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Luuk van Middelaar: “A lo máximo que puede aspirar Europa es a hacer menos malo el acuerdo de Ucrania”

El director del Instituto de Bruselas para la Geopolítica critica con dureza la política de apaciguamiento de la UE con Trump

Luuk van Middelaar
Claudi Pérez

Bruselas despertaba en Baudelaire “el más irresistible asco”. En los años en los que el poeta paseaba su amargura —ya muy enfermo— por la capital europea estaba a punto de construirse el Hôtel van Eetvelde, joya del art nouveau, una increíble estructura de madera, acero y vidrio incrustada en el barrio europeo (y financiada con los desmanes que cometieron los belgas en el Congo, por cierto). Luuk van Middelaar (Eindhoven, 52 años), director del Instituto de Bruselas para la Geopolítica, cita a EL PAÍS en ese apuesto edificio, sede de la institución. Historiador, filósofo y gran conocedor de las instituciones comunitarias, Van Middelaar es uno de los pensadores más interesantes de Europa, “un lugar de aventura”, según la feliz definición del sociólogo Zygmunt Bauman. Bruselas y la geopolítica europea están en algún lugar entre la frase de Baudelaire y la de Bauman: depende del día. Van Middelaar tiende a Bauman, pero no logra escapar del todo del inevitable pesimismo.

Pregunta. Después de un verano desastroso, Donald Trump llegó a un acuerdo sobre Gaza en el que Europa no participó, pero pagará la cuenta. Con Ucrania pasa algo parecido. ¿Se puede ser optimista con esta UE?

Respuesta. En verano se suponía que los líderes de la Unión estaban negociando un acuerdo comercial con EE UU, pero en realidad esa negociación giraba en torno a la seguridad, al compromiso de Washington con la OTAN y su apoyo a Ucrania. Fue un episodio humillante por el resultado: aranceles asimétricos y la obligación de comprar energía y armamento estadounidenses.

P. ¿Y ahora?

R. Desde la llegada de Trump hay un patrón que nunca falla: cuantas más ventajas consigue, más decidido avanza hacia el siguiente objetivo. Lo primero fue la obligación de aceptar un mal acuerdo comercial por motivos de seguridad. Lo siguiente es suavizar la regulación para las tecnológicas y rebajar el pacto verde. Europa debería pensar dónde debe fijar sus líneas rojas. No estamos listos para defendernos solos: eso condiciona todo lo demás. Rusia complica nuestra relación con EE UU e indirectamente con China. España ha podido mostrar una actitud más abierta con Pekín porque está lejos del frente: a los demás les toca apretar los dientes en esta era tan geopolítica, de hombres fuertes que amenazan con chantajes.

P. ¿Hay que desamericanizar las relaciones internacionales mientras siga Trump?

R. Trump está dispuesto a acabar con el orden que EE UU ideó tras 1945. Con esa arrogancia tan suya, dice estar construyendo una nueva era que durará 100 años. Los halcones del trumpismo pretenden imponer un orden neoimperial —Canadá, Groenlandia, Panamá...— que deja a la intemperie a Europa. La relación transatlántica no tiene sentido para Trump: es América primero, no hay nada más.

P. Y cuenta con varias sucursales populistas en Europa.

R. Durante la Guerra Fría, la URSS apoyaba a la extrema izquierda para socavar las democracias europeas. Ahora tenemos a EE UU apoyando a la extrema derecha con el mismo objetivo. Se está librando una batalla por el alma de Europa con esas cartas tan feas.

P. ¿Funciona la política de Bruselas de apaciguamiento con Trump?

R. El plan de Ucrania no va sobre la relación EE UU-Europa, sino sobre la de EE UU y Rusia, sobre Trump y Putin. Trump quiere imponer por la fuerza un pacto desfavorable a Europa y a Ucrania. Deja de lado el derecho internacional. Trata de que el equilibrio de poder actual se vea con toda su crudeza. En otras ocasiones, la UE ha sabido contraatacar con cierto éxito; ahora Washington amenaza con retirarse de Ucrania si no hay pacto. Bruselas y Kiev tienen la opción de un no acuerdo arriesgado dada la situación en el campo de batalla, o de un mal acuerdo. No hay buen acuerdo posible. A lo máximo que podemos aspirar es a hacer es que ese mal acuerdo sea menos malo.

P. No es un gran objetivo.

R. Los europeos tenemos que despertar. La historia está cambiando y estamos subestimando esa metamorfosis. No somos capaces de seguir el ritmo. Nos quedamos atrás, somos espantosamente lentos. El principal riesgo para Europa es geopolítico: ni el económico, ni el cambio climático, ni el envejecimiento, ni el invierno demográfico de Europa son tan graves ahora mismo como el riesgo geopolítico.

P. Para tomarse en serio ese riesgo hay que invertir en autonomía estratégica. En lugar de hacer eso, Bruselas está destejiendo como Penélope parte del camino: el mantra es simplificar y desregular en todas las agendas. ¿No éramos una potencia normativa?

R. Discrepo en parte: por ejemplo, en el desmontaje de la agenda verde. La UE ha defendido en Belem esa agenda junto a China. Hay una corrección en el pacto verde, por el giro político en Europa, pero la tendencia sigue ahí. La lucha por la hegemonía EE UU-China se juega también en el tablero de la energía. Rusia y el Golfo están del lado de EE UU. Europa, más cerca de China. Menudo cambio.

P. ¿Qué hacer cuando una cuarta parte del electorado apoya partidos que lo bloquean todo?

R. El centro político necesita ser efectivo, mostrar resultados. En la reindustrialización. En los precios de la energía. En vivienda. En ofrecer una perspectiva a los jóvenes. Y hay que contraatacar en la guerra cultural, en la guerra ideológica, ofrecer una contranarrativa. Es falso que sea inevitable el triunfo de los ultras apoyados por las tecnológicas porque captan a la perfección el zeitgeist, el espíritu de esta época. El verdadero trumpismo controla apenas el 10% del electorado. Pero los populistas, aliados con los tecnomagnates, están subidos en una ola, tienen empuje, llevan la bandera de una revolución y están bien financiados: pueden fingir que son mucho más fuertes de lo que son. Son los propietarios de las redes, manejan el algoritmo, marcan a fuego los debates. Y así llegamos a ese discurso de Stephen Miller tras la muerte del activista Charlie Kirk: “No sois nada, nosotros lo somos todo”. Es un discurso terrible. Da pavor. Hay que contraatacar.

P. ¿Le parece que eso es lo que está haciendo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen?

R. Hay una constelación de razones por las que Von der Leyen ha elevado su perfil e invade competencias: el comisario de Defensa debería ser de Industria de la defensa, según los tratados. Pero esta es la era de la geopolítica y de la geoeconomía: muchos de los asuntos clave son competencias de los Estados miembros y del Consejo, pero tienen consecuencias sobre la industria, la energía y los aranceles, que son competencia de la Comisión. En seguridad económica, Europa negocia con Trump la política comercial, pero a la vez sobre la OTAN y Ucrania. La Comisión decide tomar las riendas, sin ninguna experiencia en eso. Con Von der Leyen estamos viendo una metamorfosis institucional en vivo y en directo.

P. ¿Qué viene ahora, qué es lo siguiente?

R. En 2022, con la invasión de Ucrania, empezó algo nuevo: un orden internacional neowestfaliano. Con grandes potencias y potencias menores en un mundo multipolar en el que cada cual vela por sus intereses. Para Europa es un momento difícil, porque nacimos para el orden internacional liberal, para el poder blando. ¿Será capaz la UE de mutar para no quedarse fuera de juego?

P. Los catastrofistas dicen que no.

R. Los europeos seguimos teniendo buenas ideas, excelentes universidades, innovamos, somos ricos. Solo hay que fijarse en los flujos migratorios: aún somos atractivos. Hace un siglo los europeos huían de aquí: teníamos guerras, pobreza, hambrunas, antisemitismo. Aún tenemos algunas cartas para jugar esta mano. Debemos ser firmes y a la vez pragmáticos en defensa de nuestros intereses. A veces olvidamos que los valores europeos que tanto echamos de menos se sustentaban en el poder puro y duro: en el poder occidental. Eso ha cambiado; nos toca cambiar también. Hace 25 años podíamos emprender la lucha contra el cambio climático en solitario; ahora hay que buscar alianzas. Por eso es tan interesante el papel de España en China.

P. Ha recibido críticas duras por ello.

R. Pero ahí hay un camino. Con China, con la India y con el Sur Global, Europa tiene que jugar sus cartas. A mediados de siglo se cumplirán 100 años de la revolución china. Esa fecha está marcada en rojo en Pekín. Lo que hagan EE UU y China hasta entonces está por ver: los europeos tenemos la responsabilidad de tratar de equilibrar la balanza, de atemperar los ánimos, de evitar que las dos superpotencias de este siglo se enzarcen en un conflicto global de incierto final.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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