corona de la economía pública mexicana. Tan solo en 2020, por ejemplo, el Infonavit se convirtió en una de las 20 empresas con más ventas de México, mayores que las de gigantes como OXXO, Ford y Volkswagen.

Entre las empresas financieras, el Infonavit es la cuarta más importante de México, solo debajo de BBVA, Banorte y Citibanamex. La empresa es responsable de colocar siete de cada 10 créditos a la vivienda que se dan en México y lo hace con mucho menos personal que otros bancos. Por ejemplo, mientras que BBVA tiene 37.000 empleados y Banorte tiene 30.000, el Infonavit solo tiene 4.500 trabajadores. Su eficiencia, basada en una estructura relativamente escueta, se debe a que la ley le prohíbe usar más del 0,5% de sus recursos en las labores administrativas. Es decir, a diferencia de Pemex o CFE, el Infonavit no tiene la presión política por crear empleo público y por tanto opera con relativa eficiencia.

No solo eso, sino que el Infonavit floreció durante la pandemia. El Fondo fue declarado actividad esencial desde el inicio y luego de un par de meses su principal aliado, la industria de la construcción, fue declarada esencial también. Ese impulso, así como importantes reformas para ampliar los tipos de créditos que ofrece, hicieron que el Infonavit aumentara sus ventas en un año en el que la mayoría de las empresas cayeron. De hecho, de las 20 empresas mexicanas con más ventas en 2020, solamente Walmart, Bimbo y Cemex aumentaron sus ventas en una mayor proporción que el Infonavit.

El Infonavit es un gigante, la verdadera empresa más importante del Estado mexicano, pero que pocos parecen voltear a ver. Con una utilidad neta de 22.000 millones de pesos, el Infonavit es la séptima empresa con más utilidad de México. Solo superada por América Móvil, Walmart, BBVA Bancomer, Grupo México, Banorte y Americas Mining Corporation. Al contrario, Pemex, la empresa pública a la que todos voltean a ver, es la empresa con mayores pérdidas totales de México.

El empresario

Una importante razón por la que la economía de Estado mexicana tiene resultados tan mixtos es la inconsistencia en la calidad de la toma de decisiones. López Obrador tiene dos personalidades contrapuestas para dirigirlas. Su lado irracional, visible en las empresas energéticas, y su lado social, observable en su acercamiento al Infonavit.

Sus dos lados llevan a resultados distintos. En su lado irracional, López Obrador no puede controlar su deseo de monopolizar la producción energética, aun si ello lo lleva a tener pérdidas significativas en el corto plazo. Las malas decisiones acumulan pérdidas. En su lado social, el presidente muestra la mejor cara de sí mismo: un deseo por tener un impacto positivo para la clase trabajadora.

Su lado irracional no puede ser más evidente que con Pemex. La empresa está obsesionada con explotar ella misma yacimientos complejos sin tener el capital ni la capacidad para hacerlo. Esa obsesión impide que agentes privados exploten ciertos yacimientos, generando pérdidas no solo para los privados sino también para el mismo Estado. A ello hay que agregar la forma desaseada en la que se toman muchas decisiones que afectan a la industria petrolera, abriendo espacio a infinidad de litigios y subutilización de inversiones productivas.

La falta de buenas decisiones también es evidente con CFE. México necesita ampliar significativamente su capacidad para satisfacer la demanda energética que habrá en los próximos años. Sin embargo, las decisiones del CEO, Andrés Manuel, no van en esa dirección. Más que proponer formas de colaborar con el sector privado para juntos poder satisfacer la demanda futura, el presidente parece confiar en que la CFE podrá satisfacer la demanda ella sola. No sabemos cómo. O que los inversionistas llegarán por arte de magia, aun si las condiciones son malas. El cambio en las reglas de despacho eléctrico promovido por el Gobierno de López Obrador dificulta enormemente la inversión privada en el sector, y sobre todo encarece la energía. Irónicamente los más afectados son los más pobres.

Con el Infonavit, sin embargo, la situación es diferente, principalmente porque la empresa está sentada sobre una cantidad enorme de recursos. El Infonavit recibe el 5% del salario base de todos los trabajadores formales de México. Una cantidad formidable de recursos que, incluso, otros gobiernos han planteado reducir. Por ejemplo, durante el sexenio pasado hubo discusiones sobre la necesidad de reducirlo al 2%, a fin de dedicarle el resto a un seguro de desempleo y al retiro.

Es con el Infonavit, una empresa más sana, que el carácter social de López Obrador ha podido tomar forma. Importantes reformas han acercado el crédito a quienes antes no lo tenían. Ahora, por ejemplo, el crédito se puede usar para financiar la autoproducción de vivienda y la compra de terrenos. Más aún, ahora los trabajadores serán capaces de acceder al crédito con menos tiempo de cotización, lo podrán hacer a mayor edad y tendrán más facilidad para reestructurar sus deudas, algo que sin duda ayuda más a quien menos tiene. El gran problema de López Obrador es que es muy bueno administrando la bonanza, pero muy irracional aceptando la carencia.

El futuro

En el futuro López Obrado ve dos nuevas empresas públicas. La primera, Gas Bienestar, con el objetivo de distribuir gas a precios bajos. La segunda, menos conocida fuera de círculos técnicos cercanos, es la posibilidad de convertir al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) en una empresa productiva del Estado. El AICM es una empresa con ganancia y por tanto, hay quien observa la posibilidad de aumentarlas si se le da carácter de empresa productiva.

Con Gas Bienestar las ganancias parecen poco probables. El precio del gas en México depende en gran medida de los mercados internacionales y no solo de la producción local. Esto significa que mantener los precios bajos sería imposible sin fuertes subsidios.

Más aún, tal parece que López Obrador no tiene claridad respecto a cuál es el problema a resolver en la industria del gas LP. Como ha mencionado la Cofece, reducir los precios del gas requiere medidas que van más allá de crear una sola nueva empresa. Se necesitaría, por ejemplo, mejorar la eficiencia en la utilización de espacios de almacenamiento y en el aprovechamiento del transporte por ductos. Más aún, los precios podrían bajar si se aumentaran los puntos de venta mediante acciones como vender Gas LP en tiendas de Diconsa. Es decir, no crear una empresa sino más bien crear espacios de colaboración entre infraestructura pública y bienes privados.

Por supuesto que la labor de las empresas públicas no debe ser obtener utilidades altas, pero sí debe ser mantenerse vivas. Las pérdidas estrepitosas en Pemex y las que acumula CFE deben ser un foco rojo, sobre todo porque parecen demostrar que la viabilidad de mantenerlas como monopolios públicos es baja.

En general, como empresario, López Obrador debe invertir en el largo plazo, pero con claridad respecto a cómo resolver los problemas del corto plazo. Ser un visionario, pero con un buen diagnóstico. Y sobre todo, ser capaz de encontrar mecanismos para colaborar con la iniciativa privada a fin de mejorar el acceso de todos los mexicanos a los servicios que ofrecen las empresas del Estado.

El tiempo de una división estricta entre lo privado y lo público ya terminó. Al frente de cualquier izquierda debe haber modelos mixtos que tomen lo mejor del mercado y del Gobierno al mismo tiempo.

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